A Corazón Abierto (parte dos)

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Con las piernas de Kaede en sus hombros se regodeaba de la fricción extrema en su miembro, que estaba a punto de explotar por cuarta vez  esa mañana. Se sentía tan bien la presión y el calor corporal en cada parte que se tocaban que trataba por todos los medios  de prolongar el placer. Aparte de bellísimo y erótico, el pelinegro se veía agotado, y Hana debía admitir que también él mismo   estaba cerca del agotamiento, pero su apetito desmedido por el zorro lo llevó a reanimar las llamas cuando notó que Kaede se disponía a descansar luego de haberse venido - sino contaba  mal- unas cinco veces. Fue solo cuestión  de comenzar a mordisquearle suave los costados y la pelvis para verlo deseoso y perceptivo nuevamente, con una erección  exhausta pero firme, lejos del embrujo  del sueño.  Durante el lapso que le hizo continua y frenéticamente  el amor sus pensamientos estuvieron apagados,  pero ahora que las revoluciones de ambos habían bajado y estaban cerca del final de la velada, que el muchacho bajo suyo disfrutaba con los ojos cerrados mientras retorcía las sábanas por encima de su cabeza, acallado, concentrado  en lo que sentía entre sus piernas, ahora su mente no dejaba de repetir:  es perfecto, es perfecto,  es perfecto.  Y claro  que tampoco dejaba de maravillarse de tenerlo allí y así, para él solo, enamorado, entregado, desinhibido, relajado, complaciente. 
Cambió leve la posición  para quedar encima, apoyado en su brazo izquierdo para mantener la distancia necesaria para observarlo y con la mano libre comenzó a masturbarlo con poca delicadeza mientras buscaba  el ángulo que más fricción les proporcionase, y la manera en que  Kaede abrió los ojos y dejó escapar un gemido sorpresivo y lastimoso, le dijo exacto dónde, y se concentró  en poner toda la energía en pegar en ese punto, y suplicó por aguantar algunos segundos más. La sensación  era tan caliente, tan desesperada, que si no explotaba dentro  de Kaede pronto se destruiría, lo sabía. El movimiento de su mano y sus estocadas se fusionaron, y ambas coordinadas, profundas y exactas, llevaron  al pelinegro al éxtasis, y esa sensación  increíble de sentir por dentro cómo  llegaba al orgasmo lo catapultó al propio, tan necesitado y prolongado. Se desplomó a su lado, sintiéndose débil de repente, como si  de su cintura para abajo fuese de papel. Así y todo, sentirse  así era una delicia, con los resabios del orgasmo aún recorriendo su sistema y con el pulso y la respiración acelerada.
Quedó con los ojos  cerrados unos segundos y escuchó como a su lado Kaede se removía y se acomodaba para abrazarlo por la cintura,  recostando su cabeza sobre el pecho, en clara propuesta de descanso .
Se dijo a sí mismo que en unos instantes más lo abrazaría, pero cuando su respiración se acompasó el sueño y el cansancio ya  se lo habían llevado.

Despertó por la  sed que le secaba el cuerpo y en especial la garganta, y en nada supo dónde estaba y con quien. Sabía perfecto de quién era la pierna que rozaba la suya. Giró el rostro para dar con la espalda de Kaede, que dormía en una semi posición  fetal. Se incorporó sobre su codo y se quedó mirando la escena con un poco más de perspectiva, y no pudo evitar  deslizar el dorso de su índice por toda su columna, desde la nuca hasta el coxis, disfrutando la textura  cremosa. El durmiente no reaccionó, y tampoco lo esperaba. Su rostro estaba cubierto por la posición  de la cabeza, por los cabellos despeinados y los antebrazos. La sed no remitía y se levantó para  ir a beber, no sin antes percatarse que la luz a través de la ventana era pálida. Ya en la cocina vio que eran más de las siete de la tarde… o habían dormido demasiado o sencillamente habían pasado demasiadas  horas de sexo. No sentía haber dormido mucho, y la sensación de flojedad en las piernas le dijo que era lo segundo. Se sonrió. Apuró tres vasos  de agua y se llevó la jarra y un vaso a la habitación,  no sin antes pasar por una ducha ligera en el baño de abajo. Quería dejarlo descansar tranquilo después de lo exhausto que lo notó. Depositó la jarra en la mesa de luz para que sea lo primero que  viera al despertar, y bajó presuroso y animado a preparar algo de cenar. La felicidad y satisfacción que sentía lo tenían en las nubes,  algo hiperactivo, deseoso que Kaede  despertara. Mientras se duchaba y mientras cocinaba no dejaba de pensar en todas las cosas que se habían  dicho,  en la cantidad de malos entendidos y provocaciones en las que habían caído ambos.  Habían cosas de las cuales no estaba  del todo seguro de haber entendido,  y sentía curiosidad  por la intervención  de Yohei, pero se decía a sí mismo que no podía quedarse  pensando en lo que pasó ni en otra persona que no sea el chico enamorado que en ese mismo momento descansaba enroscado en su cama.
Casi las ocho, la cena enfriándose, la cocina  reluciente y el bello durmiente no daba signos de vida.  Ansioso más que aburrido lo fue a buscar y para su asombro estaba igual. Esta vez rodeo la cama y pudo observar su cuerpo al descubierto y un trozo de mandíbula que desde la  otra posición  no veía. Perfecto era poco. Se sentía extraño  admirando y deseando un cuerpo  masculino, tan similar al suyo y a la vez tan diferente e inexplorado. Podía ver las plantas de sus pies totalmente  rosadas, los tobillos , las piernas casi lampiñas, y al llegar a sus muslos la evidencia del sexo estaba presente: un trazo de semen seco, brilloso y abundante. De solo recordar los momentos que los  llevaron a ese enchastre  la tensión comenzó a arremolinarse en su bajo vientre. El pecho de Kaede se expandía a cada respiración, a un ritmo lento. Su anatomía era bellísima, pero no podía quedarse mirando solamente. Se sentó  a su lado en la cama y buscó su rostro apartándole el cabello revuelto de la frente, y hasta que no despejó todas sus facciones no estuvo en paz. Si su cuerpo  era bellísimo,  su rostro no tenía calificativo. El lastimado de la ceja lo volvía humano, si no, se parecía demasiado una obra de arte surrealista de labios llenos y rojos, óvalo ideal,  piel de mármol y mejillas arreboladas, casi  virginales.  Y para coronar el cuadro mental en que se estaba recreando, Kaede entreabrió los ojos, dejando escapar el azul profundo que dormía hace nada  tras los párpados.  Hana sintió su corazón saltar ansioso, y la sonrisa que afloró de los labios del pelinegro  al entrar en contacto con la realidad inmediata y su presencia, hizo que directamente se desboque en su pecho y bombee  felicidad a cada  terminación  nerviosa.

-Tienes una mirada potente, torpe. Me despertó -sentenció Rukawa  con la voz pastosa y se incorporó apenas.

-Y tu tienes un sueño demasiado pesado-replicó para luego darle un beso húmedo y corto de buenos días, o tardes, o noches. Lo mismo daba.

-Necesito el baño- le dijo incorporándose por completo, pero no lo dejó continuar. Lo tomó con suavidad de la nuca y lo atrajo para darle un beso más profundo. La boca de Kaede  estaba seca y recordó su propia sed. Probablemente  él estuviera  igual o más  sediento.

-Traje agua. Toma- le dijo,  y mientras le servía un vaso lo notaba incómodo - ¿pasa algo?

Tuvo que esperar que tomara  el vaso en tres cortos tragos y recién  ahí Kaede lo miró directo, pero obvió su pregunta.

-Gracias. ¿Qué  hora es?

-Las ocho. O casi. Preparé la cena y muero de hambre, zorro dormilón. ¿Traigo o bajas?

-Me baño y te veo en la  cocina.


Hana bajó contento y prendió la tv sintonizada en el canal de música, como siempre,  y dejó el sonido bajo para seguir los movimientos de su amante al deslizarse por la planta alta; escuchaba los pasos de Kaede por el pasillo en dirección  al baño y se sonreía de solo pensarlo. Sirvió la mesa mientras oía el agua de la ducha caer, y se quedó mirando el patio trasero a través de la ventana de la cocina. Los minutos pasaban, el agua seguía corriendo  y la ansiedad de Hanamichi iba en aumento mientras se iba olvidando del hambre estomacal para ser reemplazado por su apetito sexual. Sin darle demasiadas vueltas a la idea salió disparado rumbo al baño subiendo los peldaños de la escalera de dos en dos. Cuando abrió la puerta Kaede cerraba el grifo del agua, y esa escena tan recurrente e inocua que se daba tras tantos partidos o entrenamientos en los vestidores del gimnasio -escena que le era indiferente al principio y dolorosa hace unas semanas y trataba de evitar- ahora  adquiría dimensiones  pornográficas en la mente del pelirrojo. No sería su primera vez en una ducha, pero se proponía que fuese inolvidable. No le dio tiempo  a salir del cubículo de la ducha que ya se estaba quitando la ropa  en tiempo récord, y avanzaba hacia el pelinegro con un semi erección, que fue completa cuando vio el brillo lujurioso en los ojos azules que devoraban su cuerpo.

Del Odio al AmorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora