CAPÍTULO XXXVIII. Muñecos de papel

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Se refugió en su camerino y apoyó la cabeza en la puerta, de cara a ella. Invadido por el enojo que le provocaba su descontrol comenzó a respirar profundo. Su filosofía de vida le marcaba que habría muchas cosas fuera del alcance de su dominio, y pocas cosas le molestaban tanto como perder el control de aquellas sobre las que sí podría tenerlo. Segundos después, ese enojo fue desplazado por una sonrisa que tampoco fue capaz de contener y luego por la vergüenza de sentirse en los zapatos de un adolescente llevado de la nariz por las hormonas. Se apartó de la puerta cuando escuchó por el pasillo avanzar pasos de tacón y volvió a incendiarse, esta vez por los nervios. Oyó claramente cuando se cerraba la puerta del camerino de Itatí y pensó en hacer lo mismo que aquella vez, cruzar y agradecerle haberlo ayudado. Pero en esos infinitos segundos en los que tardó pensando, llamaron a su puerta. Sabía perfectamente que era ella. Y ella sabía perfectamente que él estaba ahí.

—Pase —autorizó de espalda a la puerta, fingiendo estar ocupado recogiendo su equipo de mate.

—¿Se puede? —preguntó Itatí asomándose lentamente y consiguiendo ver su espalda. Sabía perfectamente que en aquel momento estaría deseando esfumarse. Anteriormente estas situaciones eran divertidas y provocaban complicidad, tanta que disfrutaban de esa adrenalina y luego la agotaban. Ésta era la segunda vez que les pasaba aquello estando distanciados, por eso era tan difícil, especialmente para él.

—¿Qué necesitas? —preguntó de buena manera pero sin girarse. Definitivamente no estaba en condiciones de afrontarla. Percibió que se acercaba y la situación empeoró.

—Estás bien.

—Sí.

—No estoy preguntando —replicó tomándolo del brazo y haciendo que la enfrentara —lo estoy afirmando —dijo colocando la voz para provocarlo al tiempo que lo rozaba —estás —se pegó a él eliminando toda distancia —bien —sonrió en el instante en que lo sintió. El calor se posó en las mejillas de Juan y no pudo evitar la fuerza interior con la que salió su sonrisa. Giró la cara hacia la izquierda para no mirarla —curioso...

—¿Qué es curioso? —preguntó con dificultad.

—Es la segunda vez —buscó su rostro con una mano y lo obligó a mirarla —que te cubro —su voz era muy sugerente —creo que a la tercera voy a empezar a pedir recompensa —soltó albureándolo y luego rió.

—No te burles —intentó sostenerse serio pero la situación comenzaba a resultarle graciosa. Eso era lo que ella buscaba, relajarlo —¿a eso viniste? A burlarte —preguntó con gracia, intentando apartarse de la tentación de su cuerpo.

—¿Me crees capaz? —soltó intentando vanamente reprimir la risa —pues vine a dos cosas...

—Una es a burlarte —le dijo sonriendo —¿la otra?

—¿La verdad? —preguntó colocando la voz que sabía era capaz de provocar un sinfín de sensaciones en él.

—Sí, claro —apenas respondió y se tomó un instante para observarla se supo invadido nuevamente por el mismo calor intenso y consumidor de unos minutos atrás.

—Vine a...—tomó una postura seria —confesarte algo.

—No entiendo —dijo realmente desorientado —¿tienes algo que decirme que yo no sepa?

—De hecho, sí —afirmó —y no quiero postergarlo. Ya, te lo tengo que decir.

—Muñeca, me estás asustando —dijo sin percatarse de su primera palabra —ya dime.

—La verdad es que... —se tomó unos segundos para crear suspenso, inspiró profundo, avanzó unos pasos hacia él y finalmente habló —me encanta que te pasen esas cosas —pronunció con el tono más sensual que pudo mientras le deslizaba sus manos por el pecho. Lo miró fijamente a los ojos y sonrió.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora