CAPÍTULO XXVII. Presentimientos

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Juan concluyó sus escenas unos veinte minutos antes que Itatí y aprovechó para ir a su camerino y preparar algo con lo que pudiera disculparse con sinceridad generándole ternura. Lo dispuso todo con gran entusiasmo, sabiendo de antemano que sería para ella un bonito detalle y si bien entendía que muy probablemente no todo quedaría cerrado en aquella conversación, ese gesto la predispondría de otra manera. Cada minuto que ella tardaba generaba un encuentro de sentimientos en su interior, por un lado la ansiedad lo carcomía y por el otro le regalaba algo más de tiempo para que todo quedara bonito. Escuchó los toques suaves en la puerta. Un golpe, un silencio y dos golpes. Supo enseguida que era ella y su corazón se aceleró. Observó su camerino una vez más para comprobar que todo estuviera correcto, tomó su celular, eligió una playlist para amenizar el ambiente y abrió la puerta con seguridad.

—Te estaba esperando —comentó con una sonrisa que la hizo temblar.

—Pues aquí estoy —dijo intentando fingir lo que él ya había conseguido notar —pero te advierto que no tengo ganas de discutir, estoy cansada.

—Descuida, yo tampoco quiero discutir —respondió sincero —pasa —la invitó señalando el camino con la mano y se mordió los labios al verla luchar con la sonrisa que deseaba apoderarse de su rostro.

—¿Y esto? —preguntó dando por perdida la batalla contra sus ganas de sonreír. Lo vio cerrar la puerta con seguro y se inquietó un poco más —Juan, yo vine aquí a hablar —le advirtió.

—Y eso haremos, solo quiero asegurarme de que no nos interrumpan.

—Cierto, siempre puede caer alguien de sorpresa —soltó.

—Por favor —pidió con ojos suplicantes.

—Ya, perdón —se sentó en el aquel sillón testigo de tantas palabras y gestos de amor y perdió su vista en la pequeña mesa. Sobre ella, cuidadosamente dispuesto sobre un individual tejido de color beige, un exquisito plato azul repleto de galletitas dulces, un par de servilletas blancas, el termo con agua caliente, el mate vacío con la bombilla a su lado, un pequeño vaso de plástico con agua al tiempo y el yerbero de acero inoxidable que completaba su fiel equipo de mate. La decoración de la mesa era en extremo sencilla, una flor solitaria contenida en un vaso de vidrio de trago largo con borde azul —¿en qué momento hiciste esto? —preguntó pasando su mano izquierda por encima de la mesa, como acariciándola.

—Mientras terminabas tus escenas.

—Oye, ¿por qué las cosas me resultan tan familiares?

—Bueno, todo lo concerniente al mate es mío, claramente.

—¿Y el resto?

—Digamos que...lo tomé prestado —susurró guiñándole un ojo.

—¿Prestado? —repitió sonriente —¿a quién se lo pediste?

—Bueno, exactamente no lo pedí...

—¿Te robaste la utilería del foro? —soltó entre risas.

—Le robaría las estrellas al cielo con tal de ver esa sonrisa todos los días —le dedicó una mirada llena de brillo sincero —pero no tenía tiempo así que me dediqué a improvisar con lo que tenía —dijo tomando en sus manos el vaso vestido de florero por ese día. Mientras le dedicaba una tierna mirada a la flor, observaba a Itatí de reojo y pudo ver que su sonrisa era cada vez más amplia y no luchaba por ocultarla.

—Todo esto es un plan con maña, ¿no?

—No —respondió con seguridad —bueno...un poquito —dijo haciendo la seña de pequeño con sus dedos pulgar e índice —quisiera que estemos cómodos, relajados y sin peleas. Por eso quiero invitarte estos mates de la paz.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora