27. Parches que cicatricen corazones y almas rotas

28.8K 2.5K 1.5K
                                    



(Owen)







La sexta cerveza ya no sabía tan amarga. No es que esa bebida me gustase demasiado —en realidad casi ni la soportaba—, pero beberla era lo más rápido para terminar ebrio. O, al menos, intentarlo.

Dejé el botellín de vidrio sobre la barra de aquel bar al que mis pies me habían llevado, intenté no tambalearme mucho cuando me levanté del taburete y, tras dejar las monedas justas de ese último trago, salí de allí.

Para ser pleno verano estos últimos días las temperaturas habían caído unos cuantos grados, como había pasado esta noche. Intenté abotonar la chaqueta para librarme un poco de la brisa nocturna de Sídney, pero mi dedos iban por donde ellos querían fruto de la ingesta de tanto alcohol, por lo que desistí y decidí pasar frío hasta llegar a casa.

Era evidente que en mi estado no podía ni pensar en coger el coche —aunque fuese algo borracho sabía qué era lo que tenía que hacer—, por lo que me tocaba ir a pie hasta mi casa. O hasta el parque más cercano para tirarme sobre el primer banco que viese. En realidad ya me daba igual.

Después de haber visto a Judha besándose con aquella mujer me sentía demasiado roto por dentro. Como si yo mismo fuese uno de esos botellines de cerveza que, al verlos en aquella situación, se hubiese fragmentado por sí solo y por completo.

Y lo peor de todo era que sabía a la perfección que no tenía ningún derecho de ir a decirle nada. Yo era su mejor amigo, nada más. No podía inmiscuirme en sus sentimientos.


—Ojalá fuessse' más fácil, ¿verdad Hannah? —seseé, fruto del alcohol, para mí—. Sssi' tú no te hubiessses' muerto esssto' sssería' másss' fácil.


Y era verdad. Si Hannah siguiese viva todo sería diferente. Si fuese ella la que hubiese hecho feliz a Judha, podría aceptarlo.


«Pero por tu culpa eso ya no sucederá nunca. Por tu culpa ahora ella está muerta» —dijo una vocecita en mi mente.


Sacudí la cabeza varias veces para intentar despejarme un poco y olvidarme de esos pensamientos tan oscuros —y a la vez tan ciertos—, crucé un paso de peatones cuando la luz del semáforo se puso en verde y, sorprendido, y sin saber cuánto tiempo llevaba caminando desde que salí de aquel bar, me di cuenta de que estaba frente al edificio de apartamentos en el que Rachel residía.


Sssi' no recuerdo mal Rachel me dijo que tenía que resssponder' urgentemente un mensssaje' de mi padre —recordé en uno de los pocos momentos lúcidos de la noche.


Desde aquella escena de Judha con Patty dentro del S.K. no le había prestado demasiada atención al trabajo, pero había «algo» respecto al mismo que había intentado obviar hasta el último momento.

Días antes de ese suceso había quedado para comer con mis padres, y allí fue donde mi padre me reveló que había decidido jubilarse y pasar el mando de nuestra empresa a mi persona. El único problema era que, al aceptar tal cargo, debía mudarme de Sídney. Alejarme de la ciudad donde había conocido al que siempre sería el amor de mi vida.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora