26. De huracanes y bufandas rojas

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(Darel)






Cuando por fin nos separamos observé el tono rojizo que cubría las mejillas de Paris y, acto seguido, yo también me sonrojé.


«Mierda, mierda, mierda y mierda. Esto no tenía que haber ido así de rápido» —me recriminé.


Quité mis manos de sus hombros y las escondí detrás de mi espalda, intentando así que no se notase lo mucho que me temblaban. El de pelo azulado abrió los ojos, se quedó un par de segundos ensimismado, agachó la cabeza y comenzó a juguetear con sus dedos.


—¿P-por qué has he-hecho eso? —preguntó con un notable tembleque en su voz—. ¿L-lo que dijiste es cierto?


Tragué saliva y contuve mis ganas de acorralarlo y darle otro beso, aunque los nervios que recorrían mi cuerpo en estos instantes eran más fuertes que ese tipo de intenciones.

Apreté el puente de mi nariz con mis temblorosos dedos, achiné los ojos y me puse a pensar en una respuesta apropiada a su pregunta.


—Mierda, te acabas de confesar que es lo que querías, ¿no? ¿Por qué ahora tienes miedo?


—¿Darel?


—Venga, díselo ya y deja de ser tan cobarde.


—Esto... Darel...


—Sí, un segundo, Paris. Estoy pensando.


—Ah, va-vale, pero es que...


Decidí prestarle atención y, cuando me di cuenta de que había «pensado» todo eso en voz alta, me sonrojé aún más que antes, por lo que me cubrí el rostro por completo con mis —aún más temblorosas— manos.


—¡Ha-haz como que no has escuchado nada! —exclamé muerto ya de los nervios.


—Bu-bueno, si tú quieres...


¿Cómo podía llegar a ser tan idiota y tan inútil como para haber dicho en alto todo lo que estaba pensando?


«Si es que no dejo de cagarla» —pensé, esta vez para mí.


Respiré bien hondo, me armé del poco valor que podía tener en estos momentos, aparté las manos de mi cara y las coloqué -de nuevo- sobre los hombros del de pelo azulado.

—¡Paris, e-escúchame bien! —exclamé bien alto y fuerte para que mis palabras se hiciesen notar por encima del ruido que provocaba la lluvia.


—¡S-sí! 


El sonrojo de sus mofletes se tornó aún más llamativo, al igual que el pequeño brillo que inundaba sus ojos. Respiré hondo una vez más y, después de tantos años ocultando lo que sentía, decidí hablar.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora