42. La persona en quien me he convertido

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(Paris)






Mi cuerpo temblaba de tal forma que, por un momento, me imaginé a mí mismo como un tembloroso flan a punto de ser devorado.

Cuando mi padre salió de casa y me agarró del brazo obligándome a entrar en ella, lo único que pude decirle a Darel fue que se marchase a la suya y que no se preocupara por nada, que más tarde lo llamaría. Aunque ahora ya no estaba seguro de ello.

El rostro descolocado de mi padre seguía incrustado en mi mente como un clavo ardiendo. El idílico mundo de fantasía, en el que había vivido durante estos meses, se había derrumbado en tan solo un segundo en el momento en que lo vi. Y tenía miedo. Miedo a que él no entendiese que yo había querido cambiar. Miedo a que no comprendiese que ahora era feliz de verdad. Miedo a que me arrebatase todo lo bueno que había conseguido.


—¿Me puedes explicar qué es esto?


Su voz retumbó en mis oídos por sorpresa, haciendo que diese un pequeño brinco sobre la silla del salón —donde me había dicho que me sentara nada más entrar—. Desvié la mirada hacia el portátil que había dejado sobre la mesa, y entonces descubrí a qué se refería: un vídeo subido a internet en el que se me veía cantando junto a Lori, Barb y Jhon. La actuación que habíamos hecho durante aquel evento.


—F-Fue un concurso en el que participé con mis amigos —balbuceé lo más rápido que pude.


Mi padre, con una mueca de disgusto aún más notable que antes, cerró la pantalla de golpe provocando que me encogiese sobre mí mismo.


—¿Los mismos «amiguitos» —recalcó— por los que te has hecho ese estropicio en el pelo?


Me llevé una mano a la cabeza, dándome cuenta de otro error: el color azul de mi pelo. Por mucho que jamás hubiese visto el vídeo —que aún no entendía cómo lo había encontrado—, el llamativo corte y color de pelo que había llevado durante toda su ausencia era algo que no podía ocultar.


—¿Y bien? ¿Tienes algo que decir?


Las palabras se quedaban atoradas en mi garganta formando un nudo asfixiante que no me dejaba hablar. Mi corazón latía desbocado provocando sudores fríos y temblores a lo largo y ancho de mi cuerpo. En mi mente sabía que no había hecho nada malo. No entendía porqué me estaba recriminando todo esto. Pero muy muy muy en el fondo sabía que mi padre era así: perfecto. Y para él lo más primordial era la perfección; y su hijo no iba a ser menos.


—Y-yo...


—Menos mal que nos dio por volver antes a casa —me interrumpió—. ¿Sabes cuántas personas que conozco han visto ese vídeo sin que nosotros nos enterásemos de su existencia? Si no se lo llegan a enviar a tu madre, nunca habríamos sabido lo que has estado haciendo durante este verano —tensó la mandíbula—. No has ido a clases de refuerzo como habíamos acordado, y no me mientas porque lo he comprobado —tragué saliva—. Te has dedicado a hacer vete a saber qué con esos... «amiguitos», por culpa de los cuales te has hecho un estropicio en el pelo y espero que nada más —agaché la cabeza—. ¿Has fumado? ¿Drogas?

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora