CAPÍTULO XXI. Pecados Capitales

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Se aferraban a sus cuerpos con desesperación y posesión. Ella, incrustando las uñas en su espalda ante cada movimiento. Él, abrazándola casi de manera asfixiante. Ofrecían y recibían todo cuanto les fuera posible. Deseo, necesidad, pasión, autoridad, complicidad. Cada oscilación tenía el propósito de la felicidad plena en la entrega máxima del amor. La melodía compuesta por sus cuerpos, por sus voces y el vaivén del agua que, incontenible, desbordaba el jacuzzi, opacó por completo la música que había sido seleccionada para ambientar la ocasión. Aquello, además de un acto de amor parecía una competencia por ver quién era más generoso con el otro. Y estaban empatados. Cada quien hacía todo lo posible por entregar lo mejor de sí y estremecer al otro. Mientras ella hundía su cara en el cuello de Juan y lo besaba sin piedad, él perdía el control de sus manos que, con vida propia, se posaban en sus glúteos y presionaban ayudándolo a tomar ventaja en la contienda. Pero de inmediato ella respondía apoderándose de su boca e invadiéndola con voracidad. La disputa parecía jamás acabar. Siempre había una respuesta lista para proporcionar. Con el paso de los minutos ella aumentó considerablemente la intensidad de las oscilaciones, haciéndole saber que se encontraba en la recta final, en su máximo. Al notarlo, la abrazó con más fuerza demostrándole que ahí estaba para ella, permitiéndole ponerle fin a la guerra interna que se libraba en su cuerpo. Finalmente Itatí cedió a sus sensaciones liberándolas en un grito que no tuvo intensión de contener y de inmediato, él también concluyó su propia batalla, rindiéndose ante la avalancha placentera que recorrió su cuerpo, expresándola en un rugido desgarrador que encontró su réplica en el eco que le devolvieron las paredes del cuarto de baño.

Ahora el duelo era de miradas. Ambas brillantes, rebosantes de victoria. Sonrieron al unísono mientras intentaban recuperar el oxígeno. Ella le obsequió una suave caricia en la mejilla derecha y él besó sus labios tiernamente para luego recostar la cabeza sobre uno de sus hombros, recibiendo un abrazo en señal de tregua. Amaba ser estrechado por sus delgados y firmes brazos. Lo invadía una ternura que a veces creía ya no poseer y eso le permitía relajarse. Le gustaba ser el protector, pero también necesitaba ser protegido.

**

De nuevo el silencio se hizo presente entre ellos. Esa maravillosa forma de comunicarse y lograr encontrarse en el mismo paraíso sin necesidad de decir una sola palabra. Les bastaban caricias y miradas para conectarse y tener una conversación llena de magia. La magia pura y brillante que solo conocen las personas enamoradas y entregadas por completo.

Recostado sobre uno de los laterales, sujetaba la copa de champagne con la mano izquierda mientras con la derecha acariciaba el brazo de ella, que descansaba de espaldas sobre él, envuelta entre sus piernas. Abstraído en sus pensamientos sobre lo mucho que la amaba no pudo evitar lanzar un gran suspiro que llamó su atención haciendo que echara la cabeza hacia atrás mirándolo al revés, y en un instante de hechizo absoluto sus miradas se enlazaron.

—¿Y ese suspiro, muñequito? —preguntó con una sonrisa imborrable.

—Es tuyo —dijo devolviéndole la sonrisa, llevando su rostro hacia abajo para poder alcanzar sus labios y regalándole un tierno beso.

—A ver —enderezó su postura y se colocó frente a él, rodeándolo nuevamente con sus piernas —explícame —pidió acariciándole la barbilla con el revés de su mano y luego sus labios con el dedo índice.

—Pensaba en ti y en lo afortunado que soy de poder vivir este momento contigo —contestó devolviéndole las caricias —me sentí invadido de amor y suspiré —besó la punta de su nariz primero y sus labios después. Al apartarse notó que sus ojos se humedecían y sonrió, ahora asaltado por la ternura —mi niña hermosa —dijo en un susurro mientras con la yema de uno de sus dedos le hacía un mimo en la punta de la nariz.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora