(Kiam)
Bajé las escaleras a toda velocidad, resbalándome en el antepenúltimo escalón y, cuando recuperé el equilibrio y me puse de nuevo en pie, seguí corriendo.
—¡Espera! —exclamé.
Barb, sobresaltado por mi repentino grito, quitó la mano del pomo de la puerta y se giró hacia mí, sorprendido al verme allí, plantado ante él.
Cogí aire con la boca varias veces, para recuperar el aliento, y una vez que pude recobrar la compostura di un par de pasos hacia delante.
—Aún hay algo que quiero decirte —hablé, presa del miedo por lo que «esas palabras» podrían acarrear. Pero así lo había decidido y así debía ser.
El de la dilatación entrecerró los ojos en un gesto de duda y dejó caer los brazos hacia los lados, metiendo las manos —finalmente— en los bolsillos de sus bermudas.
—Si vas a burlarte de mí, o a darme voces como siempre, te pido que no lo hagas, por favor —pronunció con cierto ápice de... ¿miedo? ¿Lástima?
Y ahí me encendí, no pudiendo evitarlo.
—¡¿Pero por qué piensas que voy a voceart-...?! Oh', mierda... —me interrumpí a mí mismo, dándome cuenta de que me había alterado por nada.
«Mierda, Kiam. Hazlo bien por una puta vez en la vida —pensé para mí—. Deja de enfurecerte por cada mínimo detalle y habla bien las cosas. Es tu última oportunidad».
Podía sentir el pulso acelerado de mi cuerpo, fruto de un corazón que latía movido por el pánico. Las manos me temblaban como si fueran gelatina, y un sudor frío comenzó a resbalar por mi nuca produciéndome algún que otro escalofrío. Respiré hondo, intentando calmarme tras haber perdido momentáneamente los nervios, y volví a dirigirme a él.
—¿Puedes contestarme a una única pregunta? —asintió tras otro instante de duda—. ¿Qué pasaría si... si... si fuese yo el que ha comenzado a sentir algo más por ti?
«Y ya está. Que sea lo que el destino quiera que sea» —pensé, en parte aliviado por haberme quitado un peso de encima.
Observé a Barb, que abrió los ojos como platos y se quedó en completo silencio, haciendo que un repentino mar de nervios comenzase a circular por todo mi cuerpo. Al notar que seguía sin soltar ni una sola palabra, y que parecía que el tiempo se había detenido en este preciso instante, apreté las manos en un puño para evitar que se diera cuenta de mis temblorosos dedos, culpa de la incertidumbre del mismo.
—¿Puedo... hacerte yo otra pregunta? —asentí, sin poder prepararme mentalmente por lo que podía llegar a decir—. ¿Qué pasaría... si fuera yo quien comenzó a sentir algo más por ti?
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De Príncipes y Princesos ©
RomanceParis Donahoe es un príncipe encerrado en su propio castillo. Hijo de uno de los empresarios más influyentes de todo Sídney, y cansado de comportarse siempre como el chico perfecto, su único escape de la realidad es su amor por la música y el pia...