13. Cámaras de vídeo y tablas de surf

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(Kiam)



Intenté por enésima vez hacer fuerza para que me soltase, pero el idiota de la dilatación apretó aún más fuerte mis muñecas.

Revolví mis piernas debajo de él —haciendo el mayor esfuerzo que pude—, y conseguí colocar una de mis rodillas bajo su entrepierna.

—Barb —intenté sonar lo más calmado y amenazador que pude—. O te quitas de encima, o te pego un rodillazo donde más te duele.

El de los piercings sonrió divertido.

—¿Dónde más me duela? ¿Te refieres a mi cara? Porque ya sé que soy tan guapo como un adonis griego y que me vería mal con un golpe en ella, pero si quieres te dejo que le saques una foto a cambio de no golpearla —rió.

Se acabó.

—¡Donde te voy a pegar un rodillazo es en los hue-...! —exclamé, pero antes de que pudiese terminar mi amenaza, sentí cómo sus labios se posaban sobre los míos.

Sus manos apresaron con más fuerzas mis muñecas, y volvió a cambiarse de postura sobre mí, alejando su entrepierna de la rodilla con la que pensaba golpearle.

Su lengua comenzó a buscar con ansia la mía y, a pesar de que en estos momentos quería pegarle la paliza de su vida, tenía que reconocer que el muy idiota besaba jodidamente bien.

Todo era igual de brusco y agresivo que aquella vez cuando nos enrollamos en los baños del restaurante de mi padre, pero por alguna extraña razón, eso me excitaba.

Barb separó sus labios de los míos y sonrió divertido, aunque en el mismo momento en el que los volvió a unir, aproveché la situación y mordí con algo de furia su labio inferior, haciendo que se separase de nuevo y soltase mis muñecas.

Dibujé una sonrisa burlona en mi rostro, esperando que eso molestase al idiota de la dilatación, pero me sorprendí al ver cómo pasaba su lengua por la pequeña herida de una forma bastante erótica.

—Vaya, vaya, gallinita —se limpió lentamente con un dedo la pequeña gotita de color rojo que había vuelto a brotar de su labio—. No me imaginaba que te fuese el sado.

—Y no me va —respondí con total sinceridad—. Pero llámame cada vez que quieras que alguien te pegue una paliza.

Esperaba molestar también al idiota de Barb con esas palabras, pero lo único que conseguí es que se pasara de nuevo la lengua por los labios, y que después dibujase una sonrisa ladina en su rostro.

Las ganas de darle un fuerte rodillazo seguían ahí, pero debido a lo que acaba de hacer, sumándole la lujuriosa y pervertida mirada con la que me observaba, habían hecho que "mi amiguito" comenzara a despertarse.

Barb sonrió divertido una vez más y, sin que me lo esperase de nuevo, volvió a apoderarse de mi boca.

Un leve sabor metálico —producto de la pequeña herida que le había hecho— se dejó notar en mi paladar, pero fue desapareciendo a medida que profundizábamos el beso.

Realmente no supe cuánto tiempo estuvimos enrollándonos así: dándonos besos bruscos, salvajes y hambrientos; pero a estas alturas ya me daba igual. Los besos y caricias dulces no existían ni existirían entre los dos, solamente era sexo.

Las manos de Barb se colaron bajo mi ropa y comenzaron a tocar todo lo que querían y más, así que decidí hacer lo mismo con las mías, rozando con la yema de mis dedos toda la piel que encontraba a lo largo de su espalda.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora