CAPÍTULO XXXVI. Golpe por golpe

794 84 132
                                    


—¿Te sientes mejor? —preguntó Horacio tomándole la mano por encima de la mesa del café en el que estaban.

—Sí —dijo aun buscando normalizar su respiración —gracias —bebió un sorbo del agua que había pedido segundos antes —perdón por todo esto.

—¿Perdón? ¿Por acompañarte y ayudarte? Perdón debería pedir yo de no haberlo hecho.

—Igual, no es nada agradable.

—Ahí te doy la razón —dijo tomándole ahora ambas manos —no es agradable ver llorar a los ángeles —comentó sacándole una sonrisa —¿puedo preguntarte qué pasó?

—¿No lo imaginas?

—Juan.

—Terminamos definitivamente.

—Lo siento —pronunció con ojos tristes cuando por dentro sentía la alegría de su clara oportunidad.

—Yo lo siento más —dijo llevándose la mano a la punta de la nariz —gracias —pronunció cuando de inmediato él le prestó su pañuelo.

—Si tengo que darte mi parecer, él no te merece —comentó comenzando sus intentos por sembrar cizaña.

—¿Y eso? Se supone que es tu amigo —pronunció con cara de sorpresa.

—Que sea mi amigo no me convierte en ciego. Itatí, lo que te hizo...

—Nada —dijo interrumpiéndolo —no hizo nada.

—¿Cómo? —preguntó sorprendido al ver que ella lo defendía.

—Decía la verdad, nunca me engañó.

—¿Y entonces por qué terminaste con él?

—Él terminó conmigo —lo corrigió mientras secaba sus lágrimas.

—No entiendo.

—Lo lastimé con mi desconfianza y ahora no quiere saber nada de mí —su voz se quebró nuevamente —nunca lo había visto así.

—¿Enojado y orgulloso?

—Herido —lo corrigió —triste. Está tan frío conmigo que de verdad me mata y lo sabe —sus lágrimas volvieron a embestir sus ojos con fuerza y no fue capaz de contenerlas. En un instante sintió ambas manos de Horacio posadas en sus mejillas y se tensó.

—Ya, tranquila —comento —todo pasa por algo y esto no es la excepción —se acercó un poco más a ella —tal vez...era lo que necesitaban.

—Tal vez —dijo apartándose —mejor nos vamos, hay que regresar a trabajar —se excusó. Sintió una extraña sensación que se correspondía con la excesiva cercanía de Horacio y una fuerte ansiedad, como si alguien estuviera observándola. Se sentía en falta.

—Tienes razón. Solo déjame pagar y nos regresamos —comentó buscando el dinero en su billetera.

En el camino de regreso no dijeron ni una palabra. Itatí iba mirando la nada por la ventanilla, cubriendo sus ojos con un par de grandes anteojos oscuros que impedían por completo observar su llanto y Horacio se concentraba en conducir pero la miraba de reojo sin poder dejar de asombrarse por su belleza y festejar internamente por la oportunidad que se le presentaba. Llegaron nuevamente al foro y la acompañó hasta su camerino.

—Gracias —dijo estando ya dentro —de verdad.

—No tienes nada que agradecer, preciosa —dijo regalándole nuevamente una caricia —siempre que me necesites, ya sabes. Para lo que sea —se acercó lentamente a ella y le dio un cariñoso y ruidoso beso en la mejilla, muy cerca de la comisura de sus labios. Y mientras ella permanecía inmóvil, Juan los veía desde el extremo del pasillo, apretando sus puños.

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora