CAPÍTULO LIII. Desencuentros

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—¿Me ayudas? —preguntó maniobrando para quitarse el apretado pantalón que traía puesto. Sintió sus grandes manos apoyarse sobre ella y su sangre reaccionó alocándose en sus venas. Habiendo conseguido eliminar tan incómoda prenda, regresó a sus labios y mientras sus lenguas se sumían en una dura batalla de esgrima, ella desprendía aquel cinto de cuero que se cerraba sobre las caderas de Juan y también el pantalón —¿dónde están? —preguntó agitada luego de aquel beso asfixiante.

—¿Ya? ¿Sin previa? —utilizó su voz sensual para provocarla y sonrió.

—No quiero jugar —respondió moviendo sus caderas sobre él —no puedo. Ya dime, ¿dónde están? —preguntó nuevamente y le mordió el labio inferior.

—¡Ay! —exclamó en una mezcla de dolor y placer —debajo del asiento del conductor —explicó agitado —hay un neceser —sonrió con lujuria y se dispuso a verla en sus movimientos para alcanzarlo —¿tantos? —preguntó jugando con ella cuando sacó la mano del bolsito indicado.

—Cállate —respondió apoyándole sus manos en el pecho. Con sus dedos pulgar e índice izquierdo presionó en su mandíbula para que abriera la boca y cuando lo hizo, colocó el pequeño paquetito plateado para que lo sostuviera cuidadosamente con sus labios. Bajó sus manos hasta alcanzar su pantalón y se las ingenió para bajarlos hasta sus rodillas. Hizo lo mismo con su bóxer y regresó la atención a su rostro.

—Tú ponlo —pidió él entregándoselo y sonriendo con excitación.

Ante la petición, Itatí se mordió los labios y accionó. Juan cerró los ojos y se dispuso a disfrutar de la maniobra, y tanto disfrutó de aquello que se vio sorprendido debiendo abrir los ojos de repente e inspirar profundo por la boca en el momento en que ella se deslizó sobre él hasta sentirlo y saberlo completamente suyo. Ella, a la inversa, en ese instante dejó salir el aire que se agolpaba en sus pulmones y sonrió con satisfacción. Colocó ambas manos en su pecho, aprisionándolo contra el respaldo del asiento trasero, y lo que comenzó lento derivó en una fogosa danza acompañada por la melodía creada por sus jadeos y ligeros gemidos que escapaban aun cuando intentaban contenerlos para no delatarse.

Hamacando sus caderas a un ritmo verdaderamente agotador, observó el rostro de Juan invadido de placer. Su cabeza hacia atrás y sus ojos cerrados hablaban de lo que disfrutaba, y su boca entreabierta le dejaba saber que en escasos segundos ese placer sería eyectado de su cuerpo en un incontenible grito. Sintió que sus manos se cerraban en sus caderas y apenas la contracción lo llevó hacia delante, ella se apresuró a atrapar su boca entre sus labios para ahogar el grito final de ambos. Permanecieron aferrados fuertemente uno al otro mientras sus cuerpos convulsionaban y cuando aquello sucedió, él dejó salir una bocanada de aire justo antes de recostar su cabeza en el hombro de la única mujer capaz de lograr tamaña sensación. Itatí sonrió ante su acción y lo abrazó casi en forma protectora.

Repuestos ambos, llegaba la parte difícil, lo que más les costaba cada vez que hacían el amor. Separarse. Disfrutaban tanto de la perfección con la que sus cuerpos encajaban que el hecho de apartarse les costaba más de la cuenta.

—Te encanta acabar con mi cordura, ¿no? —preguntó trazando una línea por todo su torso mientras ella aun no se apartaba.

—Tú eres el que acaba con mi cordura —dijo realizando la misma acción en el pecho de él —además, ¿para qué queremos la cordura si locos somos felices?

—Eres tremenda —acarició su mejilla —pero ni creas que esto compensa el desayuno frustrado —soltó de pronto levantando el dedo índice de su mano derecha.

—¿Ah, no? —se mordió los labios.

—Por supuesto que no. Y déjame decirte —agregó —que realmente vas a tener que esmerarte para compensarme.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora