CAPÍTULO VI . Debilidad

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Con el correr de los días sus encuentros se volvieron más intensos y duraderos. Durante todo un mes, cada vez que podían, desaparecían de la multitud para dar rienda suelta a aquello que crecía como jamás imaginaron y a cada uno de sus deseos, que aunque pareciera imposible, a veces triplicaban su intensidad. Había días en los que el ritmo de trabajo no les permitía más que unas miradas chispeantes o un contacto físico buscado con desesperación en sus intentos vanos de aplacar la necesidad de tenerse. Esos eran los momentos en los que sus escenas como Andrea y Tyler cobraban mayor veracidad, especialmente cuando sus personajes tampoco lograban superar sus propias tentaciones. Pero aquellas jornadas más livianas, las cuales escaseaban, eran muy bien aprovechadas en alguno de los dos camerinos o campers, o incluso en los cuatro.

En el foro nadie lo hablaba, pero era una situación sospechada, no porque alguien los espiara sino porque sus gestos, sus miradas, sus tratos eran ridículamente evidentes. Y aunque en el fondo todos comprendían que la química entre ellos había superado el libreto y la pantalla, y la chispa de la amistad llevaba ya un tiempo convertida en fuego, nadie se atrevía a preguntar, pero tampoco a juzgar. Después de todo, no serían los primeros ni los últimos.


**


Desde aquel primer momento en que se vieron desbordados por sus impulsos y deseos jamás habían hablado con calma y claridad sobre la manera en que llevarían adelante su relación. Lo único que tenían claro era la debilidad que ambos sentían por el otro, el deseo, la necesidad de placer y diversión, la adrenalina adictiva que recorría sus cuerpos durante aquellos encuentros alocados.

Aquella mañana cuando Itatí entró a su camerino se encontró con un paquete en su tocador. Una caja negra, rectangular, decorada con un lazo rojo. Sorprendida, la tomó en sus manos y luego de observarla unos segundos decidió abrirla. Sonrió al encontrarse con una perfecta rosa blanca de papel y tomó en sus manos la pequeña tarjeta que la acompañaba. Sus ojos se humedecieron. Los detalles siempre causaban en ella una gran emoción. Al leer aquella invitación su cuerpo respondió con una fuerte punzada en el abdomen.

"Conoces mi dirección. Esta noche. ¿Te animas? J."

Sonrió acalorada. Ese hombre tenía el poder de hacer hervir su sangre con tan solo una tarjeta. Se detuvo unos segundos a mirarla y su corazón dio un vuelco al sentir una gran mano apoyándose en su hombro acelerándose aun más cuando observó de quién se trataba.

—¿Qué dices? —preguntó con voz sensual mientras se acercaba —¿te animas? —tomó sus pequeñas manos y jugueteó entrelazando sus dedos —tengo una sorpresa —acercó sus cuerpos en extremo, procurando sentirla y finalmente susurró en su oído —toda para ti.

—¿Una sorpresa? —dijo con la voz cortada sintiendo cómo sus manos abandonaban las de ella y sus brazos comenzaban a envolverla. Aprovechó esa cercanía para embriagarse de su perfume. Su aroma provocaba en ella sensaciones que no era capaz de describir y mucho menos de resistir. Todo comenzaba con ensoñación, podía descubrir un edén con tan solo percibir su fragancia. Enseguida sentía su corazón desbocado a punto de salirse del pecho y un fuego en la sangre que la hacía vibrar, tanto que sus piernas flaqueaban en el deber de sostenerla —¿y si me adelantas algo? —se colocó en puntas de pie y se acercó a él buscando su cuello, cerró los ojos, rozó su piel con la nariz y le regaló un pequeño beso tibio y húmedo al tiempo que exhalaba con suavidad, erizando su piel y provocando en él cierta tensión corporal.

—Estás jugando con fuego —dijo con voz ronca atrapándola con uno de sus brazos en un movimiento que la hizo jadear, y al presionarla contra él pudo notar que todas sus provocaciones habían surtido efecto. La vio abrir los ojos con asombro y luego sonreír con picardía.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora