14. Un poco más cerca

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(Paris)

Me froté las manos nervioso y clavé mis ojos en la superficie de la mesa.

Gail se encontraba sentado frente a mí, concentrado en un par de papeles que tenía sobre la mesa mientras se pasaba la mano por su nuca, despeinando de esa forma parte de su engominado cabello rojizo.

—Entonces... —decidí hablar al fin—. ¿Puedo irme a comer con un amigo y pasar con él parte de la tarde?

Mi primo desvió su mirada de los papeles y la clavó en mí, frunciendo también su ceño.

—¿Qué amigo? —preguntó—. Y no me digas que se trata de Kiam porque, si te fueses a ir con él, no habrías preguntado nada.

Tragué saliva e intenté calmar mis nervios. Hacía ya un rato que había hablado con Kiam por teléfono, pero a pesar de que no me iba a ir esta tarde precisamente con él, tampoco tenía la intención de mentir a Gail diciéndole que sí.

—Es un chico de mi instituto con el que me he empezado a llevar estos días —confesé—. Iremos a comer y a dar una vuelta por ahí, aunque volveré antes de que anochezca, lo prometo —lo miré directamente a los ojos—. Pero te preguntaba... porque aún pareces estar molesto conmigo y no quiero que lo estés. Lo siento... otra vez —me disculpé.

Gail apartó los papeles a un lado y, tras suspirar, se cruzó de brazos.

—No estoy enfadado —hizo una pausa—. Bueno, es cierto que cuando te vi con el pelo de ese color si que me mosqueé, pero después de que me explicases las razones de ello y tras pensar las cosas durante un rato... llegué a la conclusión de que ya tienes edad para decidir las cosas por ti mismo y atenerte a las consecuencias de tus actos —se levantó de la silla y apoyó sus manos sobre la mesa—. Con ésto no estoy diciendo que apruebe lo que has hecho, pero voy a dejarlo pasar. Tampoco me importa que te diviertas con tus amigos siempre y cuando no hagas nada demasiado peligroso, pero prométeme que no volverás a hacer otra cosa así —hizo otra pausa—. O al menos no sin antes habérmelo dicho.

La forma en la que Gail me observaba en estos momentos era extraña, aunque comprendía que siguiese algo molesto conmigo. Él era como mi hermano mayor, y una de las cosas que más odiaba era hacer que se preocupase.

—Está bien —dije cabizbajo, sintiéndome un poco mal conmigo mismo por haber hecho que se preocupase de esa forma—. Te prometo que si se me vuelve a ocurrir hacer algo así te pediré consejo antes, Gail. Lo que menos quiero es que te enfades.

El de cabello rojizo sonrió de lado y se acercó a mí. Colocó una mano en mi cabeza, cuando estuvo tan solo a unos centímetros, y me revolvió el pelo con ella.

—Entonces es una promesa —dijo animado—. Aunque siendo sincero, no te queda mal el pelo así. Pareces... ¿un algodón de azúcar azul con patas? —rió.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora