23. Relaciones que se derrumban como castillos de arena

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(Kiam)





En cuanto me di cuenta de lo que estaba haciendo, me separé bruscamente de Barb y salí de igual forma de su interior, empujándolo con las manos para que se quitase de encima. El de la dilatación gruñó con cierta molestia debido al sorpresivo acto, pero me hice oídos sordos y centré mi atención en un punto fijo de la cama.

¿Por qué mierdas lo estaba besando... de esa forma?


Todo había sido tan repentino, que no me había dado cuenta de que lo estaba besando hasta este mismo momento. O al menos de que lo estaba besando de esa forma tan inusual para mí... o para ambos, en realidad. Ni siquiera sabía por qué lo había comenzado a besar así en un principio. Solo... me había dejado llevar.


—¿Qué se supone que te pasa ahora? —se quejó, llamando de nuevo mi atención.


Elevé la vista hacia él, pero, por alguna extraña razón, no pude enfrentarme a su mirada.


—N-nada, nada —balbuceé nervioso.


¡¿Por que demonios estoy ahora nervioso?!  —exclamé para mí—. Mierda, Kiam,deja de actuar tan raro y vuelve a la normalidad de una maldita vez.


Ésto cada vez se estaba volviendo más raro. Jamás había estado tan nervioso al lado de Barb como en este mismo momento, y la sensación no me gustaba para nada; principalmente, porque no la entendía.


—En fin... mejor no pregunto —suspiró, y se levantó de la cama—. Yo voy a ducharme de nuevo, aunque... ¿quieres que lo hagamos juntos? Igual, en un despiste, te empotro contra la pared del baño y a saber lo que pasa.


Hice caso omiso de su sonrisa burlona y me levanté también de la cama, agachándome después para recoger toda mi ropa y demás pertenencias.


—No. Prefiero ducharme en otro sitio —respondí tajante.


No quería mirarle a la cara, no tenía ganas de discutir, y tampoco quería ducharme con él después de... lo que sea que hubiese pasado hace un momento. Necesitaba enfriar mi cabeza y, para ello, tenía que estar solo por un rato.


—Bueno, como quieras —comentó—. Puedes usar la ducha de abajo si quieres, yo iré a la de arriba. ¡Ah! Y si quieres alguna toalla, encontrarás varias en el armarito del baño.


Despegué por un momento la vista del suelo, y me senté en el borde de la cama esperando a que se fuese, pero el muy idiota se giró cuando llegó al umbral de la puerta y me escudriñó de arriba a abajo con la mirada.


—Oye, cuando acabes no te vayas —hizo una pausa—. Quiero... quiero llevarte a un sitio, así que espérame si terminas de ducharte antes que yo.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora