30. El poder de un ejército

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(Darel) 





A pesar de todo aún me temblaban las piernas, por lo que subir las escaleras para llegar a mi cuarto casi se me hace un reto imposible. Si no hubiese sido por la ayuda de mi hermano, lo más seguro es que me hubiese tumbado en el sofá del salón para no tener que poner los pies en ni un solo escalón.


—¿Seguro que estarás bien? —preguntó el susodicho cuando me tumbé bocarriba sobre la cama.


—Sí, sí. Antes de salir del hospital dijeron que ya estaba todo bien, ¿no? —le recordé—. Vete a hacer el cierre del S.K. tranquilo.


—Yo me quedaré un rato con él por si pasa algo —comentó Lori desde el marco de la puerta.


Judha, no muy convencido de mi propuesta, suspiró cansado y sacó un paquete de cigarrillos del bolsillo trasero de su pantalón.


—No tardaré mucho, pero si llega a ocurrir cualquier cosa más os vale avisarme.


Ambos asentimos como niños buenos y, cuando bajó al piso de abajo y le oímos salir por la puerta, Lori se acercó al borde de la cama y se sentó en él.


—¿Seguro que ya estás bien?


Asentí con un simple movimiento de cabeza y me llevé las manos a los ojos para frotármelos con fuerza.

Eran ya las tantas de la madrugada pero, a pesar de que había estado bastante tiempo dormido en el hospital, me sentía muy muy muy cansado. Agotado física y mentalmente, y todo por culpa del gilipollas de Cap y sus amigos.

La gran mayoría de los recuerdos de esa noche habían ido llegando a mi memoria como si fuesen los flashes de una cámara. Podía recordar alguna que otra cosa antes de haber ido a refrescarme a los baños y encontrarme por segunda vez con Cap, pero después de eso todo estaba en blanco.

Por lo que me había contado Lori, si no llega a ser porque Paris y ella fueron a buscarme, a saber lo que habría pasado. Y también me había relatado, con pelos y señales, cómo el chico de pelo azulado se había enfrentado a todos ellos para poder defenderme, cosa que solo hacía que me enamorase más y más de él.

Pero ese hecho no quitaba el que me sintiese una mierda de persona. Por mi culpa Paris había tenido que pasar por todo eso. Por no haber estado más espabilado, y dejar que me metiesen droga en el vaso, había hecho de su gran noche un mal recuerdo. Y saber que yo había sido el principal artífice de tal cosa me hacía sentir repugnante.

Decidí dejar de asquearme a mí mismo durante un rato y me senté con lentitud en el borde de la cama, junto a Lori, para poder sacar el móvil de mi bolsillo. Desbloqueé la pantalla y, al ver que después de las quince llamadas perdidas que le había dejado a Paris no tenía respuesta de ningún tipo, verdaderamente me comencé a asustar.


—Tengo que ir a su casa para ver si está bien —dije más para mí mismo que para la de pelo rosado.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora