Calientes ( parte 3)

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Se terminó saltando dos horas completas  de clases. La sesión acalorada de besos con Rukawa sólo se extendió hasta que sonó el timbre de cambio de horas. Renuente, el pelinegro lo había apartado y,  murmurando algo acerca de un exámen, lo había dejado a solas con sus ganas de seguir devorándolo. Y ahí quedó el pelirrojo excitado y descontento. Había sido la media hora más veloz que recordara. No estaba acostumbrado a tener un tiempo límite para disfrutar de Rukawa, y tras el dulzor de los besos le quedó un regusto amargo de insatisfacción.  No hubo palabras de despedida, ni arreglos para verse en otro momento. Sabía que lo vería en el entrenamiento a más tardar, y jugar al básquet con él no era lo que precisamente quería, pero se conformó dormitando al sol y fantaseando con todo lo que podría hacerle si se quedaban después de hora como acostumbraban. Cuando volvió  a la última clase en su cabeza se había formado con firmeza la idea de hacerlo en las duchas y tal vez sobre la banca también, en honor al primer acercamiento que tuvieron y no pudieron concretar por la interrupción poco oportuna de Mitsui.
El exámen de matemáticas fue fatal, tal como se lo esperaba, pero la media sonrisa ante la expectativa del encuentro no pudo ser borrada  de su rostro.  Ni la expresión agria del profesor de matemáticas ante su examen en blanco o el aire tenso del salón a su vuelta lo alteró.  Pensaba en Rukawa solamente, lo demás no importaba demasiado de momento.


El recibimiento por parte de sus compañeros de equipo lo hizo sonrojarse hasta la raíz del cuero cabelludo.  Ayaco fue la más efusiva al verlo aparecer por las puertas dobles del gimnasio, y tras un par de abrazos y apretones -y por supuesto regañarlo por su ausencia- lo puso al día de los próximos encuentros que se habían definido el día anterior. Un amistoso contra el Kainan era lo más cercano  y el pelirrojo enseguida pensó en batirse contra el mono y demostrar ante todos lo mucho que había avanzado y lo bien que se había repuesto de su lesión.  Por suerte, el buscapleitos  de Mitsui o el atolondrado Ryota no hicieron mención  a su fracasado noviazgo, aliviando la ya escasa ansiedad del tema por parte del número diez.
Su vuelta a la cancha se sintió fantástica.  Hanamichi se sentía renovado y lo demostró con la fuerza animal que lo caracterizaba, corriendo tras cada pelota como si se le fuera la vida en ello; se sintió pleno mientras saltaba, dribleaba, corría y sudaba junto a sus compañeros. El único momento de tensión se dio tras iniciar el partido de entrenamiento, donde tuvo que enfrentarse en el salto a Rukawa. El acalorado muchacho miró desafiante a su oponente, agriando su expresión. Todos estaban atentos a cualquier exabrupto de Hanamichi, que los sorprendió manteniéndose calmo y en silencio. Ganó, y esa pequeña victoria le insufló ánimos. El marcador terminó 65-59 , dejando al equipo de Hanamichi vencedor.
Las felicitaciones no se hicieron esperar, Ayaco era la más emocionada tras la práctica, y no dejaba de animarlos con su sonrisa perfecta y su voz aguda y potente.
-Ven conmigo Hanamichi.  Quiero comprobar algo- dijo la manager, y sujetándolo por  la remera lo llevó  un tanto a rastras apartándolo de las palmadas y felicitaciones de sus compañeros. 
Todos quedaron impactados cuando lo llevó hasta donde Rukawa, que ya se preparaba para iniciar su práctica individual de tiro. Al ver las intenciones, el pelirrojo se tensó, pero se obligó  a relajarse y ver qué es lo que quería el huracán Ayaco. ¿Cómo podía una mujer tan pequeña tener tanta fortaleza y voluntad? Pensó, y enseguida recordó  a Sophie, que era aún mas pequeña que Ayaco y seguramente igual de voluntariosa también.  Le había gustado tenerla de suegra en secreto más no sea por un breve tiempo.  Perdido en sus recuerdos, sólo volvió en sí cuando tuvo a Rukawa a escasos centímetros frente suyo; aún más cerca que en los enfrentamientos uno a uno en la cancha. Se sonrojó torpemente y atinó  a alejarse, mas el fuerte agarre de Ayaco lo retuvo, y en un escaso segundo lo giró sobre sus talones, y en otro segundo más hizo lo mismo con un desinteresado Rukawa que se dejó hacer también. Los colocó espalda contra espalda, y Hanamichi sintió el conocido calor del cuerpo de Kaede en sus omóplatos y caderas. Exhaló el aire que inconscientemente había retenido al entender la acción de la chica: estaba comparando sus alturas.
-¡Lo sabía! ¡Has crecido Hanamichi! – informó  a los gritos y rebosando felicidad mientras le aplicaba un puñetazo amigable en las costillas, que más que daño le produjo cosquillas. – Estoy segura que tienes casi cinco centímetros más que Rukawa, ¡oficialmente eres el jugador más alto del quipo! Y si a ese detalle le sumamos tus energías y capacidad de salto, definitivamente serás el arma secreta en el próximo torneo, como siempre quisiste. El entrenador Anzai concordará conmigo seguramente, no puedo esperar a que te vea.
Hanamichi, un tanto avergonzado por los elogios, pero feliz, se  reía con carcajadas sonoras y se dejaba mimar por la manager y los compañeros que se acercaban a verificar el porqué del alboroto.
-Bueno bueno bueno, tampoco exageremos Ayaco, que será imposible bajarle los humos a Hanamichi después- vociferaba Ryota celoso de la atención  que la chica ponía en el gigante pelirrojo. – Además Hanamichi no fue el único que creció por si no lo notaste…
-¿¡Qué?¡ Si Rukawa también creció es aún más fantástico- dijo contenta y mirando feliz al número once que ya se alejaba del alboroto.
-No lo digo por Rukawa, ¡lo digo por mi!- expresó frustrado.
Todos se quedaron callados, y tras unos segundos de observación rompieron en sonoras carcajadas, ofendiendo al base que ofuscado y ofendido les dio la espalda.
Hanamichi apreciaba realmente  a Ryota, pero si era verdad que ganó altura, no se notaba para nada.

En pocos minutos la cancha quedó vacía a excepción de Hanamichi y Kaede, que en aros opuestos practicaban: el zorro triples, y Hanamichi pulía su tiro de salto. Pasada una hora donde sólo se oían sus pisadas en la duela, como si se comunicaran por telepatía ambos se miraron, y sin mediar palabra guardaron los balones en el cesto y se encaminaron a los vestidores. Rukawa iba delante, y Hana no podía aguantar las ganas de apresarlo entre sus brazos allí mismo, obviando los metros que los separaban de las puertas que los ocultarían de cualquier ojo curioso.
El ruido metálico de la puerta al encajarse en el marco actuó como la campanilla en el cerebro de los boxeadores estando en el cuadrilátero: comenzaba el asalto.
Rukawa ya tenía abierta su taquilla y se quitaba la remera sudada, dándole la espalda. Hanamichi sin más lo tomó de la cintura y mordisqueó su cuello, sintiendo el sudor salado y tibio en su paladar. Lejos de disgustarlo, se sintió excitado de inmediato por la transpiración que le recordaba todos y cada uno de sus encuentros sexuales. Apoyó sus caderas con ganas en el trasero de Rukawa y comenzó  a refregar su erección entre los glúteos firmes del moreno.
-Espera Hanamichi, necesito darme una ducha, estoy sucio- dijo Rukawa mientras se giraba y se lo quitaba de encima con poco tacto.
Hanamichi sin prestar atención a lo que decía lo volvió  a apresar de las caderas y lo atrajo hacia sí,  uniendo sus labios en un beso suave y a la vez colmado de ansiedad. Podía sentir la piel caliente y sudada, y el ritmo aún acelerado por el entrenamiento. Él estaba en las mismas condiciones, pero podía tranquilamente seguir acelerado y ejercitándose junto al pelinegro. Pasó de las caderas a meter ambas manos en la ropa interior, y allí Rukawa lo paró empujándolo con ambas manos en el pecho y cortando el beso con brusquedad.
-Dije que esperes. Necesito bañarme, y no te vendría mal un baño tampoco.
El pelirrojo se le quedó mirando mientras volteaba y tomaba la toalla, una pastilla de jabón y shampoo. ¿Cómo podía mantenerse impávido ante sus avances? Se sintió rechazado, y otra vez esa certeza de unilateralidad lo aplastó y cabreó sus ánimos. Si aparte de rechazar sus sentimientos también comenzaba a desairarlo en el plano sexual,  no sabría realmente cómo actuar. ¿Acaso ya se había aburrido de él también? No lo podía creer posible, no tan pronto por lo menos. No cuando Rukawa dejó en claro que el sexo era lo único que le interesaba de él. Por completo cortado en su iniciativa y perdido en sus pensamientos, cuando vio como Rukawa se quitaba los shorts y el boxer para luego abrir la ducha, tan tranquilo como siempre sin darle una segunda mirada, ajeno a todo lo que le pasaba en torno y a causa de él, activó su cuerpo y maldiciéndolo internamente buscó rápido su toalla y jabón, y en menos de veinte segundos estaba bajo el chorro de agua helada refregando su cuero cabelludo con rudeza. Escogió el cubículo más alejado del de Rukawa, en esos momentos no podía ni quería verlo. Quería golpearse la cabeza contra los azulejos de lo estúpido que se sentía . ¿Excitarse por su olor a sudor? Idiota y un millón de veces idiota. Enjabonó y enjuagó su piel en tiempo récord,  y no pensaba demorarse secándose demasiado. Al pasar cerca de Rukawa vio que aún se lavaba el cabello,  e hipnotizado siguió el camino que el agua jabonosa hacía desde su nuca hasta entre medio de sus glúteos,  pasando ligera por toda la trabajada espalda. Inevitablemente sintió un tirón en la entrepierna, que con violencia ignoró concentrándose en llegar rápido a su bolso, cambiarse e irse a relamer sus heridas a solas.
Sólo le restaban los tenis y guardar la ropa sucia cuando Rukawa dio por  finalizado su baño. De refilón Hanamichi alcanzó  a distinguir que se ataba la toalla a las caderas y se dirigía  a su lugar. No necesitó más para, de un manotazo, guardar todo  y  salir a trompicones.  En la prisa,  con los cordones desatados y de alguna manera misteriosa que nunca podría explicarse, se enredó en la manija de su bolso y terminó en el piso de boca, volteando la  banca consigo. Quedó estático lo suficiente como para ver los pies descalzos de Rukawa a un lado de su cabeza, y eso le alcanzó para volver a reaccionar y levantarse de un brinco y apartarse de lo que sea que quisiera el número once.
-Torpe. ¿adónde vas tan rápido?
-Vete a la mierda, Rukawa-  gruñó sin mirarlo, mientras levantaba el bolso y se disponía  a salir de una buena vez de ese vestidor asfixiante. No se suponía que salieran así las cosas, pensaba avergonzado. ¿Por qué siempre quedaba como un imbécil frente a él?
Logro dar los pasos que lo separaban de la salida sin volver a tropezar, pero al tomar el pomo de la puerta sintió los dedos de Rukawa reteniéndolo del antebrazo.
-Ey… ¿qué haces?
Hanamichi tomó aire y trató de calmarse. El agarre era fuerte, si quería quitárselo de encima tendría que forcejear, y una cosa llevaría  a la otra y no quería demostrar su dolor e impotencia con violencia.
-Me voy, tengo cosas que hacer- dijo soltando todo el aire de una vez y rogando que lo dejara irse en paz.
-No. Me opongo.
Y sin darle tiempo  a procesar lo dicho, Rukawa lo giró dejándolo de espaldas contra la puerta y sujetando sus muñecas a los costados unió sus labios.
Hanamichi no quería responder, y no lo hizo. El pelinegro se separó apenas y lo miró desganado.
-¿Tanto escándalo harás porque te hago esperar?- acusó clavando sus ojos azules en él.  – Eres peor que una criatura.
Esa simple pregunta sacó  de quicio a Hana, que olvidado de sus intenciones de ocultar el dolor, lo desplegó esplendorosamente.
-¿Escándalo yo? ¿ yo? ¿De verdad lo dices? – casi escupió en la cara de Rukawa mientras soltaba sus muñecas con de un tirón y lo apartaba de un empujón. – Si no tienes ganas solo dilo, no voy a ir tras de ti como un imbécil ¿sabes? Estúpido presumido.
Esperaba varias reacciones de Rukawa, pero jamás esperó que se largase a reír por lo bajo, en un claro intento por ocultar su risa.
-¿Qué mierda… ¡muérete estúpido zorro!- gritó y le aventó a la cara su bolso, con toda la fuerza que fue capaz. Por supuesto que Rukawa no logró reaccionar, y terminó perdiendo el equilibrio y golpeando contra los casilleros cuando el golpe en la cara lo desestabilizó. Se arrepintió de inmediato y  se maldijo por no poder aguantar su carácter siquiera por veinticuatro horas consecutivas, pero no se disculpó ni atinó  a ayudarlo. Se sentía un animal, un jodido animal que reaccionaba siempre de la peor manera.
El muchacho no tardó nada en levantarse, y tomando el bolso lo arrojó  al pecho de Hanamichi con furia trasluciendo en sus ojos azules, y un hilillo de sangre cayendo por la fosa  nasal derecha.
-Te dije que esperaras, no que no tuviera ganas, grandísimo idiota. ¿Entiendes la diferencia o te lo tengo que explicar nuevamente? -soltó en un tono gélido mientras con el antebrazo se quitaba la sangre del rostro distraído .
-¿Que qué? Pero yo… -y Hanamichi calló avergonzado de sus pocas luces y exageración. Sintió como la vergüenza se traducía en sangre inundando su rostro. El calor abrasaba sus mejillas y era aún mas vergonzoso ser consciente de ello. Se quedó mirando sus pies, en un vano intento por ocultar su rostro.
-No me quise reír de ti así, sólo me dio gracia que te enojes por pensar que no quiero tener sexo contigo. Es absurdo y algo tierno. Siempre quiero sexo, ya te dije que nunca te negaría un revolcón  ¿recuerdas?
¿Tierno? El cerebro de Hanamichi trabajaba tratando de entender toda la frase, pero esa palabra lo había anulado. No creía tener nada de tierno, y si lo tuviera no creía que alguien como Rukawa lo supiese apreciar. El tipo al que buscas única y exclusivamente para follar no te podía enternecer. ¿O sí?¿Otra vez estaba buscando burlarse de él? Y mientras batallaba con esa palabra y sus posibles significados, Rukawa lo había cercado con sus brazos, dejando  entre sus cuerpos escasos milímetros de separación, que alteraron al pelirrojo y lo sacaron de su debate interno de inmediato.
No se animaba  a alzar su rostro y mirarlo de frente, pero Rukawa le ahorró las molestias y se las ingenió para dar con sus ojos agachándose apenas. Hanamichi sorprendido se irguió y se topo de lleno con dos ojos azules e inusualmente cálidos. Le recordaban tanto al muchacho que hacía nada le había hecho creer que estaba enamorado de él y correspondía sus sentimientos… y sólo para jugar. Cómo olvidar aquella tarde en la habitación de Rukawa donde quiso terminar con todo de una vez y el astuto zorro le hizo creer esa mentira gigante sólo para extender sus encuentros… y ahí estaba él,  dispuesto a creer lo que dijera, deseoso de ser lo que el otro quisiese que sea a pesar de saber cómo eran realmente  las cosas. Y se sintió mal. Un nudo pesado y frío se le formó en la boca del estómago y se iba expandiendo por su vientre y pecho, amenazando con atenazarlo entero.
-No sé en qué estás pensando, Hanamichi, pero esto es simple: te deseo ahora mismo -y para dar veracidad a sus palabras apoyó sus caderas contra el cuerpo del pelirrojo, haciéndole notar la erección atrapada tras la toalla.
Hanamichi tragó duro. Rukawa lo trastornaba por completo y le era imposible no caer en su juego. En un pestañeo ponía sus ideas y sentimientos de cabeza. Todo se mezclaba dentro de su cabeza; el amor y el odio eran la misma cosa, la calidez y la frialdad se mezclaban en los mismos iris, el juego y el amor real no se distinguían uno del otro. Lo único firme y concreto era el deseo mutuo, que desde el primer encuentro lo arrastró a las ráfagas de un tornado devastador. Y Hanamichi deseaba ser arrastrado y consumido, incapaz de pensar en el destrozo que dejaba en su corazón después.
La parálisis desapareció cuando la boca de Rukawa lo atrapó en un beso caliente y demandante. Se besaron chocando los dientes, mordiendo sus labios, enlazando sus lenguas, palpando la excitación en la boca ajena. Hanamichi lo sujetó de los cabellos, evitando cualquier alejamiento. Actitud innecesaria, pues Rukawa no atisbó a alejarse en ningún momento. Las manos del número once hurgaban por debajo de sus ropas, y cuando se colaron en su ropa interior, Hanamichi soltó un gruñido de satisfacción ronco entre los labios de Kaede. Sin dejar de besarlo, lo fue empujando hasta la banca, decidido a concretar lo que no les fue posible la primera vez. Giró y se sentó en el banco de madera, y tomando a Rukawa de la cintura lo colocó encima suyo. El peso en sus piernas se le antojó delicioso, y los movimientos pélvicos de su eterno rival encima de su miembro  lo llenaban de ansiedad. Le desanudó la toalla, y toda la longitud de Rukawa se erigió entre sus abdómenes tensos.  El pelinegro se levantó apenas, y buscando a tientas sacó  el miembro de Hana de su escondite, y no tardó nada en empalarse él mismo, en un movimiento lento y continuo. Hanamichi pudo sentir la resistencia al entrar; todo el interior caliente y apretado que lo recibía sin titubeos. Sus bocas se separaron, sus ojos conectaron y ambos se estregaron al deseo de sus cuerpos adolescentes. Hanamichi lo sujetó con ambas manos de la cintura, y comenzó  a subirlo y bajarlo en toda su extensión, impulsando sus caderas arriba cada vez que lo bajaba, queriendo llegar más profundo en cada embestida, queriendo perderse en ese canal ardiente. Rukawa se ayudaba impulsándose con sus manos de sus hombros, gimiendo sin control cada vez que bajaba y Hana tocaba ese punto dulce dentro de él que lo enloquecía de placer.
-No voy a aguantar mucho más – alcanzó  a hilar el pelirrojo mientras seguía taladrando a un ritmo frenético. Dos embestidas más y su abdomen fue salpicado por un chorro espeso de semen caliente, y su pene estrujado por las intensas contracciones de la eyaculación. No necesitó más estimulo para correrse gimiendo lastimosamente, deseando morir y renacer allí dentro.
Se quedaron quietos, conectados aún sus cuerpos y miradas, acompasando sus erráticas respiraciones. La dureza de Hanamichi no bajaba, y cuando Rukawa lo notó, una sonrisa perfecta se le dibujó en los labios. Sonrisa que se contagió un enamorado pelirrojo.
Horas después,  el sorprendido guardia de seguridad del colegio los felicitaba por quedarse entrenado a deshoras como nadie, y les deseaba éxitos en el futuro campeonato.











Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora