(Darel)
—¿Vuelvo a repetirte la pregunta?
Tragué saliva una vez más y me puse firme. Por muy amedrentado que me encontrase en estos momentos no iba a dejar que este idiota lo notase.
—Me colé trepando por el árbol... porque no quería despertar a nadie en la casa —mentí.
El pelirrojo se cruzó de brazos y me examinó de arriba a abajo con su audaz mirada, como si se hubiese dado cuenta de mi excusa y estuviese pensando cuál sería su próxima pregunta. La cual no tardó mucho en llegar.
—Ajám', vamos a hacer como que te creo —comentó—. Pero eso no responde del todo a mis dudas, así que te las voy a volver a repetir: ¿para qué se supone que estás aquí y dónde se encuentra Paris?
No fue hasta cuando repitió esa última pregunta que me di cuenta de que Gail no sabía dónde estaba su primo y que me había confundido con él, lo que suponía que no había llegado aún a casa. Y eso me asustaba aún más que la tensión que se respiraba entre ambos.
—Pues... la verdad es que... —dudé un instante—. Entré para ver a Paris... porque tampoco sé dónde está.
Tras revelarle eso, y ver la cara de sorpresa que se le quedó, temí lo peor. Pensé incluso que iba a lanzarse sobre mí y estrangularme por haber perdido a su querido primo. O a golpearme hasta dejarme medio muerto en el suelo. Y si teníamos en cuenta que aún no me había recuperado del todo, lo más seguro era que no pudiese defenderme y consiguiese hacerlo.
Volví a retroceder sobre mis pasos dispuesto a saltar por la ventana —y con mucha suerte Lori me atraparía—, cuando el pelirrojo me sorprendió al quedarse de pie en su sitio y únicamente sacar el móvil de su bolsillo. Marcó un número en él, se lo llevó a la oreja y, tras esperar varios segundos una respuesta que nunca llegó, colgó y, ahora sí, avanzó hacia mí.
—¡¿Cómo que no sabes dónde está?! —exclamó un tanto furioso—. ¡¿No se suponía que iba a ir a una especie de evento contigo?!
Por muy valiente que me quisiese mostrar ante él no pude evitar sentirme un tanto cohibido ya que, bajo mi punto de vista, no dejaba de ser un adulto bastante cabreado y fuera de quicio. Y cabreado conmigo, para ser más exactos.
Gail, al notar que había reculado hacia atrás intimidado, volvió a pararse sobre sus pies y, tras meditar un instante la situación, suspiró y se apretó el puente de la nariz con sus dedos.
—¿Qué se supone que ha pasado? Habla —exigió ahora algo más tranquilo.
Tragué saliva por enésima vez en toda la noche y, armándome con un poquito de valor, y teniendo en cuenta las posibles consecuencias de contarle lo que iba a contarle, respondí lo más calmado que pude a su pregunta.
ESTÁS LEYENDO
De Príncipes y Princesos ©
RomanceParis Donahoe es un príncipe encerrado en su propio castillo. Hijo de uno de los empresarios más influyentes de todo Sídney, y cansado de comportarse siempre como el chico perfecto, su único escape de la realidad es su amor por la música y el pia...