6. Luces interiores y situaciones a lo Romeo y Julieta

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(Paris)



Kiam iba a asesinarme lenta y dolorosamente.

Dejé la guitarra y la pequeña —pero cuantiosa— cantidad de dinero que había ganado a un lado del viejo vagabundo, le sonreí, y me fui corriendo de allí después de despedirme de él con la mano.

No pude evitar ayudarlo cuando lo vi sentado en mitad del paseo, y tras comprobar que no tenía dinero en la cartera —ya que el poco que había cogido antes de salir de casa lo había gastado en la peluquería—, decidí hacer uso de mis dotes para la música y ganar unas monedas tocando la guitarra.

Sabía que era bueno tocándola, así que decidí no desaprovechar la oportunidad de usarla y, al parecer, había funcionado.

Puede que no hubiese ganado mucho, pero al menos bastaría para que no pasase la noche a la intemperie y comiese comida caliente durante un par de días.

Pero eso lo había solucionado... más o menos. Lo importante ahora era encontrar una buena excusa que decirle a Kiam. Lo más seguro es que ya estuviese esperando por mí en casa y, de ser así, me podía dar por muerto.

No tenía ni la más mínima idea de qué decirle sobre el nuevo color de mi pelo. Si le decía que lo había hecho para poder ser amigo de Darel y los otros, lo más seguro es que me asesinase poco a poco. Y después, asesinaría a Darel con sus propias manos.

Pero también había otro problema.

Le había dicho al de ojos azules y a los otros que no volvería a molestarles más... pero sí que quería seguir hablando con ellos. Podría parecer demasiado tonto o inocente por pensar así, pero sabía a la perfección que no eran mala gente.

Me había sentido dolido al ver que no habían ido, pero si lo pensaba detenidamente, tenía que haber un por qué. Tenía que haber "algo" para que me hubiesen dejado plantado de esa forma.

Además, tampoco había escuchado sus razones. Sólo me asusté de verles de nuevo después de esperar tantas horas, y salí huyendo sin dejar que dijesen nada.

Tenía que ser positivo con todo ésto. Si quería disfrutar de verdad, tenía que dejar de ser el "príncipe" que se había pasado toda la vida encerrado en un castillo, y salir fuera de esos muros para conocer el mundo que había en el exterior. Y si quería hacer eso, tenía que volver a hablar con Darel.

Aceleré el paso cuando estaba a tan solo unos metros de casa y, cuando llegué, abrí la puerta de la verja con sigilo. Me colé en el pequeño jardín que había antes de la puerta principal, y me escondí tras uno de los arbustos que había plantado mi madre.

Podría ir a mi habitación y ponerme un gorro o algo así para que Kiam no se diese cuenta, pero antes necesitaba comprobar que mi amigo no se encontraba por allí.

Asomé la cabeza, y al ver que estaba completamente solo, salí rápidamente de mi escondite y me acerqué a la puerta principal. Saqué el manojo de llaves de mi bolsillo, y comencé a buscar la correcta.

—¿Paris? —dijo alguien a mi espalda, haciendo que el manojo de llaves se me resbalara de las manos.

Me di la vuelta, y observé a Kiam al otro lado de la verja. Entró y, después de cerrar la puerta, me miró de arriba a abajo con cara de pocos amigos.

—H-hola —balbuceé, contando los minutos que faltaban para mi repentino asesinato.

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—¡¿Me quieres explicar por qué pareces un algodón de azúcar azul con patas?! —preguntó el de pelo color arena exaltado.

Tragué saliva, y me revolví nervioso encima de mi cama —donde estaba sentado.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora