39. Una melodía hacia el mañana y su nombre bajo la lluvia

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(Owen)





Una capa de nubes negras se aproximaba desde la lejanía cubriendo todo a su paso. Deslicé la palma de mi mano por el cristal donde la había apoyado, suspiré bien hondo y comencé a caminar hacia la salida, donde Rachel me estaba esperando.

Tres semanas sin saber noticias de Judha. Veintiún largos días en los que había llorado, vomitado y vuelto a llorar como si de una enfermedad se tratase. Pero ahora ya estaba mejor. O eso es lo que quería creer.

Mi rutina durante este tiempo se había basado en ir a trabajar por las mañanas como si no pasara nada, estar todo el día en la oficina olvidándome del resto, y volver a casa por las noches queriendo morirme allí mismo o no despertar nunca. Pero eso tenía que acabar. Ver a Rachel tan preocupada por mí, o mentir a mis padres diciéndoles que me encontraba bien, me hacía sentir aún más repugnante. Por eso esta misma mañana había decidido cambiar las cosas. Tenía que seguir adelante.

Sí, me hubiera gustado terminar con Judha de otra forma, pero muy en el fondo sabía que eso era algo imposible. Lo que debía de hacer ahora era guardar todos esos recuerdos en lo más profundo de mi memoria, eliminar todo lo que sentía por él, e intentar empezar de nuevo aunque me costase mil y un siglos poder hacerlo.


«Sí, así tiene que ser» —me volví a autoconvencer.


Observé a lo lejos la figura de mi secretaria cuando, de pronto, otra persona a su lado llamó mi atención.


—A ti te estábamos esperando —dijo el susodicho tendiéndome la mano.


—Gail Leviham, ¿qué haces tú por aquí? —le estreché la mano a modo de saludo, e intenté fingir una sonrisa para no delatar mi lamentable estado.


—Pues lo de siempre —contestó—. Tuve que venir a Melbourne a cerrar unos cuantos negocios para la empresa y, cuando me di cuenta de que ahora te habías mudado aquí, pensé en venir a hacerte una visita —sonrió—. Así que, ¿qué tal tu nueva vida por estos lares?


Rachel me miró de reojo, sabiendo de antemano que iba a mentir diciendo que todo estaba bien. Obvié su mirada por un instante y, ensanchando aún más mi falsa sonrisa, volví a dirigirme a él.


—Bueno, adaptándonos poco a poco —en parte dije algo de verdad—. No es muy diferente a las oficinas en Sídney, salvo que no conocemos mucho la ciudad y aún no hemos podido «turistear» como Dios manda, ¿a que no?


La castaña me lanzó una nueva mirada de reproche y se ajustó las gafas, asintiendo como respuesta.


—¡Oh'! Pues eso déjamelo a mí —sacó el móvil de su americana y envió un mensaje en un visto y no visto—. Le acabo de decir a mi primo que seguramente me quede a dormir en un hotel de por aquí, que no se preocupe si hoy no llego —comentó tras volverlo a guardar, haciendo que la imagen de Paris viniese a mi mente—. Vamos a tomar unas cervezas y a cenar fuera, que conozco algunos sitios cercanos y que están bastante bien.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora