34. Pero del mayor de los temores surge el valor que les hace frente

22.9K 2.3K 1K
                                    




(Owen)





La reunión en la que se había decidido oficialmente mi ascenso dentro de la empresa terminó con éxito. Me despedí de todos y cada uno de los accionistas, y demás integrantes importantes de la empresa, y caminé raudo y veloz hacia donde se encontraban Rachel y mis padres.


—Pero qué hijo más guapo tengo —mi madre me agarró de ambos carrillos, como a un niño pequeño—. Y qué buen director va a ser ya desde el primer momento.


—Mamá, para —reí y le aparté cariñosamente las manos. Luego, sin soltarlas, tiré de ellas hacia mí y le planté un beso en la frente—. Que ya no soy un crío.


—Siempre serás mi pequeñín —sentenció, separándose finalmente.


—¿Y yo qué voy a hacer ahora que me he jubilado de manera oficial? —preguntó mi padre—. La verdad es que siempre he estado trabajando y no sé lo que es tomarse un respiro. O, al menos, no uno tan largo —dudó, mirándome con los ojos entrecerrados—. Retiro mi jubilación: Owen, devuélveme la empresa.


Oh', Bastian. ¿Ya estás otra vez con esas? —mi madre puso los brazos en jarras y suspiró—. Será mejor que nos vayamos a casa antes de que este viejo loco siga desvariado.


—Pero Grace...


—No quiero escuchar ni un solo «pero» —la susodicha agarró a mi padre de la solapilla de su chaqueta y comenzó a tirar de él—. Nos vamos, cariñines'. Iremos más pronto que tarde a ver ese nuevo apartamento en el que os quedaréis mientras estéis viviendo en Melbourne.


Me lanzó un beso al aire, el cual cogí al vuelo y escondí en el bolsillo de mi americana, y tras despedirme también del jocoso de mi padre con un gesto de manos me giré hacia Rachel, que había estado sonriendo y callada durante todo este tiempo.


—¿Has empezado ya a hacer las maletas, queridísima secretaria mía? —pregunté.


—Así es, queridísimo jefe mío —respondió con cierto retintín—. Aunque aún nos quedan dos semanas para irnos finalmente a Melbourne, por lo que me lo estoy tomando todo con la misma calma con la que sueles vivir tú el día a día.


«Ja ja ja». Qué graciosilla eres cuando quieres —le saqué la lengua cual niño pequeño, dándome cuenta así que mi madre, hacía tan solo un momento, no estaba tan desencaminada.


La castaña suspiró resignada y comenzó a caminar hacia el ascensor; mismo camino que, segundos antes, habían tomado mis padres.


—¿Y tú ya tienes «todo arreglado» antes de irte? —hizo énfasis en ciertas palabras.


Pulsé el botón del ascensor, antes de que lo hiciera ella, y dudé antes de responder.

Habían pasado ya cinco días desde aquella comida con Judha. Cinco largos días en los que había llegado a la misma conclusión que había obtenido desde un principio: alejarme de él, yéndome a trabajar a Melbourne indefinidamente, y resignarme de una vez por todas. Esa era la única «cura» que veía posible —y también factible— para todo este asunto.

De Príncipes y Princesos ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora