5. Sentimientos ocultos tras grietas invisibles

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(Darel)

Mi ropa de color negro estaba completamente empapada.

La lluvia seguía cayendo poco a poco, como si no tuviese prisa alguna por marcharse y dejar que saliese el sol.

Di varios pasos más sobre el mojado asfalto, y me dejé caer al suelo de rodillas. Me senté, y apoyé mi espalda contra un cubo de basura.

Quería seguir llorando, pero ya no quedaba ni una sola lágrima que pudiese derramar. Mi vida acababa de romperse en mil y un pedazos, así que ya nada me importaba.

Me encogí sobre mí mismo, y comencé a sollozar en silencio, sin dejar caer ni una sola lágrima.

Podía sentir las pequeñas gotas de lluvia sobre mi cabello, y cómo el frío entumecía cada palmo de mi cuerpo cada vez más deprisa, pero no importaba. Quería quedarme ahí, solo, sintiendo cómo mi corazón se agrietaba poco a poco, y una inmensa oscuridad lo envolvía.

¿Te encuentras bien? —escuché que preguntaba alguien, pero la voz sonaba lejana—. Te vas a resfriar si te quedas ahí, y si te enfermas, no podrás salir a jugar mañana.

No me molesté en elevar mi cabeza para ver a la persona que se encontraba delante de mí. ¿Para qué? Realmente no le importaba, solo se habría acercado por curiosidad. Además, a nadie le importaba de todas formas, por eso había decidido consumirme poco a poco, y dejar de existir. De esa forma, nadie volvería a sufrir por mi culpa.

¿No quieres hablar? ¿Estás triste? —preguntó de nuevo aquella persona—. Siempre que estoy triste mamá me canta... ¡ya sé! Te voy a cantar una canción para que vuelvas a sonreír.

Una voz igual de fina que el cristal comenzó a envolverme. Era nítida, pura y cálida, cómo los primeros rayos de sol del amanecer.

Elevé —ahora sí— mi cabeza, y me quedé embobado observando a aquella pequeña personita que emitía ese sonido tan puro.

Era una simple nana, pero sin que me diese cuenta, mis lágrimas volvieron a brotar; pero esta vez no era por culpa de mi propio sufrimiento. Éstas eran debido a un sentimiento totalmente diferente, como si por fin hubiese encontrado la paz, y esa voz fuese la cálida llama que consiguió derretir el hielo que envolvía completamente mi alma.

Me gustas más cuando sonríes —escuché, y fue entonces cuando me di cuenta de que esa dulce melodía había desaparecido—. ¿A que ahora eres un poco más feliz? Yo también soy feliz cuando canto, así que quise darte un poco de felicidad.

Parpadeé unas cuantas veces para deshacerme de las lágrimas que aún salían de mis ojos, y me enfoqué en la pequeña figura que se encontraba agachada a mi lado.

Toma —volvió a decir, y me envolvió el cuello con una pequeña bufanda—. Salí corriendo de casa, así que no cogí mucha ropa de abrigo... pero puedes quedarte con mi bufanda de la suerte. Elyse dice que es mágica, y que si dos personas la agarran por sus extremos, aunque se separen, sus hilos harán que algún día se vuelvan a encontrar —colocó el paraguas que llevaba consigo a mi lado, y volvió a erguirse otra vez—. Así que te la presto para que te de suerte. Pero cuando nos veamos otra vez me la tienes que devolver, ¿vale?

Aún no me creía lo que estaba pasando, pero mis ojos no podían dejar de observar al pequeño que me estaba brindado de su ayuda.

Las gotas de lluvia comenzaron a empapar su pelo ahora que no estaba cubierto por su paraguas, pero antes de que yo pudiese decir algo, sonrió, y se fue corriendo.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora