CAPÍTULO XVI. Paraíso

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El silencio después del amor es la melodía más bella jamás compuesta. Una mixtura entre el silbido de las respiraciones, la percusión de los corazones regresando a su compás original, el arpegio alto de las caricias y los bajos de los besos. Esa era la música que los envolvía en aquel momento en que Itatí descansaba acostada en su cama, boca abajo, enredada en la sábana y Juan se deslizaba por todo su cuerpo con delicados besos desde los pies hacia la cabeza. Cuando llegó a la zona de su espalda baja y posó sus labios, la sintió inhalar todo el aire que le fue posible, en un intento por demostrar agrado por lo que sucedía sin romper la mágica sonoridad del silencio. Continuó su recorrido hacia arriba intercalando besos tiernos y besos húmedos con el único propósito de escucharla. Amaba escucharla en el amor, para él no había nada más exquisito que oírla amar. No quedó un solo poro en la piel de su espalda sin recibir ese contacto y al llegar al cuello y la nuca, decidió romper el silencio.

—¿Cómo lo haces? —preguntó él susurrándole al oído desde su posición ventajosa.

—¿Qué cosa? —repreguntó con dificultad. Estaba siendo invadida por una gran corriente eléctrica generada por todos esos besos que él venía dejando y una placentera sensación al momento de sentir el contacto de su aliento con la piel de su cuello.

—Enloquecerme así —aclaró mientras continuaba con los besos en su espalda.

—¿Yo te enloquezco? —dijo con voz sensual.

—Hasta extremos inimaginables. Y lo sabes —pronunció con la voz ronca, nuevamente cerca de su rostro, envolviéndola en una excitante sensación. Detuvo la entrega de besos y caricias y se acomodó a su lado.

—¿En serio tengo ese poder? —preguntó colocándose de costado para verlo mejor.

—¿Lo dudas? —repreguntó sonriente —lo que acaba de pasar es una clara prueba de lo que te estoy diciendo —besó su hombro y rió —¿te digo algo y no te ríes?

—A ver...

—Estuviste a punto de infartarme.

—¡¿Qué?! —carcajeó.

—Te lo juro.

—Entonces, te gustó —dijo enredando sus delgados dedos en el cabello de Juan, provocando en su cuerpo sensaciones cambiantes.

—Me encantó —afirmó buscando su boca —es más, creo que todavía sufro los efectos —comentó riendo y pegándose a ella para que entendiera de lo que hablaba.

—¿Sabes? Tú también me enloqueces —afirmó ella colocando la voz.

—¿Ah sí? —acarició su silueta delgada con suma delicadeza, erizándola.

—¿No lo notaste? —rió.

—Sí. Y creo que toda la manzana también —dijo entre carcajadas. La vio esconder la cara en el colchón y sonrió —a mí me encanta, me fascina y me seduce mucho tu locura y tu desenfreno —afirmó acercándose a su oído —me vuelvo loco escuchándote amar —dijo antes de morder su oreja —que lo sepan los vecinos es un daño colateral —soltó carcajeándose de nuevo y haciéndola reír esta vez.

—¡Ya! —se quejó apenada —deja eso. Mejor regresa a lo que estabas haciendo —dijo acomodándose nuevamente boca abajo.

—¿Te gustan los besos en la espalda? —preguntó regresando a aquello.

—No. Me gustan tus besos en la espalda —le aclaró.

—¿Ah sí? —interrogó antes de morderla suavemente. Sonrió al escucharla en su intento por reprimir el gemido —¿y por qué te gustan? —dijo sin detener sus acciones, complaciéndola en sus deseos.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora