Tontamente enamorado

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Cuando despertó estaba desorientado en una completa oscuridad. Le dolía el cuello, e intuía que debía de estar en una posición muy poco cómoda para su columna resentida.
Miró hacia el sillón donde debía estar Rukawa, pero éste estaba vacío, y la colcha que antes lo cubría estaba pulcramente doblada sobre uno de los apoya brazos. Se incorporó friccionándose el costado del cuello para aflojar la tensión, y de paso para ver si así se le despejaban un poco las ideas. No podía haber pasado mucho rato, pero sabía que, en ese corto tiempo, había soñado con el pelinegro. No sabía qué soñó, pero sintió la presencia del chico en cuanto despertó, más los recuerdos se le esfumaron antes de que fuera capaz siquiera de entenderlos. Rukawa se había ido a su casa, así que de nada valía de momento seguir pensando en él. Había puesto demasiadas ilusiones -por supuesto que inconscientemente- en compartir la cena con él, y tal vez algo más.
Suspirando, tomó la escalera para llegarse hasta su cuarto y descansar en una verdadera cama. Caminaba resignado, con la cabeza aún pesada por el mal dormir, y por eso, cuando abrió la puerta de su recámara y se encontró con un zorro dormido hecho un bollo bajo las colchas, tardó en darse por enterado de la situación. Al minuto entendió que el caprichoso muchacho, al despertar en mitad de la noche, prefirió ir en busca de un lugar más cómodo; era entendible que no se hubiera marchado a una hora tan tardía.
Sin poder decidirse entre el disgusto o la alegría, se mantuvo en su posición, debatiéndose también qué haría ahora. Un pensamiento rápido y potente se le hizo presente: meterse con él bajo las colchas y despertarlo a mordiscones. Pero así como llegó, logró avergonzarlo por la manera tan animal; parecía que se hubiera contagiado del salvajismo del otro. Todavía arrepentido de sus pensamientos, se da la vuelta para irse a dormir de nuevo en el sillón de la sala, pero una puntada en el lado derecho de su baja espalda lo hizo desistir de la idea. También estaba disponible la habitación de su madre, pero prefería no invadir la intimidad de ella, que siempre había respetado la propia. Además, no se le hacía apetecible la idea de dormir en una cama tan grande; nunca le había gustado la idea de una cama extra grande para descansar, se le antojaban frías y vacías. Prefería una cama pequeña, que le diera todo el calor y la estrechez que necesitaba para sentirse un poco menos en soledad.
Allí estaba Rukawa, y sintió deseos de abrazarse a su espalda y sentir su compañía... No lo pensó más, y sin segundas intenciones, se metió con cuidado junto al pelinegro que tenía la boca abierta en una mueca un tanto chistosa, tratando de no despertarlo. Por suerte, Rukawa estaba contra uno de los bordes y no tuvo necesidad de correrlo. Quedaron espalda contra espalda, y Hana no se atrevía a moverse demasiado por miedo a que el otro despertase de un momento a otro.
Pasaron los minutos, y Hanamichi aún no podía controlar su pulso, y menos hablar de lograr conciliar el sueño. El zorro estaba profundamente dormido, podía escuchar su respiración un tanto elevada que de vez en cuando era interrumpida por un casi imperceptible ronquido. ¡No podría jamás dormirse con ese chico al lado! A cada rato, pensamientos poco ortodoxos se le cruzaban y hacían que su corazón se desboque sin compasión. Estaba excitado, lo sabía, pero no podía evitarlo. Era consciente del cúmulo de sensaciones que lo tomaban por sorpresa, pero en silencio trataba de rechazarlas, sabiendo que era en vano, y sabiendo que, en realidad, sus intentos eran inútiles por la sencilla razón de que no era lo que deseaba.

-¡Mierda!-exclamó en un suspiro mientras se daba la vuelta y envolvía con sus brazos la espalda que antes estaba en contacto con la suya.

Al diablo con todo, se decía Hana. No tenía porque contenerse las ganas de hacérselo ahí mismo. Después de todo no eran más que chicos que se desfogaban el uno con el otro ¿no?  Los sentimientos poco importaban, y si se tenía en cuenta que sentimientos había sólo de un lado, era más sencillo aún lanzarse contra el cuerpo que dormía ignorante de su lucha interna. Estaba con él por sexo, así que le daría eso, y de paso, calmaría él mismo sus propias ansias.
Se apretaba contra el cuerpo aún dormido, y con las manos le levantó la remera para poder besarle la espalda. Su piel estaba caliente, y sentirla lo excitó aún más. Acercó su cadera al trasero que sobresalía en posición fetal, y mientras ahora le mordía la nuca con cuidado, refregaba su creciente erección contra él, como si en eso se le fuera la vida. Rukawa había acallado los leves ronquidos, pero Hana notó que aún seguía dormido, y para por fin hacer que volviera del mundo de los sueños, dirigió una de sus manos hacia la parte delantera del pelinegro para acariciar con crudeza el miembro por sobre las telas, que hasta de dormido estaba adquiriendo firmeza, mientras que le mordió la piel con más fiereza, sabiendo que así, sí o sí despertaría.
Por fin obtuvo un quejido ahogado del pelinegro, que se movió en la cama de la sorpresa y del dolor.
Rukawa pareció captar de inmediato lo que estaba sucediendo, y para satisfacción del pelirrojo, comenzó el mismo con un delicioso vaivén que lograba más fricción para el ya adolorido Hanamichi que comenzaba a jadear contra la blanquecina piel entre sus labios.
Hana quería verle el rostro, y sin dejar de estimularse contra sus nalgas, se apoyó en uno de sus codos para observarlo. Rukawa aún mantenía los ojos cerrados, pero su boca ya no tenía la mueca graciosa; apenas estaba entreabierta, y dejaba escapar pequeños gemidos. Lo tomó de la barbilla y lo obligó a que voltease el rostro y lo mirase. Se encontró con unos ojos oscuros, aún velados por el sueño, llenos de una lujuria que lo estremecieron. Lo besó con frenesí; ansiaba devorarlo por completo, y en sus intentos de poseerlo enteramente, mordía los labios delgados y luchaba cuerpo contra cuerpo con la lengua del otro que parecía menos fuerte que la propia. Un beso donde él dominaba; un beso donde él avasallaba la voluntad del zorro. Parecía no tener fin, pero encaprichado en quererlo oírlo gimotear para él, volvió su mano hacia abajo para directamente meterse bajo la ropa que cubría el objeto que él deseaba desesperadamente. Lo tomó con fuerza, y empezó un sube y baja que arrancaba más que gemidos de la boca del chico. Besaba la mandíbula apretada de Rukawa que se abría y cerraba con cada gemido que largaba. El miembro entre sus dedos ya tenía una dureza increíble, y parecía quemarle la palma. De un tirón, le bajó los pantalones junto a la ropa interior, lo suficiente como para dejar al descubierto la excitación, y de paso exponer la piel desnuda de su parte trasera. Antes de continuar masturbándole, él mismo se bajó los suyos, dejando por fin liberado su miembro, que se encontraba urgido de sentir piel en lugar de más y más ropa. Continuó masajeando el pene de Rukawa sin miramientos, mientras movía más y más sus propias caderas, deslizando su erección entre las dos masas musculosas del pelinegro que también se movía a su ritmo.
Sin saber cuando, notó que también de su garganta emergían gemidos sonoros, que faltaba poco para que semejasen pequeños gritos de placer. En ese momento -presa total de la ceguera de la pasión- se dio cuenta de la abstinencia a la que había sido sometido teniendo siempre el objeto de su deseo tan cercano. No podía contenerse, quería ya mismo meterse dentro de él para acabar en escasos segundos.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora