(Paris)
Jugueteé nervioso con los dedos de ambas manos, tragué saliva y apoyé la espalda sobre el muro que se encontraba tras de mí.
Quedaban pocos minutos para que culminasen las tres horas que, en teoría, debía esperar para encontrarme con Darel. Aunque había llegado al lugar de la quedada con bastante tiempo de antelación —media hora después de que Kiam se fuese de casa en realidad—, los minutos y segundos se me habían hecho tan eternos que, exagerando un poco, bien podría decir que había estado esperando siglos a su llegada.
Durante todo este tiempo solo había podido pensar en dos cosas: lo que le diría a Darel, y cómo podía ayudar a Kiam. La primera de ellas no la había descubierto aún, pero, en cambio, la segunda sí. Sabía que a mi mejor amigo le había pasado algo ya que, a pesar de sus evasivas, lo conocía bastante bien. Por ello, y tras mucho pensar, había llegado a la conclusión de que, en cuanto pudiese —mañana mismo si hacía falta—, iría a hablar de nuevo con él y no lo dejaría en paz hasta que, al menos, me contase por encima cuáles eran sus más que evidentes preocupaciones.
Suspiré, seguro de mis intenciones, y puse una mueca de fastidio cuando me percaté de las oscuras nubes que se estaban acercando poco a poco. No me disgustaban los días de lluvia en absoluto, pero darme cuenta de que iba a haber una tormenta el día de hoy, minutos antes de que me encontrase con Darel... me daba un pelín de mala espina.
—¿Has tenido que esperar mucho?
Miré al frente, hacia el responsable de aquella pregunta, y noté enseguida como mis mejillas se adornaban de un leve tono carmín.
—No, qué va —mentí—. He llegado hace escasos minutos.
Darel suspiró aliviado —o eso dio a entender—, y apoyó en el suelo la tabla de surf que llevaba consigo. Después se pasó la mano por su cabello húmedo, echando parte de su flequillo hacia atrás, mientras que yo solo pude perderme en aquellas pequeñas gotitas de agua que resbalaban juguetonas por su cuello hasta perderse en su —también algo húmeda— camisa.
La última vez que lo había visto había sido hace tres días más o menos, cuando casi nos besamos en el Centro, justo después de que aquellos juguetones delfines me empapasen de arriba a abajo, y Darel me acompañase a los vestuarios para prestarme otra ropa. Y el solo pensar en ello, hacía que mi cara se tintase aún más de color rojo, sobre todo ahora que sabía perfectamente lo que sentía por él.
—Entonces... ¿qué tal estos días? —preguntó de nuevo.
—Bien, supongo. Me ha dado tiempo a pensar en muchas cosas, la verdad.
—Oh, genial —respondió—. Yo... también he estado dándole vueltas a muchos temas.
Y, de repente, silencio. La atmósfera se había vuelto algo extraña e incómoda para los dos, y no tenía ni la más remota idea de cómo cambiarla. Si bien era cierto que me había armado de valor durante estos días, y había pensado en mil y una formas de contarle lo que sentía, a la hora de la verdad no sabía cómo hacer bien las cosas. Y eso me frustraba.
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De Príncipes y Princesos ©
RomansaParis Donahoe es un príncipe encerrado en su propio castillo. Hijo de uno de los empresarios más influyentes de todo Sídney, y cansado de comportarse siempre como el chico perfecto, su único escape de la realidad es su amor por la música y el pia...