Confesiones

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El rostro del pelinegro demostraba incomodidad por la postura en que dormía. Tras haber cerrado la puerta tras sí, Hana se acercó lo más audiblemente posible hasta su cama, ocupada por Rukawa; no quería verse en la necesidad de tener que llamarlo para que despertase, y al estar a dos pasos  de él, carraspeó con fuerza en un último intento antes de tener que apelar a las palabras. Vio como el chico se sobresaltaba y se erguía más contra el respaldo de la cama. Apenas sus ojos hicieron contacto visual, a Hanamichi le comenzó a brotar de la garganta un sinfín de palabras que tenía pensado poco más gritarle a la cara, pero el velo de confusión en los iris azules desviaron su atención: Rukawa no lo veía a él, veía a través de  él, sin notar aún su presencia.

-Ey, zorro... ¿Estás bien?-preguntó preocupado. Y al ver que no reaccionaba, le tocó el hombro para llamar su atención, con lo cual Rukawa pega un salto en la cama y emite un alarido apagado, casi imperceptible, mientras se aleja con brusquedad de su toque.

Hanamichi le prestó más a tención al chico que tenía delante suyo y que profería susurros ininteligibles mientras se trataba de incorporar. Viéndolo con más cuidado, podía ver que estaba bastante colorado y que en la zona de crecimiento del cabello en el cuero cabelludo comenzaban a condensarse gotas de traspiración.

-Rukawa ¿Me escuchas?
-Sí, torpe. Te escucho, pero me estoy hartando de pedirte que me llames por mi nombre-le dijo el otro sin mirarlo, aún en la aparente difícil faena de ponerse de pie.
-¿Tanto te duele el hombro?-preguntó ya sabedor de la respuesta, e ignorando la petición del pelinegro de lleno.
-No
-¿Y entonces a qué viene tanto teatro? Por tu culpa mi madre me dio un sermón y poco más me fulmina por ser el supuesto responsable de que estés mal-dijo molesto.
-No me duele el hombro, me duele todo el maldito brazo-dijo mirándolo con un odio poco disimulado-y vine a buscarte para que te hagas responsable de tus brutalidades y me acompañes a ver a un doctor. Así que vámonos, que necesito urgente un calmante.
-¡No pienso ir a ningún lado contigo!-aclaró al ver que el pelinegro se encaminaba a la salida.
-¡Yo no me lastimé solo! ¡Es en parte tu responsabilidad acompañarme!-recriminó el de ojos azules con la rabia contenida.
-Dije que no iré-concluyó Hana para luego tirarse en la cama y encender el equipo de sonido a control remoto-por mí se te puede caer el brazo, es más ¡Se te pueden caer los dos!-finalizó mientras del aparato comenzaba a brotar la melodía desquiciada de una guitarra eléctrica, en la cual trató de sumergirse de lleno para ignorar al chico en la puerta que lo miraba sin decidirse por alguna emoción.
-Eres un cabrón, Hanamichi...-dijo Rukawa muy por lo bajo, camuflando la tristeza tras el sonido del bajo de la canción.
-¡El cabrón eres tú!-le espetó mientras evitaba mirarlo concentrándose en el techo azulado de su cuarto- te la pasas ignorándome todo el día como si no existiera, y no va que cuando llego a mi casa, te encuentro en mi cama usando a mi madre de enfermera, abusando de su hospitalidad... Y como si eso fuera poco, logras que me suelte el sermón del año por haberte herido tan gravemente-dijo con un dejo de burla tras las últimas palabras-. Vete al médico y deja de estorbarme de una vez por todas, anteayer tuve demasiado de tus trastadas como para hacerte ahora de niñera y acompañarte a una clínica. Debes estar de broma si piens-pero calló de golpe tras darse cuenta de que le estaba hablando a la nada, ya que la puerta se había cerrado con pesadez.

Le agradaba haberse liberado de la presencia perturbadora del ojiazul, pero más le molestaba que lo haya dejado hablándole a la pared. Su instinto de pelea lo hizo levantarse de la cama en un brinco, y estar en una fracción de segundo con el picaporte en la mano, y al otro segundo ya tenía sujeto a Rukawa por un brazo, obligándolo a voltearse para darle lecciones de cortesía y modales en casas ajenas, pero lo que vio en el rostro del zorro lo hizo soltarle como si quemara: tenía los ojos vidriosos, y una mueca de cansancio y dolor que lo asustó.  No lo miró ni un instante, y sobándose con cuidado el brazo adolorido-que casualmente fue del que Hana lo tomó para girarlo-se volvió a dar la vuelta para retomar hacia el final del pasillo, donde las escaleras lo llevarían a la planta baja, y de allí a la salida.
Hanamichi estaba clavado en su sitio, aún rememorando aquellos ojos azules por completo aguados, a punto de derramarse de un segundo a otro. Su mente estaba en blanco, sólo podía ver dos mares azules y tristes que lo hacían sentir miserable. Podría haber estado en ese estado catatónico por largos minutos más de no haber sido porque, tras escuchar los pasos acelerados de su madre subiendo los peldaños, su campo visual se vio interrumpido por una gran masa  corporal que lo miraba con cara de querer asesinarlo. Ante tal acusación en sus ojos, Hana no pudo hacer más que bajar la vista, tratando de ocultarle su sentir y su pensar a esa mujer que tanta razón tenía en recriminarle. No pudo evitar que un rubor originado de la vergüenza de su actuar se asomara a su rostro con violencia, y cuando inclinaba su cabeza para ocultarse más, sintió la mano cálida de Noriko alzarle el rostro con cuidado pero con firmeza, obligándolo a encontrarse con esos otros ojos miel, que ahora no reflejaban nada; no había enojo, no había recriminación, no había entendimiento...

-Creo que estás grandecito como para hacerte cargo de tus errores, Hanamichi. Si te equivocas lo enmiendas, sin esperar que los demás se comporten del mismo modo ¿Entiendes? Y eso no lo digo yo, lo dijo toda la vida tu padre ¿Lo recuerdas?
La sola mención de su padre hizo que Hanamichi se estremeciese de pies a cabeza y mirara con algo parecido al orgullo a su madre. Orgullo por saberse el hijo de un ser tan correcto, por ser una extensión de ese hombre maravilloso que hacía tiempo se había ido, pero que siempre seguía presente en las situaciones que hubiera sido de real ayuda si viviera; ésta era una de ellas, y le insufló a Hana el suficiente valor para reconocer que estaba actuando mal.
Tras un beso ruidoso en la mejilla de Noriko, salió apresurado para ir tras Rukawa y cumplir con su parte de responsabilidad. Puede que el pelinegro se hubiese ganado el escarmiento, pero Hana nunca pensó en lastimarlo seriamente...
  Ya en la calle se sintió un poco tonto, porque no sabía para dónde ir. No tenía idea del rumbo por el que se fue Rukawa, aunque dudaba que estuviera lejos. En la indecisión, miraba para ambos lados de la calle sin poder escoger por una opción o la otra.

-Mencionó que tenía intenciones de ir a la clínica de los empleados navales... Ésa que está a dos calles de la estación de trenes...-le dijo su madre a su espalda.

Sin darle las gracias echó a correr en la dirección indicada. Eran apenas dos kilómetros o menos, y cuando llevaba poco más de la mitad del trayecto, divisó la figura de Rukawa que avanzaba a paso rápido. Dejó de correr, y aminoró su marcha hasta convertirla en una caminata acelerada para poder recuperar el aliento. La mancha azul que era la espalda de Rukawa se iba acrecentando con velocidad, y la mente del pelirrojo aún no sabía muy bien qué hacer o decir. La cobardía que tan bien podía caracterizarlo a veces, se apoderó de él, y siguió ralentizando su marcha hasta quedar a menos de cien metros de su objetivo.
Su cabeza le tiraba las mil y unas opciones para pedirle disculpas, pero ninguna le parecía apropiada. Algunas eran por demás cursis, totalmente fuera de lugar; más apropiadas para dárselas a una chiquilla que a un basquetbolista adolescente. O peor aún, más apropiadas para salir de la boca de una chiquilla que de la suya.
Entre tantas idas y vueltas mentales, ya habían cruzado el paso a nivel de la estación de trenes, y de un momento a otro Rukawa desapareció tras unas puertas acristaladas. Era la Clínica Naval, así que supuso que alguno de los padres del zorrito tenía algo que ver con la Marina. Una punzada de culpa lo atravesó al darse cuenta que no sabía nada de nada de la persona de la cual estaba calado hasta los huesos. Por fin apresuró el paso, no quería perderlo dentro del edificio.
El hall estaba vacío, sin rastros de Rukawa, así que no le quedo más que acercarse a la recepcionista y preguntar.

-Sí, un muchacho por una urgencia... Le dije que por ese pasillo se llegaba a la guardia-dijo mientras que con la mirada le señalaba un pasillo de vinilo amarillo a su derecha que debía de tener poco más de treinta metros y que terminaba en una gran puerta doble blanca.
-Gracias-fue la rápida respuesta del número diez que enseguida se encaminó hacia el lugar indicado.

Cuando las puertas se abrieron, sólo alcanzó a distinguir una mancha azul esfumarse por una puerta en el fondo de la sala. Rukawa ya había ingresado en la consulta, así que se sentó en uno de los tantos asientos a esperarlo.



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Estaba frente a la casa de Rukawa. Era increíble como la situación había degenerado en un ofrecimiento para hacerle de enfermero para los cuidados que debía de tener por su brazo inmovilizado. Al final había resultado que la torcedura fue bastante más brusca de lo que habían pensado, dejando toda la articulación escápulo-torácica resentida. Cuando luego de casi media hora lo vio salir de la consulta, lo asustó verlo con el brazo inmovilizado, y además su rostro no se veía para nada bien, aunque la sorpresa que demostró cuando lo vio sentado esperando por él le dio un aire muy inocente a su rostro enrojecido.
Y ahora, de la nada, luego de un par de balbuceos de disculpa, había accedido a quedarse en lo de Rukawa ayudándolo en la convalecencia. En realidad no había podido disculparse como él quería, pero de la nada Rukawa lo acusó de ser el culpable de que por casi una semana no pudiera practicar básquet, y de que sería una carga para sus padres que tendrían que faltar al trabajo para cuidarlo. No bastó mucho más para que Hana enseguida se ofreciera para lo que necesitase...

-Mamá, ya llegué, y vine con un amigo-gritó Rukawa a la sala aparentemente vacía. La casa de Rukawa era bastante más grande que la suya, y por lo visto eran una familia de mayor holgura económica, y no es porque a Hanamichi le faltara nada, pero el gran LCD, el hogar a leña, la fabulosa alfombra de oso blanca y un sillón desorbitante que dominaba toda la escena daban esa idea de suntuosidad.
-¿Ha venido Akira?-respondió una voz femenina desde una puerta que ahora se abría dejando ver a una mujer menuda de cabellos oscuros y ojos azules mucho más profundos que los de su hijo mientras se secaba las manos con una toalla de papel.
-Él es Hanamichi-dijo Rukawa sin ganas, evitando la mirada de la mujer.
• -¡Kaede!-soltó en un alarido la mujer- ¿Qué te pasó en el brazo? ¿Y por qué tienes la cara roja y sudada?-inquirió con evidente susto mientras se acercaba con pasos largos a pesar de ser de tan baja estatura.
-No es nada, mamá... Sólo una torcedura jugando que hizo que me levantara un poco de fiebre... ya fui a la clínica y está todo bien-dijo mientras evitaba a toda costa que la mujer le tocara el rostro.
-Si está todo bien como dices ¿Por qué aún tienes fiebre? ¿Tan grave es la torcedura que tuvieron que dejarte el brazo tieso?-dijo preocupada mientras ponía mala cara por la evasiva de su hijo.
-Ya... Si tengo fiebre es porque hace menos de veinte minutos que tomé los antipiréticos, y lo del brazo es para que no lo empeore con ningún movimiento raro... eso es todo. Ya deja de avergonzarme-agregó por lo bajo, retrocediendo unos pasos hasta quedar casi pegado al pelirrojo que se había quedado duro en su sitio cuando escuchó que la mujer mencionaba al puercoespín cuando Rukawa hacía referencia a un amigo.
-¡Kaede Rukawa!-dijo la mujer en un tono altivo y muy mandón, tono por el cual Hanamichi descubrió que la que pertenecía a la Marina era ella, sin lugar a dudas.
-Es en serio, mamá. No es nada... Es más-agregó viéndola a los ojos-Hanamichi se quedará haciéndome compañía por hoy y mañana, ya que el médico me recomendó reposo absoluto.

Hanamichi sintió como ambas mirada azulinas se clavaron en él. Una débil y confusa por la fiebre, y la otra dura y escrutiñadora, que le recorría cada milímetro de su cara en busca de no sabía qué.

-Me alegro de que tengas un amigo tan noble, hijo-dijo la mujer dulcificando su tono y su mirada-pero de todos modos cuando llegue tu padre hablaremos los tres. Dentro de una hora estará la comida, así que ve a tu cuarto a descansar mientras tanto.
-Sí, necesito dormir un poco-fue la respuesta casi inaudible del zorro.

Y así, ambos se encaminaron hacia las escaleras, con Rukawa haciendo de guía. Cuando estaban a mitad de camino, la voz de la mujer interrumpe el silencio.
-Encantada de conocerte, Hanamichi Sakuragi. Mi hijo habló mucho de ti.

Hana se sorprendió de tal revelación, y miró a el zorro como si fuera un extraño objeto, y le extrañó aún más verlo completamente enrojecido, y esta vez no era por la temperatura.
-Ahhh... Igualmente señora Rukawa-dijo Hanamichi aún sin poder recuperarse.
-Llámame Sophy.
-Sí, claro... El gusto es mío, Sophy-repitió acalorándose más de lo que creía capaz.
-Bueno, ¡Basta de sonrojos y a descansar muchachotes!-dijo Sophy haciendo una palma con sus manos y alentándolos a apurarse. No hicieron falta más ánimos, y en menos de cinco segundos estaban los dos frente a la puerta del cuarto del pelinegro.

La habitación era más de lo que esperaba Hanamichi; era absurdamente grande, completamente alfombrada de un azul noche casi negro, de paredes blancas, que apenas dejaban ver su color, ya que, donde no estaba ocupada por alguna estantería llena de libros, lo estaba por algún póster de básquet o de alguna banda de rock. Le sorprendió la gigantesca cama de dos plazas que coronaba el lugar con un pulcro acolchado celeste. Allí había de todo, desde un escritorio con su PC y equipo de música, hasta un televisor con la última consola de video juegos salida en el mercado. Adentrarse en ella fue mágico, la alfombra amortiguaba sus pies, y un agradable aroma picante le llenaba las fosas nasales: era el perfume de Rukawa, pero intensificado. Si darse cuenta aspiró con ganas, tratando de mantener ese aroma dentro suyo, saboreándolo mientras pudiera.

-Me alegra que te guste mi perfume...-le dijo Rukawa mientras cerraba la puerta con llave.
-¿Es tu perfume?-preguntó viéndose sorprendido-Yo pensé que era olor a zorro muerto-dijo para luego reírse él mismo de su tonto chiste.
-Sí, claro... Eres esquivo, Hana-le dijo mientras se encaminaba a la gran cama y se tiraba en ella boca arriba y con cuidado para no apoyar de más la zona resentida.
-Mira quién habla...-fue lo único que salió de su boca, ya que su mente divagaba en los títulos de los libros que tenía en la estantería frente suyo. Muchos clásicos, literatura un poco rara para un adolescente, fue el pensamiento que se le cruzó a Hanamichi.
-Si alguno te llama la atención léelo mientras yo duermo un rato...

Hana se volteó a mirarlo, pero se lo encontró con los ojos cerrados, dispuesto a dormir como había dicho. Siguió con la revisión de los títulos, y se decantó por un libro de cuentos de H. P. Lovecraft. Se sentó recostado contra la pared-siempre el suelo le parecía más cómodo que cualquier otro sitio a la hora de leer un rato- y empezó con la lectura.
El libro era bueno, y si bien no era como los clásicos de horror que a veces leía, tenía un condimento especial: una narración estupenda y una imaginación justa, que le daba  a todo un toque real y fantasmagórico al mismo tiempo.
Llevaba diez páginas leídas cuando notó que Rukawa se removía en el lecho, ocultando su rostro de la luz con un brazo. Cerró el libro y lo dejó un lado, y se fue a apagar la luz, reprochándose su idiotez. A oscuras, la única claridad era la que se filtraba por las ventanas, que a esa hora era de un tono rojizo amarillento, y alargaba las sombras más de la cuenta, recordándole el cuento que había estado leyendo hacía segundos. Se acercó a mirar más de cerca a Rukawa, pudiendo ver como tenía aún el rostro perlado por el sudor. Se preocupó, pues suponía que las pastillas recetadas por el médico ya deberían de estar haciendo el efecto deseado, y en un acto instintivo le tocó la frente para cerciorarse de su temperatura. La halló apenas caliente, y dejando escapar un suspiro de alivio se le quedó mirando embobado, como si fuera una princesa dormida esperando el beso de su príncipe, que casualmente era él. Hana moría por probar esos labios que, sabía, estaban un poco pálidos; es más, le hubiera gustado recostarse junto a él en esa inmensa cama y descansar también su cuerpo.
Se animó y se sentó al borde, logrando apenas un leve descenso de la superficie, pero que fue lo bastante notorio como para que Rukawa se girara hacia él, tratándolo de atrapar aún desde las tinieblas de sus sueños. El pelirrojo sólo atino a quedarse quieto en su lugar, pero al ver que Rukawa batallaba contra la incomodidad de estar jalando de algo que no cedía y que gimoteaba por su lesión, se relajó y se extendió junto a él, abrazándolo efímeramente por la cintura, con temor a despertarlo. Los minutos pasaban y sentía la respiración un tanto irregular del otro, y si bien su cuerpo le pedía a gritos que durmiese, había una parte que le pedía a alaridos más calor humano. Con timidez acercó más su cuerpo al del zorrito, y ubicó su cabeza sobre ese pecho que subía y bajaba... Y sintiendo el corazón de Rukawa, fue que pudo por fin sumergirse en la nada absoluta.



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Un ruido se colaba en sus sueños. Un ruido amortiguado, que le recodaba mucho a Yohei golpeando una pelota con un bate de beisbol... De a poco fue despertando, y se vio sumido en una completa oscuridad que se tragaba todo a su alrededor, incluido a su aún dormido acompañante. El ruido volvió a repetirse, pero esta vez lo identificó como un puño macizo tocando a la puerta. No podía ser Sophy-esa mujer era demasiado menuda para golpear de esa manera una puerta-y con terror dedujo que sería la cabeza de la familia. Lo asustaba un poco conocer al señor Rukawa, pero más que nada le provocaba curiosidad. Medio incorporándose tanteó a su lado para tratar de despertar al número once, movimiento por el cual no obtuvo respuesta. Restregándose los ojos se levantó para encender la luz, y de esa manera Rukawa se removió molesto sobre la colcha celeste, para por fin abrir los ojos.
-Golpean a la puerta-le dijo acercándose.
-Pues abre, idiota-fue la respuesta malhumorada de Rukawa, que siquiera lo veía de lo ocupado que estaba tapándose los ojos con una almohada.

Hanamichi lo fulminó con la mirada por unos breves segundos, pero tras escuchar otra vez el golpe en la puerta, dejó de lado sus insultos mentales y se fue a abrir.
Lo que vio ante él lo dejó pasmado de la impresión. Como jugador de básquet estaba acostumbrado a ver a sujetos de gran estatura y complexión ancha, pero el hombre que tenía delante se llevaba las palmas. Tal vez no era tan alto ni gordo como Kawata menor, pero estaba en los dos metros, y su contextura era gruesa. Por el resto, era un calco de Rukawa, pero en dimensiones exageradas. No se imaginaba a Sophy junto a ese hombre que representaba con facilidad tres veces el cuerpo de la mujer.

-Lamento despertarlos, pero la cena ya está servida, y Sophy no tolera demasiado bien que sus comidas se enfríen en los platos-le dijo el hombre sonriéndole con calidez.
-Ah, claro... enseguida despierto al zorro y bajamos-dijo Hana sin pensar muy bien en las palabras. Cuando se dio cuenta que había llamado al hijo de ese gigantón zorro sin ningún reparo, su corazón se aceleró, casi seguro de que iba a ser fulminado.
-Tú debes de ser Hanamichi Sakuragi ¿Cierto?-preguntó mientras reía sin tratar de ocultar la gracia que le hacía la expresión de pavor de Hana.
-Sí-respondió sin saber muy bien a qué atenerse, aún creía posible que el padre de Rukawa le diera una paliza por maleducado.
-Lo sabía... Kae siempre habla de un mono pelirrojo llamado Hanamichi Sakuragi que lo llama "Zorro" sólo de envidioso, por ser mejor que él jugando... -soltó sin reparos.

Hanamichi se giró al escuchar tal comentario, encontrándose con la figura de Rukawa aún  con la cabeza en la almohada, ajeno a las cosas que su padre le estaba diciendo. Sintió deseos de ahorcarlo hasta que se retractase por andar diciendo que él era mejor jugando. ¿¡Llamarlo envidioso!? Era el colmo...
Serenándose, volvió a mirar al hombre que se seguía riendo, pero esta vez la risa se le notaba más en los ojos, que se enmarcaban en finas patas de gallos, acentuadas de lo risueño que debía de ser normalmente.

-No lo tomes a mal, mi hijo siempre habla con cariño de ti. Hablar mal de la gente es su manera de hacernos saber que ése "alguien" es precisamente "alguien" para él. Debes de saber que no es un chico de muchos amigos-le explicó mientras le tendía la mano, para luego presentarse-Sonja Rukawa, un gusto en conocerte, Hanamichi.

Hana apretó sin dudarlo la mano del hombre que sin querer le había acelerado el corazón, esperanzándolo con la idea de ser "alguien" en la vida del zorrito. Claro, algo más que un simple juguete sexual...

-Eres igualito a como te describió Kae... No pensaba que el color de tu pe...
-Calla, papá-gritó desde la cama Rukawa. Hanamichi sintió el bochorno en la voz, y como un tonto se alegró. Su corazón latía cada vez más fuerte, y lo único que quería era cerrar la puerta y quedarse a solas con ese chico. Pediría respuestas, aunque no se animase a hacer las preguntas...
-Lo siento, Kae... Creo que se me fue la boca-y tras mirar conciliadoramente a Hana se retiró.

Hanamichi miró la escena con una palpitación en la sien que no lo dejaba en paz. Rukawa se había quitado la almohada de la cara, y evitaba mirarlo. Estaba más rojo que nunca, y le causó una enorme curiosidad y satisfacción notar su mirada esquiva y su rostro tan rojo como un tomate.

-Sonja es un bocazas, no le hagas caso a nada de lo que dice. Siempre busca avergonzar a la gente...
-No tienes porqué sentir vergüenza... o no la sentirías si no fuera cierto lo que dice. ¿Es verdad que dices esas cosas de mí?-preguntó con cautela, sin quitarle la vista de encima. Sabía que se arriesgaba demasiado, que su corazón podía quedar al descubierto para luego ser pisoteado... pero la imagen del zorrito avergonzado pudo más, y lo alentó.
-Yo... no me siento bien,Hanamichi... mejor baja tú solo a cenar-dijo para luego volver a voltearse en la cama, acomodándose para seguir durmiendo.
-Bien-dijo decepcionado. Y su corazón que hasta hace momentos latía desaforado, se calmó, privándole de calor-yo creo que será mejor que vuelva a mi casa. No tiene sentido que me quede aquí... te puedes cuidar bien solo, no me necesitas para dormir...

Bastante dolido por su propia estupidez tomó su bolso del piso para marcharse. Lo esperaba una larga caminata hasta su casa, y no pensaba quedarse al lado del pelinegro haciendo el ridículo.

-¡Espera!-gritó Rukawa mientras se levantaba con dificultad de la cama.

El pelirrojo sólo lo miró con fastidio. Se estaba cansando de estos sobresaltos a su corazón. Ese miserable "espera" lo había vuelto a hacer galopar con desaforo, pero no dejaría que se le notara.

-Sé que dije que me haría responsable por tu lesión, y por eso volveré mañana a primera hora, pero ahora quiero irme a mi casa. No me interesa ser blanco de tus palabras de burla, y menos oírlas de la boca de tus padres. No soy tu payaso, Rukawa. Que te quede claro-le dijo desafiándolo con la mirada, aún con los latidos acelerados.
-No es burla... es verdad que hablo de ti... Sólo que pensé que te enfadarías si trataba de hacerte "algo" en estos momentos.
-¿Qué?
-Ya sabes...-dijo tímido, girado su rostro hacia uno de los muebles del cuarto, dejando ver otro sonrojo que a Hanamichi le resultó adorable ¿Tantas veces se sonrojaría? ¿O todo era efecto de las líneas de fiebre?
-No, no sé nada. Sólo me consta que hablas pestes a los demás de mí, pero que también me describes como si fuera un qué... No entiendo. Me confundes... y veo que no tienes demasiadas intenciones de aclararme nada.
-¡No es así, Hana!
-¡¿Y entonces cómo es?!-gritó exasperado, para luego continuar con un tono más relajado-Te doy el pie para que me cuentes de que va todo esto, y me sales con un "ve a cenar solo que me siento mal"... Eres un desconsiderado...
-Lo siento.

Aquello fue la gota que rebalsó el vaso. Tantas veces había oído el "lo siento" de la boca de Rukawa, que ya podía escucharlo a voluntad propia. ¿No se cansaba de jugar? Ese tira y afloja lo estaba volviendo loco. ¿No podía contentarse con tener sexo con él de vez en cuando y ya? Si tan sólo lo buscara para esas ocasiones, todo sería más sencillo para él; de ese modo no abrigaría falsas esperanzas, no aguardaría por un sentimiento del cual no sabía si existía realmente.

-Sí, claro. Cómo no...

La voz le salió de lo más profundo. Sintió la derrota salírsele del pecho. Ya no aguantaba más. Esto se terminaría allí y ahora, y cueste lo que cueste.

-Basta para mí, Kaede. Ya no quiero seguir con esto. Se termina acá-y tras una última mirada que le salió más lastimera de lo que hubiera deseado, se colgó el bolso al hombro, y tras apagar de vuelta la luz abrió la puerta para irse-Que descanses...

Apenas terminó la última palabra, Hanamichi sintió como le ardían los ojos de las ganas de llorar reprimidas. Tenía todavía que despedirse de la familia del pelinegro, y no le hacía gracia que le vieran el rostro descompuesto del llanto.
Antes de poder cerrar la puerta, esta de un tirón fue abierta, logrando que se voltee para ver los ojos oscuros de Rukawa que lo miraban con súplica, y ¿miedo? Antes de poder reclamar o exhalar el aire que tenía en los pulmones, la puerta fue cerrada con un golpe seco, para luego ser su propia espalda la que diera de lleno contra la madera. Quiso esquivar el beso que veía venir, pero Rukawa fue demasiado rápido, y enseguida unió con desesperación sus labios calientes y secos por la fiebre a los propios. Hana se dejó besar por unos segundos, sin corresponder a la caricia, pero cuando notó que el zorro hurgaba bajo sus ropas lo intento alejar; primero con delicadeza-no olvidaba la lesión-para luego usar un poco de fuerza bruta al ver que no lograba quitarse esas manos tendenciosas de encima. Rukawa oponía verdadera resistencia y lo besaba cada vez con más violencia.
Necesitaba quitárselo de encima a como diera lugar. El gusto de su boca era embriagador, y ni hablar del olor animal que desprendía. Se estaba excitando a pesar de todo, y la idea lo maravillaba, pero más lo aterraba... Haciendo acto de coraje, lo sujetó a propósito con rudeza del hombro herido, a ver si con eso escarmentaba y lo dejaba marchar. De inmediato la presión sobre su boca se alivió, y cuando creía ya haberlo hecho desistir, Rukawa volvió al ataque, pegándose más y más  él. Sin pensárselo, volvió a apretar, ya cansado de tanto juego absurdo. Unos gemidos de dolor se escapaban del pecho de Rukawa, cada vez más potentes, pero no por eso aflojaba el beso. Cegado por las emociones encontradas, apretó más y más, hasta que sintió que el cuerpo que lo apretujaba se desplomaba.
La luz continuaba siendo escasa, pero podía notar que Rukawa no fingía: estaba desmayado. Sintiéndose otra vez culpable, lo cargó hasta la cama, mientras lo incitaba a que despertase. Estaba más asustado de lo que pudiera admitir. No era la primera vez que tenía en sus brazos un cuerpo inerte; sin querer, el recuerdo de su padre fallecido lo flageló sin piedad, asustándolo aún más, llevándolo casi a un estado de histeria. Cuando estaba por pegar un grito de auxilio, sintió que el cuerpo en la cama se removía, y que el zorro lo miraba fijo.
-Puedo soportar cualquier dolor, pero por favor no te vayas...
-Tú...

Hana lo miraba sin poder creérselo. Eran los ojos de un hombre totalmente enamorado. Eran los mismos ojos que él veía en el espejo cada vez que pensaba en Rukawa.
-Lo lamento, en serio... Sé que detestas que te pida disculpas una y otra vez, pero no puedo evitar ser un desastre cuando estás cerca... Lamento lo que pasó en tu casa, lamento ignorarte en la preparatoria, lamento que tu madre te haya sermoneado por mi culpa, lamento que mis padres sean tan poco sutiles... Lo lamento, Hana. Debes creerme, por favor.

Hanamichi estaba mudo. No podía despegar la vista de ese rostro hermoso que le pedía disculpas una y otra vez. Dejándose llevar por sus impulsos le besó la frente, sintiéndola más caliente que hacía una hora, y se preocupó.

-Hace un rato no es que no te necesitara-continuó-es que... bueno... verás... estaba excitado, y no creía conveniente bajar a  comer con ese problema entre las piernas... Y no pensaba obligarte a hacer nada con mis padres tan cerca... Y sí, les hablo a mis padres de ti porque precisamente eres "alguien" en mi vida. El contenido no importa-dijo sonriendo con una picardía cansada, haciendo referencia a su supuesta envidia y juego-, lo que importa es que tú importas...

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora