CAPÍTULO III. Beso contra beso

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Un toque, un silencio, dos toques. Itatí sabía que del otro lado de la puerta de su camerino se encontraba Juan con su tan famosa taza de treinta y dos años repleta de exquisito café para ella. Un mimo, una atención que su gran amigo tuvo desde el primer día de trabajo. Esa mañana al escuchar los toques, su corazón dio un vuelco y se agitó más de la cuenta. Se miró al espejo, arregló su cabello y su vestuario y abrió la puerta intentando disimular sus nervios. Del otro lado, erguido, vistiendo unos jeans azules y una camisa blanca, impecable y con ese aire de campeón que tanto la derretía, se encontraba él.

—Buen día —saludó sonriente y estiró su brazo ofreciéndole el café.

—Buen día —respondió nerviosa. Tomó la taza que él le ofreció y no supo qué calor la quemaba más, si el del café o el de su mano. Durante unos segundos perdió la mirada en sus ojos. Amaba mirarlos. Tenía un cielo despejado pintado en ellos y se comportaban de idéntica forma. Cuando algo lo molestaba, se oscurecían, con tristeza tomaban un tono pálido, la felicidad les daba un celeste resplandeciente y el amor y la pasión los volvía de un intenso azul irresistible. Y este último era precisamente el estado de sus ojos esa mañana.

—¿Me invitas a pasar? —preguntó después de observar que no hubiera nadie por los pasillos.

—Claro, pasa —apenas cerró la puerta sintió cómo él le colocaba ambas manos en su pequeña cintura y la hacía girar, quedando a escasos centímetros uno del otro. Intentó mantener la compostura mientras sentía que su corazón quería salirse del pecho —¿qué haces? —preguntó nerviosa y con escaso aire mientras intentaba evitar derramar el café.

—Nada, solo vine a saludarte —acarició su mejilla y se pegó más a ella —y a traerte tu café —recorrió muy suavemente con su mano el brazo derecho de Itatí hasta llegar a la taza —está calentito —la albureó y sonrió. Permitió que llevara la taza a la boca y apenas ella bebió un sorbo, él se la quitó de las manos —¿qué tal?

—Delicioso —lo provocó saboreándose —¿me permites tomar más?

—Si me das un beso, tal vez...

—¿Me estás chantajeando? —preguntó entre sonrisas.

—Sí —dijo muy quitado de la pena. La observó pensar y se acercó un poco más. Ella, aprisionada entre su cuerpo y la puerta, ya no tenía cómo salir —¿y? ¿vas a querer más? Café, digo —dirigió el rostro a su cuello y se embriagó de su perfume, al exhalar consiguió que la suave piel de Itatí se erizara por completo y ella emitiera un gemido casi inaudible, plantó un beso allí y volvió a colocarse frente a ella, que al tener nuevamente su boca tan cerca no pudo contener el deseo.

Se acercó a su boca lentamente y al primer contacto se sintió absolutamente invadida por el calor de sus labios, que se apoderaron de los de ella en segundos. Poco a poco el beso se convirtió en una lucha por ver quién de los dos acaparaba más del otro, y la batalla era reñida. Ambos podían llegar a ser posesivos y pasionales como ninguno de los dos imaginaba. Cualquiera podría creer que sería él quien se impondría sobre su boca, pero finalmente fue ella quien tomó las riendas del beso. El ímpetu, las ganas y el deseo los hicieron pasar por diferentes momentos y estados. Mientras que un instante parecía que el descontrol terminaría por lastimar sus labios, al minuto siguiente era la ternura la que los dominaba y los llevaba a éxtasis que les producía el ligero roce de sus bocas, y de inmediato la placentera melodía compuesta por sus jadeos y la tibia brisa que ambos dejaban escapar de su aliento en busca de aire, los consumía nuevamente. Era la primera vez que esas sensaciones recorrían sus cuerpos. Jamás ella había tenido la necesidad de atacar así unos labios. ¿Y qué decir de él? Que alguien asaltaba su boca con tanto vigor y exponía sus labios, su lengua y su aliento a una guerra de esa magnitud. En la sorpresa de verse invadido por aquellas sensaciones, ella ganó la apasionada batalla con una pequeña mordida. Atrapó su labio inferior con los dientes impidiéndole cualquier movimiento y eso provocó en él una risa mezclada con excitación y ganas de venganza. Finalmente Itatí liberó su labio y e inmediatamente volvió a posar su boca sobre la de él con suavidad, en señal de tregua.

—¿Me vas a dar... mi café? —le preguntó muy agitada.

—Por supuesto que te voy a dar...tu café —le dedicó una sonrisa de lado y extendió su mano para que tomara la taza que tan bien supo cuidar él para no teñir el piso de negro —pero vas a pagar por esa mordida —la amenazó levantando el dedo índice e intentando todavía recuperar algo del aire que había perdido en el esfuerzo.

—¡Qué miedo! —se burló. Gran error.

—Ya vas a ver —dijo acercándose a ella con sigilo —me la voy a cobrar cuando menos lo esperes —de nuevo colocó sus manos en la cintura de ella y le regaló un dulce y profundo beso, tan profundo y lento que le robó un inesperado gemido y le aflojó las piernas. Eso provocó que él sonriera sin dejar de besarla y la presionara más contra su cuerpo —te dejo tranquila para que tomes el café —hizo el ademán de irse.

—¡No, espera! —exclamó sujetándolo del brazo —acompáñame, ¿sí?

—Está bien —sonrió —pero solo para cuidar que no me pierdas la taza otra vez —rió.

—¡Qué interesado! ¿Sólo por eso?

—Y porque me miras así —guiñó un ojo y le besó la mano. Se sentaron en el sillón y mientras ella bebía, él la observaba. No conseguía dejar de hacerlo, todo en ella lo atraía demasiado. Sus ojos brillantes y enamorados conseguían derretirlo por completo y sus movimientos e insinuaciones le robaban la voluntad.

—¿Qué pasa? —preguntó ella sonriéndole con sinceridad mientras sujetaba la taza con ambas manos.

—Pasa que me encantas —sonrió también y observó cómo acercaba su rostro seduciéndolo.

—¿De verdad?

—De verdad —respondió acercándose también, y dejándole un primer plano de su espléndida sonrisa frente a sus ojos —me vuelves loco.

—Y tú a mí, pero...

—¿Pero?

—No sé si esto sea... una buena idea —dijo dubitativa.

—¿Esto?

—Esto —los señaló a ambos —involucrarnos.

—Itatí, quiero hacerte una pregunta pero necesito que me respondas con absoluta sinceridad —le quitó la taza, la colocó en el suelo y le tomó las manos —¿te sería posible convivir todos los días en un trabajo como éste teniendo que auto-engañarte respecto a tus sentimientos?

—Fingir es nuestro trabajo. Jugamos a eso, vivimos de eso —apenas lo expresó comprendió que no había utilizado las palabras de forma correcta y la herida en los ojos de Juan se grabó en la cinta de su vida.

—Entiendo —dijo dolido. Se puso de pie, tomó la taza del piso y se dirigió hacia la puerta.

—Juan, no fue mi intención... —intentó detenerlo para explicarle lo que en verdad había querido decir.

—No te preocupes —llevó su vista a la taza y la apretó fuerte con su mano derecha —tampoco la mía —cerró la puerta con suavidad y se dirigió a su camerino con los nudillos blancos por la presión que ejercía sobre ese objeto tan simbólico para ambos.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora