Hanamichi no hallaba la manera de zafarse del acoso de Rukawa; primero en la playa, y ahora, camino de regreso, no dejaba de mirarlo con lascivia en los ojos. Al final el zorro se había dormido el resto de la tarde tirado sobre la arena, y hasta él mismo se había pegado una siesta muy breve bajo el sol. Por supuesto que cuando se acostó, lo trató de hacer lo más alejado posible del cuerpo del zorro. Suficiente había tenido con haber dormido a su lado la noche anterior, como para exhibirse cerca de él estando todos sus compañeros allí; pondría un límite a ese muchacho de cabellos oscuros, no por proteger a Haruko se dejaría acosar por ese pervertido; además estaba el hecho de no dejar mal parada a la chica, ya que seguían saliendo; y lo más importante de todo: no permitiría que nadie hablara sobre su sexualidad. Acostarse con Rukawa había sido un caso especial, producto de los continuos acosos por parte de éste -y en este punto entendía que Rukawa justificara todo con la sencilla razón de ser un chico y tener sangre- , y el seguir acostándose con él, era ahora aún más especial, por que lo hacía por proteger a la chica a la que si bien no amaba, quería con el corazón por su manera de ser tan dulce, y también por que había sido la primer chica que no lo rechazó y supo ver más allá de su apariencia de patotero recién salido del reformatorio. Hana no admitía la posibilidad de que con el pelinegro hubiera algo más que los uniera; para él, Rukawa lo buscaba a la hora de tener sexo porque no podía tener tan fácil a Haruko, y como sabía que él haría cualquier cosa por alejarlo de la chica… no se le ocurría que el número once pudiese sentir algo más que deseo por él, le parecía absurdo, una idea por demás descabellada.
Y sí, ahora estaba soportando el peso de la mirada azulina. No lo veía, pero lo sentía sobre su nuca. Hacía todo lo posible por mantenerse delante de él, porque el tenerlo de frente era un esfuerzo titánico, ya que no se molestaba en apartar la vista, y podía ser evidente para cualquiera que allí pasaba algo. A la primera oportunidad lo encararía para zanjar el asunto; una cosa era hacerle el favor de acostarse con él, y otra muy distinta era aguantar sus acosos públicos.
Hana se sonrío cuando pensó que le hacía un favor, y una pequeña idea se le estaba asomando a la cabeza, pero a medio llegar quedó truncada por la interrupción de un bocinazo proveniente de la calle. Si hubiese llegado a florecer en su cerebro, se hubiera dado cuenta de que no era un favor lo que le hacía, pero para su tranquilidad, no sucedió. Y así se sentía bien.
Apenas llegó al hotel encaró a la habitación ya que necesitaba un baño, y necesitaba hablar lo más pronto posible con Rukawa.
Era la tercera vez en el día que se duchaba; una vez había sido a la madrugada luego de volver de la playa, otra luego del partido, y ahora ahí estaba de nuevo, tomando un cálido baño, relajando los músculos luego de la tensión del día. Aún sentía cansancio en el cuerpo, pero lo que lo estaba realmente matando era el stress del saber que tenía una charla pendiente. Siempre le había sido difícil entablar el más mínimo diálogo con Rukawa, aunque si quería ser sincero, admitía que jamás había echo el intento, y para insultarlo o burlarse de él no necesitaba mucha inspiración.
Estaba con los ojos cerrados, con la cabeza en alto dejando que la lluvia del agua le cayera en la garganta para luego entibiarle el pecho, cuando sintió un par de brazos que lo sujetaban de la cintura y un aliento que se le pegaba a la línea de su hombro. Y ahí estaba Rukawa, y él no lo había podido escuchar acercarse, como de costumbre. Estaba vestido, podía sentir la tela de su remera sobre su espalda, y ahora era consciente de que el muchacho zorruno pegaba su mejilla a su cuerpo, como si fuera un abrazo amoroso y no una clara invitación al sexo como él ya había imaginado. Este pensamiento lo turbó, por lo cual enseguida optó por deshacerse del agarre, cosa que no le resultó muy sencilla, ya que el otro estaba resuelto a no dejarlo escapar. Lo único que pudo conseguir sin utilizar la fuerza bruta, fue quedar frente a él, y alejados lo suficiente como para que los pechos no se toquen. Tenía toda la intención de ubicarlo de una vez por todas aunque eso requiriese ser poco sutil, pero el pelinegro se le adelantó, y pudo ver como cerraba sus ojos y se le acercó velozmente para besarlo. Sus labios estaban casi helados, y se sentían tan suaves que no quiso ni pudo rechazarlo. El beso era lento, apenas si abrían sus bocas. Hana quería transmitirle calor, y sin pensarlo dos veces lo apretó contra sí, empapando por completo la ropa de Rukawa. Mientras recorría con la lengua los delgados labios, sus manos se metían bajo la remera, acariciando una espalda que se le antojó aún más helada que su boca, por lo que de inmediato dio unos pasos hacia atrás para meterlo completamente bajo el chorro de agua tibia. El contraste de los labios fríos que estaba probando, con las gotas de agua calientes que caían del pelo y frente de Rukawa, estaba volviendo loco a Hanamichi. Lo que había empezado como un beso lento, casi tímido, era ahora un entrecruce de lenguas desesperadas que peleaban por dominar la cavidad ajena y saborearla. Hana podía sentir la respiración agitada del otro, y también la suya, que venía acompañada de un placentero tirón en su entrepierna. Bajó sus manos aún más, y llenó sus palmas con las nalgas enfundadas en la tela de la bermuda, y con fiereza las masajeaba, y a cada movimiento de sus manos, Rukawa se apretaba más y más a su cuerpo, arqueándose lo más que podía sin romper la unión de sus bocas. La tela le estorbaba para acariciar, jamás había sentido la piel de su trasero, y era eso lo que ahora tenía entre ceja y ceja. Lo alejó unos escasos centímetros para romper el abrazo y buscar los botones que lo librarían de la molesta prenda. Inevitablemente el beso cesó, pero Rukawa enseguida siguió besándole el cuello, bajando lentamente hasta su clavícula y siguiendo la línea hasta su hombro. Hana sentía torpes las manos, no podía concentrarse en la tarea que tan desesperado lo traía, por lo cual ya bastante exasperado, lo apartó aún más, dejando al chico con el cuello demasiado estirado y lejos de la piel que estaba probando.
-Torpe-le dijo en un susurro Rukawa, sin mirarlo.
-Maldición...estos estúpidos botones...
Y cuando por fin pudo desabrochar el último, Rukawa posó sus dos manos en su pecho y le dedicó una mirada que dejó a Hana completamente petrificado. Nunca había visto una mirada tan dulce en esos ojos que ahora parecían azul noche. ¿Amor? ¿Hasta tanto podía llegar a fingir ese maldito?
-Hanamichi...yo...yo...te...
Absolutamente enojado, no le permitió seguir hablando. Hana sabía lo que quería decirle, es más, ya había escuchado como se lo decía el día anterior a Haruko mientras la besaba del mismo modo; y no permitiría tal hipocresía.
De un movimiento rápido y violento, lo dejó de espaldas contra la pared de azulejos, cortándole el habla de golpe al estrellarlo sobre la superficie empañada. Hana sentía una extraña opresión en el pecho luego de recordar la imagen del día anterior, pero no pensaba dejar que nada de lo que sintiese aflorara a sus ojos o voz.
-¿Es en lo único en lo que piensas? ¿En sexo?-le espetó tranquilo.
Rukawa no decía nada, en la máscara que tenía por rostro apenas asomaba un dejo de poco entendimiento.
Asqueado ante el silencio que tomó como una afirmación, lo soltó inmediatamente para salirse del pequeño cubículo que hacía las veces de ducha y tomó la toalla para cubrir su desnudez que ya evidenciaba el grado de excitación al cual había llegado tras sólo unos cuantos besos. Ya en la puerta, sintió como Rukawa lo llamaba con apenas un hilo de voz, y cuando se volteó para mirarlo, lo encontró en la misma posición que él lo había dejado, pero con la cabeza completamente gacha, donde el pelo negro le cubría completamente el rostro.
-Lo prometiste-dijo mientras levantaba la cabeza para clavarle una mirada que no pudo descifrar.
Hana no se esperaba semejante salida del zorro, y se le quedó mirando como si fuese un bicho raro. La imagen era digna de observar; tan pálido, con la ropa completamente pegada al cuerpo, como una segunda piel; ese pelo tan lacio y tan negro que caía demasiado sexy-para su gusto- sobre su frente, tapando apenas esas orbes azules que estaban clavadas en él. Y cuando dirigió su mirada al pantalón completamente desabrochado, fue demasiado para Hana el ver que el miembro del otro se notaba claramente erguido y aprisionado por tan sólo una tela empapada. Cuando se quiso dar cuenta, ya estaba de nuevo bajo el agua, aplastando sus labios con los de Rukawa, y haciéndole sentir con dureza su propia erección.
La piel de éste ya estaba caliente, y el agua lograba que sus manos se deslicen con mayor facilidad por la espalada y hombros del pelinegro. Lo besaba con tal avidez, que se daba cuenta de que a Rukawa le dolían los labios tanto como a él; no podía evitarlo, quería fundirse por completo en esa boca, devorarlo. Abandonó con desgano la boca que ya se veía hinchada y rojiza, para comenzar a besar y succionarle el cuello. Se sentía fuera de sí, y poniendo más énfasis en lo que hacía, fue dejándole cuantiosos cardenales a su paso.
Rukawa echaba su cabeza hacia atrás, exponiendo más de esa piel blanca dispuesta a ser torturada por la boca del ardiente pelirrojo; pero éste, una vez satisfecho en su cuello, siguió bajando y se topó con el cuello de la remera que aún tenía puesta. Por encima de la tela mojada empezó a repartir besos, hasta que se encontró con el bulto que generaban los pezones de Rukawa; allí comenzó a succionar uno, a beber la humedad de la tela que lo separaba de esa zona rosada y dura. Repitió la misma acción del otro lado, y para cuando ambos estaban igual de erectos, escuchaba como Rukawa jadeaba y aumentaba con dolorosa fuerza el agarre sobre su cuello, evitando que se separase. Con esfuerzo logró separarse para volver a atacar los labios mientras quitaba, de una vez por todas, la remera que se negaba a desprenderse del cuerpo del zorro. Y ahora tenía ante sí el pecho blanco y liso, y no se demoró en descenderlo a lametazos, hasta llegar a la ya desabrochada bermuda que lo separaba de lo que más deseaba en ese momento. De un tirón logró que cayese la prenda dejándolo expuesto, con su virilidad apuntando firmemente hacia arriba. No pudo resistirse a ese pedazo de carne que tenía frente, y casi con gula en los ojos comenzó a devorarlo con ansias. Su boca se encerraba en torno del miembro, ejerciendo la mayor presión posible sin lastimarlo, y así subía y bajaba por toda su extensión, mientras que con las manos nuevamente había tomado posesión de sus glúteos para masajearlos enérgicamente al mismo ritmo.
Hana estaba muy concentrado en su tarea, pero se dio cuenta de que su zorrito no estaba emitiendo ruido alguno, y esto inmediatamente le preocupó, por lo cual, sin dejar lo que estaba haciendo, miró hacia su rostro y pudo ver como el otro estaba con los ojos fuertemente cerrados, con la cabeza hacia arriba y sujeto con ambas manos a las paredes circundantes. Sonidos no salían, pero gesticulaba con la boca a más no poder, como si quisiera gemir con fuerza pero no le saliera la voz; el agua caía sobre su boca abierta, y volvía a rebalsarse por sus comisuras, dándole un aspecto excitante que de inmediato acabó con la poca paciencia de Hanamichi, que murió de deseos por estar dentro de él.
Lo tomó de las caderas empujándolo para que quedase a su misma altura, ya que él había estado arrodillado, y el zorro cayó con pesadez, quedando sentado contra la pared, teniendo a Hanamichi entre sus piernas. Hana estaba totalmente embelesado con la imagen que tenía ante sí: Rukawa abierto de piernas frente suyo exponiendo su parte más vulnerable, con los ojos cerrados, los labios rojos entreabiertos, el agua resbalándole por el cuerpo, y con el pecho que le subía y le bajaba rápidamente preso de la agitación. Acercó más sus caderas hacia él, posicionándose mejor para estar a la altura de su entrada, y con su mano tomó su propio miembro -que no necesitó de ninguna estimulación manual para estar listo- y lo dirigió hasta el anillo de carne rosa que lo invitaba, dispuesto a entrar. Pujaba por entrar, pero apenas logró que su cabeza se introdujese, cuando escuchó como el zorro largaba un grito ahogado de dolor mientras se tensaba, y sin querer, le producía más placer a Hana que sintió como su miembro era apretado con mayor fuerza. Si el grito de dolor había sido una advertencia, esta última sensación había logrado que la olvidase. Con mayor fuerza se metió más dentro de esa cavidad que le impedía el paso con su estrechez.
-¡Duele! ¡Despacio!-le gritó entre jadeos Rukawa mientras clavaba con furia los ojos en él.
-¡Aguanta! Sólo un poco más...-decía Hana mientras trataba de llegar más profundo. El agua que, pensaba que en un momento podría ayudarlo, estaba haciendo todo lo contrario; sólo lograba que hubiese más fricción, cosa que a él no le molestaba, pero a Rukawa sí.
-No...espera...
-Sólo un poco...ya casi-gemía Hana, ajeno a las súplicas del pelinegro, y empujando más aún.
-¡Maldición! ¡Que te esperes, te he dicho!-le gritó con más furia, y frenando el avance del pelirrojo dentro suyo con ambas manos, apartándolo.
Por fin, Hana recuperó un poco de la cordura, y pudo ver el dolor y el enojo en el azul en el que se reflejaba. Arrepentido por su brutalidad, se acercó apenas para buscar los labios y susurrarle una disculpa. Al principio Rukawa no estaba muy dispuesto al beso, pero Hana fue sintiendo como cedía con los segundos. Y sin salirse de él, siguió besándolo, y para relajarlo lo comenzó a masturbar con parsimonia. Pasaban los minutos y pudo sentir como Rukawa acercaba más y más sus caderas contra la suya, haciendo más profunda la penetración. Ese fue el indicativo para el pelirrojo de que podía seguir, y sin más, sin dejar de besarlo, comenzó a moverse. Al principio los movimientos fueron difíciles y cortos, luego de haber ganado lubricación se hicieran más rápidos y largos. Con cada estocada, prácticamente se salía de las entrañas del zorro para volver a entrar con más fuerza aún. Rukawa era un mar de gemidos y jadeos para mayor satisfacción de Hanamichi que, ahora ya no lo miraba ni lo besaba, si no que cerraba sus ojos dejando que la lluvia cayese sobre su cara, mientras se sentía muy cercano al orgasmo; y fue entonces cuando sintió como esa carne lo estrujaba más y más, siguiendo un ritmo como si fueran pulsaciones. Rukawa había acabado, y eso fue suficiente estímulo para que Hanamichi se corriera dentro suyo, compartiendo su calor.
Se quedaron allí unos minutos mientras las fuerzas y el aliento les volvían. Hana seguía sin salirse de él, y el zorro permanecía casi desmayado y con los ojos cerrados totalmente apoyado contra la pared.
Hana sentía tantas cosas cuando lo veía así, en esa aparente calma, sin emociones indescifrables en su rostro.
-Oye, zorrito, no te vayas a quedar dormido-le decía mientras que con delicadeza quitaba su miembro.
Pero por lo visto su advertencia le llegó tarde. El pelinegro no reaccionó. Por un momento Hana sintió deseos de patearlo para que despertase -como solía hacerlo cada vez que lo encontraba durmiendo en algún sitio impensable- pero se detuvo, y con una mueca de satisfacción bastante disimulada, lo alzó en vilo, y como pudo lo llevó a la cama, sintiéndose como un idiota por llevar a ese zorro apestoso como si se tratase de una princesa. Claro, una princesa de casi un metro noventa de altura...
Se sonrió mientras lo depositaba con dulzura sobre el colchón que ya se estaba empezando a mojar con el agua que se les escurría, y pensó que lo único que le faltaba era darle un beso en la frente y desearle dulces sueños. Concentrado en sus pensamientos estaba, cuando sintió el peso de esos ojos azules otra vez abiertos y mirándolo.
-Pensé que dormías-le reprochó.
-Lo hacía, pero me despertaste-le dijo mientras se incorporaba para buscar sus labios nuevamente.
Hana quería volver a sentirlo, pero debía de detenerlo ahora que todavía no había caído por completo en la red de seducción; debía de imponerse un poco su cordura, por lo cual lo rechazó, alejando su cara.
-Creo que sabes que tenemos que hablar, y prefiero que sea ahora-le dijo tajante y con desafío en la mirada.
-¿De qué?-le contestó mientras adoptaba una posición más cómoda sobre la cama.
-Pues sobre esto... ¡No te hagas el idiota, zorro!-le dijo ya algo enojado por la imperturbabilidad de Rukawa.
-¡Oigan, chicos! Dejen de andar peleándose y bajen en cinco minutos al comedor que se sirve la cena. Y ya déjense de gritos o me obligaran a entrar-les llegó la voz de Ayaco desde el otro lado de la puerta, asustándolos a ambos.
Hana en seguida se encrespó y corrió al baño, no sea cosa que la manager se decidiese por entrar y los encuentre a los dos desnudos y mojados sobre la cama.
-¿Me escucharon?-decía mientras golpeaba la puerta.
-Sí, en seguida bajamos-respondió Rukawa lo suficientemente alto como para que se oyese del otro lado.
-Ok, los esperamos, y traten de no matarse en el camino.
Hana lanzó un suspiro de alivio, y tomando una toalla para él y otra para el zorro, volvió al cuarto. Estaba molesto por la interrupción, y justo ahora que había tomado el impulso para hablar.
Le arrojó la toalla a Rukawa, que se le quedó mirando sin moverse.
-¿Y ahora qué miras?-le dijo algo enojado.
-¿No querías hablar?
-Ya no, más tarde. Escuchaste a Ayaco, nos están esperando, y no quiero que nadie nos interrumpa en la charla. Quiero que queden las cosas bien claras-y dicho esto, empezó a vestirse.
Rukawa solo alzó los hombros e imitó a Hana.
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Era la primera vez que Hanamichi estaba molesto con Haruko; tanto había insistido la chiquilla en ir a aquél sitio, que no pudo darle un no rotundo. Puso las mil y un excusas, pero la niña no había dado el brazo a torcer en su empeño. Por ese motivo, ahora estaba en ese antro mal iluminado, lleno de humo de cigarrillo, música que le hacía doler los oídos, y gente que cada vez que pasaba cerca de él lo empujaba debido al amontonamiento de cuerpos. Una sola vez había tratado de encaminarse para ir al baño, y se arrepintió enormemente. Fue una tortura abrirse paso entre la gente. Entre la multitud, era claro que Hanamichi destacaba por su altura, pero a la hora de hacerse lugar para caminar entre el gentío eso no valía nada. Se había hartado de ser delicado y pedir permiso, así que había usado su fuerza bruta para hacer a un lado a un grupo de niñas tontas que parecían no oírlo; aplicó la menor de las fuerzas y vio horrorizado como una de ellas caía con estrépito, despatarrándose en el piso. Por supuesto que los reclamos por parte del grupo no se demoraron en llegar; lo acusaron de bruto, de animal pelirrojo, y hasta de pervertido, y vaya a saber uno si Hana entendía el porqué de esta última palabra. Luego de unas rápidas disculpas, se desapareció con una velocidad sorprendente, aguantándose las ganas de orinar, que tampoco eran tan fuertes.
Y desde ese suceso traumático, se había quedado sentado en la mesa que les habían asignado al entrar, mesa que compartían con Yasuda y Shiozaki. La mesa de la derecha estaba ocupada por Mitsui, Ryota, Ayaco y Rukawa. El resto del equipo había preferido quedarse a descansar, pero Hana se había visto arrastrado por su novia, muy en contra de su voluntad. Pero por lo visto él no era el único débil contra las artes femeninas, por que el zorro también había sido instigado hasta el cansancio por Ayaco para que no se perdiese la única salida nocturna del viaje, y había cedido.
Lejos habían quedado las posibilidades de aclarar todo el asunto esa misma noche con Rukawa. Molesto como estaba, lo único que hacía era tomar a pequeños sorbitos la bebida alcohólica que le había pedido Ayaco, que sorprendió a todos con la cultura alcohólica que presentaba. Conocía todos y cada uno de los tragos que estaban en la carta. A él le había pedido uno muy suave y dulce con gusto a durazno. Hana no había tomado jamás, la diversión hasta ese entonces, junto a sus amigos, había consistido en merodear por el barrio buscando alguna pelea inofensiva, reunirse en el local de Pachinko un domingo, o ir a casa de Yohei a jugar a los video juegos hasta que la madre de éste los echara por vagos.
En la cara de Haruko se podía ver la decepción por la actitud de su chico que no hacía más que estarse ahí sentado. Le había dicho de bailar, pero este se negó más aún, ya muy cerca de enojarse por completo, por lo cual prefirió no insistir.
Por su parte, el pelirrojo miraba de a ratos hacia la mesa vecina. Ahora sólo quedaban Mitsui y Rukawa. Mitsui se veía muy a gusto en ese lugar, mientras tomaba de a grandes tragos un líquido amarillento en un vaso largo, miraba hacia la pista donde se conglomeraban todos los cuerpos tratando de bailar, y se movía imperceptiblemente al compás de la música. Rukawa estaba cruzado de brazos, ya se había acabado tres vasos de la bebida que le había pedido Ayaco, y miraba desganado la muchedumbre.
Y así siguieron un rato más, pero por suerte, Haruko había desistido de sacarlo a bailar y ahora conversaban de tonteras de la escuela y del equipo, por lo cual Hana se olvidó del zorro por un momento.
-Vaya, por fin a Rukawa se le conoce alguna chica-dijo a su lado Yasuda, atrayendo por completo la atención de Hana que no entendía muy bien lo que había querido decir el otro.
-¿Qué?-preguntó mientras miraba a la mesa de al lado para encontrarla vacía.
-Que parece que por fin se decidió por prestarle atención a alguien. Miren, allá en ese rincón-y les señaló con un movimiento de cabeza una zona alejada de la pista, cercana a los aseos.
Hana no lo podía creer. Allí estaba ese maldito zorro siendo aplastado contra la pared por una chica rubia voluptuosa que lo sujetaba de la nuca y se encontraba completamente en puntita de pies y lo besaba. Rukawa la tenía sujeta de los brazos y se dejaba. Aquejado por unas fuertes sacudidas, Hanamichi tuvo que apartar la vista de la escena. Estaba enojado, muy enojado. Se sentía completamente burlado, pero había algo más que ni él mismo podía entender. Le dolía el pecho y los ojos parecían querer salírseles de sus órbitas. Una mano que lo sujeto con fuerza, clavándole las uñas, lo hizo volver en sí; era Haruko que miraba hacia el suelo al borde del llanto, y le pedía con ese gesto contención. Al pelirrojo se le partió el corazón de verla así, y por un momento se olvidó de sus propias sensaciones, y sin pensarlo la abrazó contra sí, dejando que la diminuta chica se acurruque en su pecho para que pudiera olvidar lo visto. Le susurraba palabras de cariño, le prometía que con su ayuda olvidaría a ese tipo que no valía nada, que la haría muy feliz.
Ante tantas palabras que brotaban sin cesar de su boca, Hanamichi vio como la chica se zafaba de su abrazo para mirarlo a los ojos con un rostro consumido por la ternura. Y de sólo estar, sintió el roce de los labios de Haruko sobre los suyos. Su boca olía a fresas y se sentía un poco pegajosa por el labial que tenía, pero lo que más desconcertaba a Hanamichi, era que ésta era la primera vez que ella tomaba la iniciativa y lo besaba. Lentamente respondió al beso y la abrazó de nuevo, sintiendo como la chiquilla le correspondía con mayor pasión y enredaba sus brazos en su espalda. Nunca sus besos habían sido de este modo, siempre había esperado que su chica le respondiese así, pero ahora que lo hacía, no se sentía para nada satisfecho. Besarla no era desagradable, pero era algo de lo que podía prescindir sin sentir pena.
No quería ofenderla, y agregar una pena más a su corazón, así que continuó el beso mientras que con una mano le recorría el rostro para que se sintiese querida. Seguía besándola cuando escucha un golpe sordo a su espalda, y cuando se voltea, una mano lo sorprende tomándolo de la chaqueta que vestía. Era Rukawa que se veía sacado de sí, que ahora lo alzaba a más de diez centímetros del piso y buscaba de llevarlo contra alguna pared.
-¡No quiero que la toques!-le gritó, dejando a todos los espectadores mudos del asombro.
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Del Odio al Amor
Fiksi PenggemarContinuación propia de Slam Dunk, fantástico manga de Takehiko Inoue. Intentando mantener la historia y las personalidades extravagantes de los dos novatos adolescentes del equipo de básquet del Shohoku que, rivales desde un inicio, se darán cuenta...