CAPÍTULO LIV. Dolor

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—Estás hasta las manos, rubio.

—Lo sé —se lamentó.

—¿Querés que hable con ella? Le puedo explicar lo de anoche.

—No, eso la pondría peor. Además la conozco, no está enojada. Está dolida y eso es más jodido.

—Entonces andá ya, hablá con ella. Yo me quedo acá, te espero y después te cuento bien lo que pasa con aquello.

—No lo sé —dudó —venía directo a encararme y no lo hizo porque se topó con vos. Si voy ahora, me come vivo. Mejor espero un poco y mientras me contás qué pasó, al menos esto es para ella.

—Y si estás mal con ella no te va a servir de mucho.

—No me estás ayudando, Jose. Por favor.

—Está bien. Como quieras.

Sentáte y contáme.


**


—¿Sabés cómo ir? —preguntó despidiendo a su amiga en la puerta de la empresa —¿querés que te lleve?

—Me tomo un taxi, no te preocupes. Andá y hablá con tu muñeca —soltó haciéndolo sonreír.

—Gracias.

—De nada, nene. Voy ya a mandar ese correo para lo que falta y que por fin tengas el regalo para la nena. Nos vemos. Suerte.

—La voy a necesitar —comentó justo antes de girar sobre sí para entrar de nuevo. Regresó, tocó la puerta del camerino de Itatí y como no respondía entró con mucha cautela encontrándose con que no estaba allí. Suspiró resignado, tomó su celular y le marcó. Una nueva llamada perdida para la colección. Demasiadas para un solo día.

Hurgando en las fotos de su galería encontró una que aun no había publicado y decidió hacerlo en un intento por acercarse a ella de alguna manera, para que mínimamente le diera la chance de hablar aunque todo terminara en discusión. En la foto en cuestión estaban Sabine e Itatí, la había tomado sin que lo supieran minutos antes que comenzaran a grabar unos días atrás. Simulando para el público que solo se trataba de un backstage, la subió a sus redes bajo una leyenda corta, concisa y directa. "Un día común con compañeros especiales...". Aprovechó la oportunidad para mencionarla y llamar su atención de alguna manera, esperando algún tipo de respuesta mientras al mismo tiempo que recorría el foro buscándola, recorría su mente de un lado a otro para captar las palabras y gestos indicados. Se encontraba dividido. Una parte de él le decía que la buscara, hablara con ella y le pidiera disculpas las veces que fuera necesario, pero su otra mitad le gritaba todo lo contrario sintiendo que cualquier cosa que dijera solo empeoraría las cosas. Y aunque coincidía más con esa segunda parte, se decidió firmemente por la primera.

La divisó al pasar, divirtiéndose con el grupo de jóvenes grabando videos para las redes y aunque pensó en acercarse, decidió escribirle.

—Princesa, ¿podemos hablar? —envió. Las tildes azules fueron dos cachetadas para él —quisiera explicarte bien lo que pasó ayer —de nuevo las tildes azules lo abofetearon. Pero como ingenio es algo que siempre le sobraba, pensó que si no podía sacarle una respuesta, le sacaría una sonrisa. Abrió los emoticones del teclado y comenzó a enviarlos de manera compulsiva. Uno por mensaje, hasta completar su frase. Un corazón blanco, una corona, un sol, un regalo, el cielo, una varita mágica, el símbolo infinito, el mundo, la clave de sol, un reloj, una vela, una estrella fugaz, una rosa y un corazón rojo. La miró de reojo desde donde estaba y alcanzó a verla sonreír, aunque no sabía si era por la intensidad que demostró enviándolos uno a uno, si le había provocado ternura o cuál había sido el motivo.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora