(Owen)
Su cara demacrada fue lo primero que llamó mi atención, puesto que el cansancio en todo su cuerpo era bastante notable.
Dos enormes ojeras se vislumbraban bajo el mar azul de sus ojos. Hombros caídos y manos tensas; una de ellas estrujando un cigarrillo, que acto seguido tiró al suelo, y la otra agarrando con firmeza el mango de su paraguas.
El aroma a café y a tabaco se sobreponía por encima del de su perfume, con el que a duras penas había conseguido mitigarlo desde que tenía uso de razón. Incluso el olor de la lluvia y del asfalto mojado eran incapaces de camuflarlo.
Sus labios, resecos pero no agrietados, temblaron un mísero instante, como si hubiese estado a punto de decir algo pero al final no.
Estábamos a tan pocos centímetros el uno del otro, ambos cubiertos por la tela del mismo paraguas, que casi podía percibir el magnetismo que siempre me había atraído hacia él. Una atracción que me había costado demasiados días de mi vida... y que no me podía permitir volver a sentir de nuevo.
—¿Qué es lo que haces aquí? —decidí ser yo quien hiciese la primera pregunta.
El gesto de sorpresa en su mirada no se hizo tardar, percatándose de la manera tan directa con la que le había hablado. Suponía que no era algo que se esperara. Igual creía que lo más seguro es que iría hacia él corriendo a abrazarlo y a rogarle perdón por todo lo que había pasado. Pero no. Ya había asumido que no merecía su perdón ni el de nadie.
Ya me había disculpado cientos de veces a lo largo de mi vida por la muerte de Hannah y por haberme enamorado de él, traicionando nuestra amistad. Se lo había hecho llegar aquella noche fatídica llena de lágrimas y auto-desprecio. Había conseguido por fin que me odiase para poder, desde ahí, empezar de nuevo. Por eso tampoco entendía qué estaba haciendo aquí o qué era lo que esperaba de mí. ¿Volver a ser amigos? ¿Aceptar mis mil y una disculpas cuando ni tan siquiera me lo merecía? No. Prefería ser odiado por él hasta el fin de nuestros días. Prefería que nunca hubiéramos vuelto a encontrarnos hasta que, al menos, fuese capaz de superarlo y asumir de forma sana todas mis culpas. Pero mi mente y mi cuerpo me habían jugado una mala pasada.
En cuanto vi su mensaje me faltó tiempo para empezar a correr y salir pitando en su busca. Una pequeña parte en lo más profundo de mi interior necesitaba volver a verlo una vez más. Un tóxico sentimiento en el que no paraba de girar y girar aun siendo consciente de ello. Pero tenía que acabar. Todo tenía que terminar aquí y ahora.
Quizás otras personas no viesen la toxicidad de todo esto. Quizás pensasen que con hablar las cosas, con una disculpa a medias y con un agridulce «perdón», todo estaría solucionado. Pero las cosas no son así. Yo mismo sabía lo enfermizo que era todo esto para mí. Era plenamente consciente de que debía desintoxicarme de todas estas sensaciones y sentimientos virulentos con los que solo me hacía daño. Y lo había entendido tarde. Demasiado tarde en realidad, pero aún podía ver una luz al final del túnel. Aún podía «curarme» e intentar comenzar desde el principio y, para ello, no podía estar cerca de Judha.
—¿Y bien? —tomé por segunda vez la palabra.
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De Príncipes y Princesos ©
RomanceParis Donahoe es un príncipe encerrado en su propio castillo. Hijo de uno de los empresarios más influyentes de todo Sídney, y cansado de comportarse siempre como el chico perfecto, su único escape de la realidad es su amor por la música y el pia...