CAPÍTULO VIII . Miedos

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Despertó primero que ella y la observó dormir durante unos minutos. Aquella era una maravillosa postal de amor. Toda la habitación era un enredo, incluyéndolos. No lograba comprender cómo habían terminado en una posición tan extraña. Sonrió rememorando cada momento, cada palabra, cada caricia, cada gemido. Recordó haber perdido la cordura en varias ocasiones en las que ella tomó el control de los hechos, pero también evocó esos momentos en los que pudo verla alcanzar el cielo con un convulsionado grito. Y lo recordaba por tres motivos particulares, su rostro placentero, su voz retumbando en la habitación y sus esculpidas uñas clavadas en su espalda. Acercó su rostro a ella y permitió que el dulce perfume lo embriagara. De pronto todas esas evocaciones y sensaciones comenzaron a recorrer su cuerpo nuevamente. Con la intención de despertarla comenzó a acariciarla con suavidad. Primero enredó sus dedos en las ondas del pelo y jugó con ellas, enseguida le acarició el brazo más próximo. Decidió desenredar las piernas de ambos para tener mayor libertad y en cuanto se liberó acercó sus labios a ella y comenzó a dibujar un camino de besos desde la cabeza hasta el final de su brazo. La vio sonreír aun dormida y continuó. Besó su hombro y con el máximo cuidado le dio una suave pero sensual mordida que la llevó a soltar un leve gemido. Definitivamente ella debía creer estar en uno de esos sueños en los que todo se siente absolutamente real porque comenzó a hablar dormida. Juan se limitó a escucharla unos segundos y no pudo contener la risa maliciosa. Se sintió excitado al escucharla pronunciar su nombre seguido de varias onomatopeyas de placer y decidió convertirle el sueño en realidad. Apartó su pelo del cuello y se hundió en él. La humedad de sus besos tibios y el aire expulsado por él la hicieron reaccionar. Sonrió al sentir el cosquilleo en su abdomen y al abrir los ojos encontró la gloria.

—Buenos días —dijo él con voz ronca. Pudo ver en su rostro el efecto que causó en ella su voz.

—Buenos días —sonrió y le acarició el rostro.

—¿Dormiste bien? —preguntó acercándose peligrosamente.

—Muy bien, soñé delicioso —sus ojos acumularon un seductor brillo.

—¿Ah sí? ¿Qué soñaste? —preguntó fingiendo no haberla escuchado.

—Acércate para que te cuente —se mordió el labio al verlo acercarse con una expresión seductora y también ella se acercó —fíjate que soñé —comenzó a relatar mirándolo a los ojos, deseaba contemplar sus expresiones. Posó el dedo índice de su mano derecha en el centro del pecho de Juan y comenzó a trazar un camino descendente con una exquisita suavidad, acariciándolo en parte con la yema del dedo y en parte con la uña —con un juego muy divertido —continuó deslizando su dedo sobre él hasta llegar a su abdomen, donde de inmediato colocó toda su mano para continuar —y muy placentero —lo vio cerrar los ojos, morderse los labios y respirar profundo cuando con su mano presionó uno de sus muslos. Abrió los ojos cuando sintió movimientos sobre su cuerpo y se encontró a Itatí sentada a horcajadas sobre él, presionándolo con ambas piernas.

—¿Y de qué trataba ese juego? —preguntó con la voz cortada y visiblemente agitado. Tenía los brazos abiertos, extendidos sobre la cama y apretaba los puños cada vez que la sentía moverse.

—Era un juego de cartas —se inclinó hacia adelante apoyando ambas manos sobre su pecho, dejándole la boca a su alcance —cada vez que uno perdía debía quitarse una prenda —dijo moviéndose sobre él y provocando que soltara de repente el aire contenido, sintiendo debajo de ella una presión que crecía —el perdedor debía hacer todo lo que el ganador quisiera —hundió sus labios en su cuello y pudo sentir la sangre corriendo ardiente por sus venas.

—¿Y quién ganó? —preguntó al borde de una explosión de lujuria. Intentó llevar sus manos a la pequeña cintura de Itatí pero ella se lo impidió.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora