CAPÍTULO XIX. Secreto y amor

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Se reunió con sus compañeros de elenco a esperar las indicaciones para poder comenzar a grabar sus escenas del día y bromeó con todos ellos metiéndose en sus charlas, tomando fotos y videos y descargando ansiedades haciendo su tan conocido baile de la victoria. Algo así como una cábala. Poco a poco y con mucho disimulo fue acercándose a Horacio, que estaba un poco más apartado ocupándose de sus redes sociales. Mientras caminaba hacia él, su mente le planteaba distintos escenarios y ninguno era lo suficientemente bueno como para que la marea permaneciera tranquila. Algo en su cuerpo le advertía que cualquier acción que decidiera tomar avivaría el mar y todo terminaría en un imparable tsunami. Aun así, se decidió por una de las opciones. No sabía si era la correcta, pero era la más honesta. Hablar.

—¿Qué dice mi hombre de acero? —dijo en tono de broma acercándose con una gran sonrisa.

—¿Cómo estás, reina? ¡Guapísima! —comentó guardando el celular.

—Aquí, haciendo lo que podemos —soltó posando cual modelo —oye ¿tienes unos minutos?

—¿Para ti? Toda la vida —dijo sin ningún reparo —deja busco unas sillas.

—No, la verdad preferiría que habláramos en privado. ¿Podemos ir a tu camerino? Digo, está más cerca que el mío.

—Claro que sí —le hizo un ademán marcándole el camino y procuró caminar apenas un paso detrás de ella mientras dudaba si colocarle o no su mano en la espalda. Finalmente no lo hizo. Al llegar a la puerta, él se adelantó a abrirla y mientras ingresaban corrió el riesgo de esta vez sí tomar contacto con su cintura. Fue breve, casi un roce, pero llegó a sentir la tibieza de su cuerpo subiendo por su mano y creyó ver el paraíso en aquel momento —pasa —lo que definitivamente ninguno de los dos alcanzó a ver fue la figura de Juan avanzando por el mismo pasillo, observando a su joven compatriota, colega y amigo excediéndose en la caballerosidad con su novia.

—Gracias —comentó ella algo nerviosa.

—Pero siéntate —dijo haciendo lugar en el sillón mientras él tomaba una silla —estoy algo intrigado —pronunció —si quisiste hablar a solas debe ser algo importante.

—Lo es. Bueno, quizá pueda terminar siendo una tontería pero me gustaría hablarlo contigo.

—Nada que venga de ti puede ser una simple tontería.

—Bueno, en parte es sobre eso —comentó jugando con sus manos intentando encontrar las palabras —de tu forma de dirigirte hacia mí —soltó finalmente.

—Espera, espera —dijo interrumpiéndola —antes de que sigas, si te ofendí de alguna manera, por favor discúlpame porque esa nunca fue mi intensión.

—No, créeme que nunca me has ofendido. No es eso. Mira, voy a ser directa contigo. Hoy que llegué, te encontré saliendo de mi camerino como... intentando no ser descubierto, y cuando entré había una rosa en mi tocador. Quiero saber si tú la dejaste ahí —dijo hablando con más seguridad mientras observaba que ahora él era quien estaba nervioso —por favor, no creas que estoy enojada, en verdad es un gesto muy bello, pero necesito confirmarlo.

—Sí —dijo alzando la cabeza —yo fui quien dejó la rosa amarilla ahí. Y también fui yo el de la rosa naranja —confesó —podría decirte que son parte de un simple detalle, una disculpa en cuotas por aquel ya viejo choque que tuvimos pero...

—¿Pero...?

—¿Tú recuerdas qué pasó? Íbamos caminando en direcciones contrarias, apurados, completamente ciegos y chocamos. Ese choque me hizo abrir los ojos.

—No entiendo —dijo desconcertada.

—¿Sabes lo que vi?

—No. ¿Qué es lo que viste?

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora