46. El desenlace en la historia de un mago, un rey y dos reinas

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(Paris)







Lunes por la mañana. Quince minutos para la hora exacta en la que había quedado con la Canciller de la universidad. Mentiría si dijese que no estaba muriéndome de los nervios, pero en una situación como esta no podía mostrarme tan inseguro.

El edifico del Conservatorio de Música de Sídney se alzaba ante mí, imponente. Sabía que su estilo arquitectónico pertenecía al gótico-pintoresco porque lo habíamos estudiado en alguna clase de historia del arte al ser un edificio bastante importante para la ciudad. Aunque sus dos torretas con almenas le daban un aspecto de castillo medieval, como los que se podían encontrar en cualquier país de Europa, haciendo así que fuese todavía más interesante.

Apreté las correas de mi mochila con las manos en un intento de concentrarme en cualquier otra cosa, pero al ver pasar por mi lado a varios chicos —seguramente universitarios—, tragué saliva y aflojé mi agarre.

Haber sido recomendado por una de las universidades con mayor prestigio del país era algo de lo que estar orgulloso. Aunque seguía teniendo esa espinita clavada que me hacía pensar que, quizá, solo lo habían hecho por ser quien era. Por tener el apellido que había recibido solo por nacer.

Mi madre me recalcó en varias ocasiones que no había sido así. Que mi padre simplemente les había enviado un certificado de mi vida académica que, junto a la carta de recomendación de Becca y la discográfica, habían abierto mi primera puerta. Pero con ello no estaba asegurado el obtener una plaza. Debía causar una buena impresión y, además, seguir esforzándome hasta el final en mi último año de instituto y luego aprobar los exámenes de entrada correspondientes.

Esto último no me asustaba. Quizá no fuese el alumno con mejores notas como sí lo eran Kiam o Lori, pero tampoco estaba tan lejos de ese «top». El problema era lo de la buena impresión. Nunca me había visto en una situación como esta y tenía muchísimo miedo a meter la pata. A decir o hacer algo que no debía y cargarme todo esto. Esa parte de mí, insegura y asustadiza, seguía presente en mi interior por mucho que hubiese evolucionado como persona a lo largo de estos meses.

Pero también sabía que debía ser positivo. Si esto no funcionaba, siempre quedaban cientos de otras opciones. Darel me lo había repetido durante todo el fin de semana y al final, de tanto insistir, me había dado cuenta de que estaba en lo cierto.

Pero ahora mismo el problema era lo que tenía frente a mis narices y no quería pifiarla en absoluto; aunque después la cosa no saliese tan bien como pensaba.

Me puse a hacer ejercicios de relajación con los ojos cerrados, inhalando aire por mi nariz y expulsándolo por la boca, cuando alguien me sorprendió al picarme en el hombro.


—¿Nervioso, «Principito»?


Lori esbozó una media sonrisa y se cruzó de brazos.


—¿Qué haces aquí? —pregunté contrariado.


La de pelo rosado se descolgó su mochila, deslizó la cremallera y sacó de dentro una carta igual a la que a mí me habían enviado.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora