CINCUENTA Y OCHO

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Amir

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Amir

Ver el rostro de mi mujer al oír el porqué Dina vino a buscarme era lo más divertido que vería a lo largo del día, me encantaba su reacción y sobre todo su ataque de celos que intentaba disimular.

—¿Estás bromeando?

—No estoy bromeando, habibati.

—¿Qué mierda estás diciendo, Amir?

Y es que no podía parar de reírme. —Ven entremos.

—¿Te lo estás pensando no?

Por supuesto que no, no se me pasaría por la cabeza, hoy en día no se hace, y en el caso de que suceda es porque la primera mujer dio su autorización.

—¿No te gustaría? Así descansarías algunos días y no estaré encima de ti de manera constante.

Vale, me pasé con lo que dije y no valió la pena provocarla porque  su enfado me dejó fuera de la casa y no me permitió entrar.

—Vamos, ábreme la puerta, no llevo las llaves encima.

Pero nada, por más que tocaba la puerta ella no abría así que salte al jardín e intenté entrar por la puerta de vidrio, pero al parecer también la cerró por dentro.

—Lauren, solo estoy bromeando contigo, sabes que eres la única.

Vi cómo su cuerpo se acerca a la puerta corredera del jardín.

—No te creo.

—Te lo juro, mi amor. ¿Acaso viste a mi padre con más de una mujer? No somos de dejar entrar en nuestros corazones a nadie excepto a nuestra única esposa.

—Es una zorra esa Dina, ¿cómo se atreve a pedirte eso?

—Ábreme y discutamos dentro.

Ella negó y yo solo sonreí.

—Sé que tenéis costumbres de casaros con más de una mujer.

—¿Así? ¿Y dónde sacaste esa información?

—Internet, además tenía que informarme de tus costumbres después de ese chasco que me lleve al no querer aceptar mi mano el día que nos conocimos.

Recordé ese día.

—Entonces también te habrás informado que para que un hombre se case con una segunda esposa necesita la autorización de la primera.

Cruzó las manos.

—Pues no la tienes, nunca la tendrás.

—No la quiero, no necesito nada de eso porque te amo a ti, entiende, no te cambiaría por nadie — grite para que lo entendiera y también porque el vidrio no filtraba bien el sonido.

Un trueno muy fuerte sonó en el cielo.

—Vamos mi amor, ábreme que va a empezar a llover.

Lauren negó y después corrió las cortinas y me dejó en medio de esa tormenta mientras la lluvia empezó a mojar mi cuerpo y el frío se intensificó y solo me quedaba esperar hasta que se le pasara el enojo de mi broma.

Por muy insistente que estuviera Dina en ese tema, era de locos pensar que yo iba a aceptar una segunda esposa cuando tengo todo lo que necesito con mi Lauren, además la forma de quitarse valor es algo que ninguna mujer debe hacer frente a un hombre.

No sabía cuánto tiempo llevaba fuera, ya que los dedos de mis pies apenas los sentía, empecé a estornudar y entonces maldije en mis adentro al darme cuenta de que me había constipado.

—Nunca bromees con ella— hablo solo. —NO JUGARÉ CON SUS CELOS— repito lentamente cada palabra para qué me quede claro.

Minutos después sentí la puerta abrirse y la miré por unos segundos, ya que después se marchó sin decir nada y entré con perro castigado, en silencio y sin mover la cola.

Me di un baño con agua caliente para entrar en calor y me seque, al terminar la busque para disculparme y hacerle entender que solo era una broma que no la cambiaría ni por todo el oro del mundo.

—No me hables— detiene mis palabras antes de que salieran de mi boca.

Entonces la sujeté entre mis brazos presionándola contra mí.— Te hablaré porque te amo, te molestaré porque me encanta tu reacción, y no te soltaré hasta que entiendas que fuiste, eres y serás la única, no me casaría con Dina ni con otra mujer aunque me lo pidieras tú misma.

Se relajó y prestó atención a lo que le decía.

—¿Dudaste de mi amor? — no contesta. —Perdóname, ya me quedó claro que no dejó jugar con tus ataques de celos.

Ella sonrió levemente mientras mis labios navegaban en su cuello y la barba le hacía cosquillas.

—Te perdonaré pero con una condición.

—La que quieras mi vida, la que quieras— musité mientras aún besaba su deliciosa piel.

—Dejarás que Sarah sea feliz con Adil, por muy mal que se portó contigo tu hermana lo eligió.

Dejé de besar su cuello para alejarme y mi cuerpo se puso rígido.

—Las personas cambian, y tal vez tú, sea el claro ejemplo, solo mírate.

—Lauren, tú no sabes nada de Adil, no conoces lo irrespetuoso que es con las mujeres, incluso tiene a su hermana encerrada entre cuatro paredes imagínate lo que le hará a mi hermana.

—Creo que las condiciones están hechas para algo, aprovecha y una de esas condiciones es que  muestre que ha cambiado empezando por su hermana, y si acepta y ves que la cosa ha cambiado entonces decidirás, pero no digas que no tan rápidamente.

Era una decisión difícil de tomar, por muy enamorada que estuviese mi hermana sabía que acabaría por sufrir y no deseo eso, no lo quiero y como hermano tenía que protegerla, pero ahora que Lauren interfirió en mi decisión no quiero que Sarah sufra de igual manera si le digo que no la quiero ver con Adil.

Su sufrimiento era algo inevitable.

—¿Y bien?—cruzó los brazos al verme pensativo.

—Me lo pensaré.

Sonrió plácidamente y luego la abracé.

Después de ese abrazo, mis manos fueron directamente a su vientre para acariciar a mis bebés, cada día deseo que pase más el tiempo para tenerlos entre mis brazos.

Empecé a estornudar y ella me miró con el ceño fruncido, entendió que su castigo me había llevado al resfriado.

—Me las pagarás, querida esposa— la amenacé mientras sentía mi nariz congestionada.

Ella se rio y después me fui a la habitación para calentarme bajo el edredón, ya que mi cuerpo sentía frío mientras la dejaba sola en el salón y me pedía disculpas entre risas.

—Esta noche será muy larga para ti— añadí desde lejos.

—Te amo, Amir, oíste, te amo.

—Te amo, Amir, oíste, te amo

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Pagada para seducir al ÁrabeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora