CAPÍTULO XLVIII. Gritos de amor

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—No tienes idea de lo que disfruto estar así contigo —dijo Juan besándola suavidad. Se encontraban de costado, uno frente al otro, con las piernas enredadas y las manos sueltas, libres para acariciarse cuando quisieran.

—Sí sé —respondió ella dejándose besar —porque yo también lo disfruto mucho —llevó su mano derecha hasta una de las mejillas de él y lo acarició con las yemas de sus dedos —¿qué pasa? —preguntó al ver que no dejaba de mirarla y de sus ojos se desprendía un brillo diferente.

—Te extrañé tanto —susurró deslizándole su dedo índice por la nariz —definitivamente este es el mejor regalo que me han dado —comentó resbalando su mano por debajo de las sábanas, buscándola.

—Aun faltan otros —informó con picardía. Sintió su mano encontrando su abdomen y sonrió lascivamente —oye —tomó la mano que la acariciaba y la apartó —sé que tal vez no sea el momento pero... —su sonrisa desapareció en un instante y su rostro se cubrió de preocupación.

—¿Y esa cara, bonita? —se sentó en la cama al ver que ella también lo hacía —¿qué pasa? —rodó sus dedos en su rostro y ella sonrió con algo de tristeza.

—Mira —tomó su mano entre las suyas y comenzó a jugar atrapando sus dedos, sonriendo al ver que él respondía y también los atrapaba —para mí es muy importante saber si entre nosotros todo está bien, si tú... me perdonaste —dijo con los ojos humedecidos y a punto de ser desbordados.

—¿Por qué insistes en hablar de eso, muñeca? Dejemos que el pasado se quede atrás, vivamos esta magia, disfrutemos de este amor tan desmedido. Míranos —dijo enseñándole la imagen de ellos mismos —exactamente así es como yo deseaba pasar el día de mi cumpleaños —tomó sus manos —y exactamente así es como deseo pasar cada día de aquí en adelante.

—Juan yo... —su voz se anudó —necesito saberlo. Tú no sabes lo que me pesa cada día el hecho de mirarte y pensar que tal vez algo dentro de ti cambió conmigo, o creer que cualquier día de estos esa situación pueda hacer que no me veas igual, o que en algún lugar de ti se quede la espina de mi desconfianza —sus lágrimas finalmente rompieron la barrera —yo no podría, no puedo con eso.

—Mi niña —dijo con mucha calma y ternura en la voz —¿te acuerdas que hicimos un pacto?

—Sí —murmuró —sanemos todo lo que tengamos que sanar, de la manera que tengamos que hacerlo. Cuando lo hayamos conseguido, si al mirarnos sentimos que el amor nos envuelve alejando el dolor, sabremos que hay un nosotros en esta vida para ti y para mí.

—¿Lo recitaste de memoria? —preguntó sorprendido.

—Jamás podría olvidarlo.

—Te propongo algo. Mirémonos —pidió —a la cuenta de tres cada uno dice lo que siente en este momento. ¿Sí?

—Sí.

—Uno... dos... tres.

—Amor —expresaron al mismo tiempo y sonrieron.

—¿Tú crees que si el amor que siento no me envolviera de ti alejando el dolor, yo estaría aquí? —su voz era la de un hombre enamorado.

—No. Tú nunca estás donde no te sientes bien. Pero... —no pudo continuar porque él cerró sus labios con su dedo índice.

—¿Necesitas escuchar la palabra, no? —la vio asentir —te voy a ser sincero —comenzó y vio su rostro cambiante por el susto —el amor sana las heridas —tomó su mano y la besó —pero yo no puedo perdonarte si tú no me perdonas a mí.

—¿Qué? —ahora sí estaba definitivamente sorprendida.

—Bonita, yo también te lastimé. No tienes idea de lo mucho que me arrepiento cada día por haberte dicho las cosas que te dije. Mi reacción no fue para nada buena. Puede ser entendible pero no justificable. ¿Comprendes por qué rodeo tanto y no te digo lo que necesitas escuchar?

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora