CAPÍTULO XLV. Melodía de fuego

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—¿Qué película crees que estén viendo ahí arriba? —preguntó ocultando la moneda en su mano y esbozando una soberbia sonrisa.

—¿Qué? —preguntó sorprendida, estaba segura de que ganaría —es un chiste.

—No, no es un chiste. Lo siento —fingió una pose algo engreída —el azar es el azar.

—Mírame —le pidió riendo —no te creo nada. Muéstrame la moneda.

—¿No me crees? ¡Qué feo! —jugó con ella.

—Muéstrame.

—¿Qué quieres que te muestre? —la albureó y estalló en risas, desesperándola.

—¡Juan Soler! —exclamó —extiende tu mano y muéstrame la moneda.

—Quítamela —la desafió.

—¿Es en serio? —lo vio sonreír de lado —¿quieres que te quite la moneda? Te quito la moneda —enunció y se abalanzó en busca de su mano. Forcejearon más de la cuenta provocando fricciones en sus cuerpos y eso los llevó a tensarse juntos. En alguno de aquellos tantos movimientos ella pudo tomar la muñeca de la mano que sujetaba la moneda pero la diferencia de fuerza y estatura hizo que él consiguiera colocarla de espaldas y la aprisionara contra su cuerpo. Victorioso por unos segundos, sonrió. Pero de inmediato supo que no había sido una buena idea, puesto que para defenderse ella restregaba su cuerpo contra el suyo, tensionándolo más y provocando que él perdiera concentración y fuerza —abre la mano —pidió aun de espaldas a él.

—Ábrela tú —respondió agitado.

—Abre la mano —repitió al mismo tiempo que utilizaba la única arma que tenía, su propio cuerpo presionando sobre el de él.

—¡Ah! —gimió —tramposa —dijo viendo que su mano se abría por pura debilidad.

—¡Tramposo tú! —exclamó soltándose de su agarre —eres —consiguió aire y continuó —un mal perdedor —sonrió y señaló la moneda —dijimos que sin trampas —se acercó a él nuevamente y lo arrinconó contra la pared —dime que no quieres besarme y no pasa nada —colocó ambas manos en su pecho —¿a qué le tienes miedo?

—¿Miedo?

—Sí, miedo. Dijimos que sin trampas... y había salido cruz —deslizó ambas manos por su torso con mucha lentitud —¿tienes miedo de no querer solo un beso? —alargó su figura hasta alcanzar su oído —¿tienes miedo de no poder parar? O tal vez de no querer parar... —se apartó un paso y lo vio sonreír. Había dado en el clavo —pues bien, hiciste trampa —buscó el spray y regresó a él —voy a tener que cobrármela doble.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó ya muy afectado.

—Te dije que si salía cruz ibas a pedirme aire —comentó desabotonándole la camisa con lentitud al ver que él no hacía nada por detenerla —ahora, además de aire —sin darle tiempo a nada trazó una línea vertical en medio de su abdomen y escuchó el quejido provocado por el frío del producto —vas a pedir piedad —sentenció.

Se fue sobre su abdomen buscando el final del camino de crema y utilizando su lengua lo recorrió hacia arriba. Oyó su gemido ahogado y sonrió encontrando su primera victoria. Pocas cosas estremecían su cuerpo y volaban su mente como el varonil gemido de Juan, que dependiendo de cuán afectado estaba podía escucharse tan suave como un susurro, ahogado, enronquecido o muy grave. Decidida a escuchar todos, continuó con su juego. Ya no solo quería cobrar el doble azar. Necesitaba reencontrarse con él, pedirle perdón por haber desconfiado tanto y perdonarlo por su frialdad y lejanía. Ambos lo necesitaban y lo sabían. Por eso él no opuso resistencia. Ya no podía reprimir sus deseos y mucho menos su amor. Solo quería entregarse al placer de amarla, a la delicia de sus caricias, a la provocación de sus ojos, al calor de sus labios, a los temblores de su cuerpo, a la magia de su amor. Inspiró profundo cuando la sintió llegar hasta su cuello y sonrió. Su piel se estremeció tanto que llegó a doler y a causa de eso, un gemido ronco anotó la segunda victoria de ella, que se deslizaba en su cuerpo a su antojo. Respiró sobre su oído, mordió el lóbulo de su oreja con suavidad y tiró de él, arrancándole así un gemido igual al anterior. Lo sentía agitado y desbordado por el placer que recibía. Estaba estático, limitándose a sentir e intentando controlarse, no solo en sus deseos infinitos de pasión sino en sus propias expresiones. Aun no olvidaba la presencia de sus hijos en la casa ni la de ambos en la cocina. Luego de haber recorrido su torso, besado su cuello y mordido su oreja sintió la profunda necesidad de saciar la sed de sus labios con sus besos. Sabía perfectamente que en cuanto aquellos se unieran ninguno de los dos podría parar y hacia allí fue. Lentamente, luego de colocarse frente a él y pegarse completamente a su cuerpo, poniéndose en puntas de pie besó la base de su cuello, luego su mentón, la comisura izquierda y por último la derecha. Encendida, jugó con él ofreciéndole sus labios, rozando ligeramente los de él con su lengua y finalmente, con mucha suavidad, colocó su labio inferior entre medio de los suyos y con una lentitud a prueba de ansiedad fue cerrando su boca hasta atrapar su labio superior. Succionó sutilmente y se apartó con cuidado, llevándose sus labios pegados a los de ella. Acarició su boca con el dedo índice, la sintió tibia y fue de nuevo hacia allí pero esta vez por su labio inferior. Repitió sus acciones y sintió en ese momento el calor que desprendían sus manos en la cintura. Se escucharon gemir al contacto de sus labios. Gemidos de alivio. Como quien consigue saciar una necesidad imperiosa. Ella sonrió aun sin separarse de su boca y eso provocó en él una avalancha de locura que recorrió su cuerpo rápidamente y se exteriorizó en la fuerza de sus manos presionándola. Ante el contacto, el siguiente gemido fue de ella, que animada por el calor, colocó sus manos en su rostro y se apartó mínimamente. Le dirigió una mirada provocadora y retomó el amague de sus labios. Deseaba con todo el cuerpo ese beso profundo que solo él era capaz de darle, pero controlaba sus impulsos con el único propósito de cobrarse sus trampas. Desesperarlo primero, agobiarlo hasta la necesidad de respirar y finalmente enloquecerlo hasta escucharlo pedir que le diera fin a la tortura. Esos eran sus planes, aunque para conseguirlo tuviera que controlar sus deseos. Pero no lo haría por mucho tiempo. La desesperación estaba llegando al punto máximo y poco faltaba para el desborde de locura. Abría su boca mínimamente y se acercaba a él para luego retroceder en el justo momento en el que estaba a punto de ser atrapada y una sonrisa lasciva por cada amague era lo que recibía. Así fue hasta el momento en que decidió abrirse paso a su boca a través de la tibieza de su lengua, que primero chocó contra sus labios y se infiltró con autoridad haciendo que por fin sus bocas se encontraran en un beso profundo, lento y perfectamente coreografiado. El quejido de Juan al sentir la invasión en él no se hizo esperar y con habilidad fue cambiando el ritmo hasta llevarlo a la intensidad del deseo que él manejaba. La sintió presionarse contra él y no pudo evitar que sus manos la rodearan, atrapándola entre sus brazos mientras ella paseaba ambas manos entre la nuca y la cabeza, enredando sus delgados dedos en el cabello, estremeciéndolo y presionándolo para que el beso resultara aun más profundo. Envueltos por el calor, la velocidad con la que comenzaban a devorarse aumentaba vertiginosamente. Sin abandonar sus acciones, Juan comenzó a caminar hacia delante, llevándola hasta la mesada. La arrinconó allí y tuvo la intención de levantarla pero ella no se lo permitió. Se afirmó más a su boca y un movimiento de su lengua lo hizo desesperar debiendo gemir. Por fin el tan ansiado gemido grave hizo que una sensación satisfactoria recorriera todo su cuerpo. En un instante sintió sus enormes manos posarse en sus mejillas y supo que lo había conseguido. Juan se separó de sus labios con desesperación, colocó su frente sobre la de ella y procuró buscar aire con la boca abierta. Estaba más agitado de lo que pensó que estaría, aunque ella también lo estaba.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora