Una noche que no se acaba (parte 3)

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Como zombie Hanamichi se levantó de la cama con la sensación de estar viviendo una situación  duplicada, pero con poca certeza exacta de cuál, ¿o será que sólo eran ideas suyas? ¿O tal vez el alcohol no había desaparecido del todo de su sistema? Se sentía fuera de sí. El timbre había sonado a lo lejos mientras estaba cayendo por fin en las garras del sueño, y  pensó otra vez en las andanzas de Ookus y Taka mientras bajaba con pie de plomo y lento -muy lento- por las escaleras para abrirles a sus amigotes, decidido a volver lo más pronto posible al cuarto y retomar el descanso. La memoria no atinaba a volver; el letargo tras el sueño interrumpido era denso y asfixiante. Asfixia que se disipó  de golpe cuando sus ojos entrecerrados tras abrir la puerta enfocaron la figura  alta y delgada que tan bien conocía: Kaede Rukawa estaba allí, plantado en la puerta de su casa a la luz  débil y pálida del amanecer. Creyó estar soñando aún, o mínimamente confundido. Refregó sus ojos con fuerza, incrédulo, haciendo  que éstos  lagrimeen por la presión mojando sus dedos,  pero  al volver a mirar el umbral la figura era la misma, solo que más nítida, y podía jurar que más perfecta también. Se quedó embobado mirando los ojos azul eléctrico, y pensó fugaz que era cierta esa afirmación  que escuchó una vez de que el alba era la mejor hora para filmar o tomar fotografías,  pues la cualidad de la luz realzaba los colores. La hora mágica, decían… Y en esa magia quedó atrapado cuando los labios de Kaede se curvaron sutilmente en una sonrisa exclusiva para él, que logró por fin sacarlo de su modorra golpeándole el corazón. Le costó  despegar la vista de los ojos y la sonrisa indescifrable del número once porque, definitivamente, había algo diferente en su expresión que lo alertaba, y buscó  en el resto  de su cuerpo alguna pista; escaneándolo veloz se deleitó con lo perfecto que era, con sus proporciones  exactas, con lo bien que se le ceñía el jean en los muslos,  con los mechones azabaches que le surcaban la frente estratégicamente, con los antebrazos tersos y blancos… cuando  su escrutinio pasó por la mano herida, ahora ya vendada, sintió la culpa roerle la consciencia y dio por terminada la inspección,  quedando sus ojos clavados  en sus propios pies descalzos.

-¿No me vas a invitar a pasar?

La pregunta en tono monocorde quedó flotando  en el aire, y no le quedó  más remedio  que volver  a mirarlo para intentar comprender qué pretendía  esta vez, y se sorprendió por la ansiedad que reflejaba su rostro, que poco coincidía con lo neutro de su pregunta.

-¿Qué haces aquí?- fue lo único  que atinó a preguntar porque era lo que deseaba saber a fin de cuentas .

-Necesito que hablemos, Hana -dijo casi suplicante, en tono muy bajo, sorprendiéndolo- Por favor.

Hanamichi se le quedó mirando. Era la oportunidad  que tanto había ansiado mientras se duchaba para pedirle perdón por sus continuos arrebatos, por su violencia desmedida; la oportunidad de zanjar de una vez por todas una relación  que lastimaba física  y emocionalmente. Después  de fantasear con aparecerse  en la casa del pelinegro pensó que era más de lo que podía pedirle a la vida.
Iba a hacerse a un lado para darle paso, pero quemado por las experiencias  anteriores  con Kaede dudó de sus intenciones y se mantuvo firme. ¿Y si solo buscaba  terminar la noche metido en  su cama por capricho o simple lujuria? Tal vez lo mejor era desprenderse de él por lo pronto y hablar cuando ambos estuvieran en mejores condiciones anímicas, más lúcidos y en algún lugar neutral que no los invite a terminar sudando en posición horizontal. Iba a plantearle la idea cuando la voz suave y masculina lo sacó de sus dudas.

-Necesito que sea hoy, ahora mismo.  Por favor- le pidió Kaede nuevamente acercándose un paso, quedando a centímetros de su cuerpo, sin quitarle la mirada azulina y suplicante de encima.

-No creo que sea buena idea después  de todo lo que pasó esta noche-le dijo, tratando de convencerlo y de convencerse, débil por los modos nuevos del pelinegro, imposibilitado de alejarse de ese cuerpo  que ya lo mareaba con la cercanía.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora