CAPÍTULO XLIV. Cara o cruz

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—Qué buen cocinero resultaste —pronunció Roberto como pudo entre un bocado de pizza y otro.

—¡Te quedaron buenísimas! —añadió Eduardo en la misma situación.

—Niños, los modales —intervino su madre al verlos hablar con la boca llena.

—Estamos en confianza —dijo Juan mirándola con picardía y justificándolos —qué bueno que les haya gustado, pero no es para tanto. Solo son pizzas.

—¡No te hagas el humilde que sos argentino! —dijo Mía riendo y contagiando al resto —bueno, yo no sé qué piensan ustedes pero la más inteligente de todos en esta mesa es María —comentó —porque el que come callado, come dos veces —soltó y los puso a todos a reír nuevamente.

—¿Sí te gustó, corazón? —le preguntó Juan a la niña, generando en la madre una corriente de ternura inimaginable.

—Está deliciosa —sonrió.

—Es que a mi papá le encanta cocinar —dijo Azul ya muy tranquila e integrada con todos —y lo hace delicioso.

Vaya que sí —pensó Itatí con las ideas repletas de albures desde el instante mismo en que se apersonó esa noche allí.

—Pues nuestra mamá también cocina super delicioso —dijo Eduardo —deberíamos pasar un día entero juntos y así podrían cocinar los dos y nosotros somos sus jurados —tiró.

—¡Sí! —apoyó Mía —me encanta la idea —guiñó un ojo mirando a Itatí y la hizo removerse en su silla.

—Lo que deberíamos hacer ahora —intervino Roberto —es comer un postre.

—No preparamos nada —se lamentó Itatí.

—En el refri hay algunas cosas —Eduardo se puso de pie —ven —le dijo a su hermano —ayúdame a ver qué podemos hacer.

—Vengan —dijo Roberto invitando a María, Mía y Azul con el claro propósito de dejarlos solos —ahorita vemos cómo le hacemos pero algo de postre vamos a comer —los cinco se apartaron hacia el refrigerador y fingían no estar pendientes de nada de lo que ocurría en la isla, mientras el par de adultos no era capaz de interrumpir el intercambio de miradas.

—¿Qué pasa?¿Qué tengo? —preguntó él interrumpiendo aquel silencio que volvía a ser el de siempre, el de ambos, el de la magia.

—Nada —sonrió —¿por qué lo preguntas? —alargó sus brazos por sobre la mesa con mucho disimulo.

—No lo sé —respondió imitando su gesto y dejando sus manos muy cerca de las de ella —de pronto me sentí observado.

—Eso es porque te estaba observando —poco a poco caminó con sus dedos sobre la mesa y los rozó con los de él.

—Pero entonces tengo algo —comenzó a mirarse buscando.

—Bueno, sí. Tienes algo.

—Ya dime —sonrió —luego te ríes de mí y yo no sé por qué.

—Belleza —se acercó a él afirmando sus brazos en la mesa y como resultado obtuvo la certeza de que comenzaba a afectarse su respiración —tienes —mordió sus labios con toda intensión —mucha belleza —reafirmó con voz sensual —tanta que...—detuvo su rostro cuando sus narices chocaron.

—¿Qué? —preguntó resistiendo con esfuerzo el deseo de besarla ahí mismo y convertirla en su postre.

De nuevo la tensión de ambos. De nuevo los nervios y las ganas de quemar todos los problemas en el fuego del amor. Sintieron el roce de sus labios y recibieron la tibieza del otro en ese mínimo contacto, tan mínimo que ni siquiera se apoyaron, solo se mantuvieron cerca, expectantes. Resistiendo. Y Juan ya no podía resistir. Deseaba asaltar su boca con vehemencia, con la pasión contenida. Una pasión que no había llegado a expresar aquella noche en el coche a mitad de la ruta. Entreabrió sus labios con toda la intención de besarla y un ruido en la cocina los apartó de repente. Contuvieron el estallido de sus risas para no ser delatados pero no pudieron evitar reírse entre ellos.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora