CAPÍTULO XXXI. Abismo

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Jamás sintió el frío golpeando la piel de su pecho y espalda. Entró a su casa temblando de coraje y nervios. Sin poder comprender lo que pasaba se dedicó a observar todo hasta que su vista dio con Maki. Todavía no se cambiaba, seguía cubriéndose con su camisa. La camisa que él había elegido para la cita con la mujer que amaba. La cita en la que con hechos iba a demostrarle que confiaba absolutamente en ella, en el amor que se tenían, en el presente tan intenso que vivían y en el futuro. Presente y futuro que ahora no se podían dilucidar.

Sus manos temblaban y en sus ojos se agolpaba un torbellino de ira que oscurecía su mirada llevándola hasta el más opaco de los azules, convirtiéndola en tenebrosa.

—¿Te sentís bien? —preguntó Maki fingiendo inocencia mientras se acercaba a él intentando consolarlo.

—¡No me toqués! —exclamó apartándose.

—Bueno, no te la agarrés conmigo —subió el tono de voz lo necesario como para convertirse en víctima —yo no tengo la culpa de que ella viniera. Y mucho menos de que no te hayas podido controlar.

—¿Qué dijiste? ¿Vos te estás escuchando?

—Sí. Dije que no te pudiste controlar —remarcó señalando el sofá —yo no te apunté con un arma para que te acostaras conmigo —soltó mientras lo veía llevarse las manos a la cabeza.

—¡Calláte, querés!

—No me voy a callar porque estoy diciendo la verdad. Tomamos de más, nos pusimos a recordar viejos tiempos y pasó lo que tenía que pasar.

—¡Nada pasó! —gritó presionándose ambas sienes con las manos, sentía que su cabeza estallaría en cualquier momento —vos sabés muy bien que yo no soy la clase de hombre que no controla sus...instintos —agregó —vos más que nadie sabés que cuando estoy enamorado de una mujer, no hay otra que me haga caer.

—Sí, pero yo no soy cualquier otra. Soy la madre de tus hijas, fui tu esposa. Vivimos muchas cosas juntos y alguna vez nos amamos mucho.

—¡Alguna vez! —volvió a gritar y nuevamente presionó sus sienes —eso ya pasó, se terminó.

Mirá, vos podrás hacerte el muy leal y caballero en este momento, pero a mí nadie me va a borrar de la mente y del cuerpo cada caricia que me diste y mucho menos cada cosa que me dijiste mientras hacíamos el amor.

—¿El amor? Vos estás mal. En primera, con vos hace mucho que yo no hago "el amor" —dijo haciendo las comillas con los dedos —y en segunda, estoy muy confundido y me estalla la cabeza, pero puedo asegurar que entre vos y yo no pasó nada porque me conozco. No hubiese pasado nada con ninguna, pero con vos mucho menos.

—No sabés lo que estás diciendo. Me estás lastimando —intentó lloriquear.

—No, ni llorés. Quiero que te vayas ahora mismo de mi casa.

—¿Qué? ¿Me estás echando? ¿A esta hora? ¿A la madre de tus hijas?

—¡Sí! —gritó desesperado con una expresión de dolor —vas a agarrar algo de tu valija —pronunció colocando el objeto sobre el sofá —te vas a vestir, vas a devolverme mi camisa y te vas a ir de mi casa. ¡Ya! —nuevamente una puntada en su cabeza le hizo fruncir el ceño. La observó detenidamente hasta que se marchó y por fin, en la intimidad de su hogar fue capaz de liberar sus emociones. Ante la inmediatez de su soledad su angustia fue transformada en lágrimas. Una tras otra, sin control. Se sentó en el sofá, apoyó los codos en sus piernas y sostuvo con ambas manos su cabeza. Su cuerpo se sacudía producto del llanto incontenible que mezclaba la desesperación por su situación y en constante dolor de cabeza que lo atosigaba —¡Mierda! ¿Por qué me duele tanto? —gritó en referencia a esto último. Llevó sus ojos a la pequeña mesa de madera y durante unos cuantos segundos observó la botella y ambos vasos. Un brindis. Un maldito brindis acabó poniendo su vida de cabeza y acribillando su corazón. De pronto, tomó su celular y le marcó a un gran amigo pidiéndole el favor de su vida.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora