37. Enlaces y despedidas

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(Owen)





El aparcamiento del restaurante estaba lleno hasta los topes.

Aparqué el coche en el primer hueco libre que vi, después de haber estado dando vueltas durante un rato, y nada más bajar de él el olor a mar y a salitre se coló por mis fosas nasales.

La boda de Sophie —que iba a ser por lo civil— se celebraba en los jardines de uno de los restaurantes más famosos de la ciudad, frente a la Bahía de Sídney y al puente que cruzaba sobre la misma. Y si bien era cierto que había venido con Rachel o con mis padres a cenar en varias ocasiones, y que la comida era très magnifique, nunca superaría mi amor por la cocina del Sta. Cristina. A pesar de que dicho lugar hubiese sido testigo, más de una vez, de mis dolorosos anhelos hacia Judha.


—Y hablando del rey de Roma —pensé en voz alta— en su coche se asoma.


Sonreí orgulloso tras mi ingenioso chiste —aunque en realidad sabía que había sido una mierda—, y comencé a caminar hacia el vehículo que acababa de aparcar a varias plazas de donde yo había dejado el mío. Observé al de ojos azul oscuro salir de él, y a Darel y a Paris de los asientos traseros, pero cuando me fijé en la mujer que se bajaba por la puerta del copiloto, frené en seco. Patty Lisnow se encontraba ahí, vestida con sus mejores galas. Judha, que con su traje gris a rayas y su corbata añil, emparejaba a la perfección con el vestido corto de este último color que llevaba ella, fue en su busca y le dio la mano, comenzando a caminar juntos hacia el interior del edificio sin tan siquiera haber reparado en mí.


«¿Por qué no me había dicho que la traería a ella? ¿Lo había mantenido en secreto durante todo este tiempo? ¿Tampoco confiaba ya en mí...?»


El aire que se colaba ahora por mis fosas nasales quemaba como si se tratara de fuego. El nudo de mi garganta había comenzado a apretar incluso más que el de mi propia corbata. Y ese oscuro sentimiento, mezcla de celos, tristeza e impotencia, buscó de nuevo un hueco en lo más profundo de mi pecho.


—¿Owen? ¿Estás bien?


Miré a Darel y a Paris, percatándome de que ellos sí me habían visto, e hice lo que mejor sabía hacer y que ya había hecho, una vez tras otra, durante estos últimos años:


«Respira hondo y sonríe, Owen —pensé—. Respira hondo y sonríe».


Volví a mirar a la parejilla, que me observaba expectante y con mirada triste —Darel sobre todo—, y dibujé en mi rostro una de las sonrisas más falsas que había dibujado hasta la fecha.


—Sí, bueno —dudé—. Era de esperar que ocurriese esto. Ya debería de haberme hecho a la idea de que tiene que ser así. Aunque duele más de lo que creía—intenté reír, pero mi risa se quedó en un simple intento.


—Mi hermano es un imbécil —profirió Darel—. Si él no se da cuenta de lo que pasa, yo se lo diré, punto.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora