CAPÍTULO XXX. Pasos al costado

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La caída del paraíso fue para él un golpe certero en el mentón que lo dejó mareado y aturdido. Las palabras de Itatí lo dejaron perplejo. Su corazón recibió angustioso aquella duda y lo sintió arrugarse hasta convertirse en un ínfimo punto que en lugar de bombear sangre, bombeaba dolor.

—No... —intentó hablar de corrido pero no lo consiguió porque un nudo estrujó sus cuerdas vocales —no entiendo —dijo finalmente luego de carraspear —¿seguir así cómo?

—Así como estamos —respondió al instante —con dudas, con inseguridades.

—Itatí yo no tengo dudas de lo que siento por ti.

—Pero ninguno de los dos está confiando en este amor. En vez de vivirlo estamos preocupados por terceros —su voz era calmada pero apagada, no cabían dudas de que a ella también un nudo la estrujaba —esto nos está haciendo daño.

—Muñeca, yo te amo —dijo colocándose frente a ella y acariciando su mejilla con ternura.

—Y yo te amo a ti, Juan. No imaginas cuánto. Pero como tú dices siempre, solo el amor no es suficiente. Estamos llenos de confusiones que nos llevan a cometer error tras error y somos adultos. Ninguno de los dos está para vivir estas cosas. Que él te busca, que ella te provoca —cada palabra que pronunciaba tenía menos fuerza que la anterior —ya no —dijo soltando el poco aire que quedaba en sus pulmones —mira —continuó al ver que él permanecía atónito frente a ella —a veces pasa que dos personas se aman en dimensiones verdaderamente increíbles pero no...

—¿No qué? —la interrumpió con la voz rota.

—No les toca —soltó mirando el piso —no es... su momento —no quería levantar la mirada para ocultar sus ojos cristalizados.

—¿Qué quieres decir? —preguntó con miedo y al ver que ella no contestaba decidió estirar el brazo para alcanzar su rostro y levantarlo con suavidad.

—Lo que estás interpretando —su voz se quebró definitivamente mientras el cristal de sus ojos resbalaba por sus mejillas —tal vez no sea...nuestro momento. Tal vez más adelante, cuando tengamos nuestras cosas resueltas. O tal vez...

—¿O tal vez qué? —preguntó sin querer escuchar la respuesta.

—Tal vez simplemente esta vida no tenga un nosotros para ti y para mí —dijo finalmente y regresó la mirada al piso. No soportaba el dolor de ver como se nublaban sus ojos, el cielo de su mundo.

—Por favor, mi amor, no vuelvas a decir eso —expresó desesperado acercándose a ella —por supuesto que hay un nosotros en esta vida y en la próxima, y en todas —tomó su rostro entre sus manos y limpió sus lágrimas con los pulgares.

—¿En verdad lo crees? —la tristeza de su voz era un puñal para el corazón de Juan. Lo llenaba de impotencia no saber qué hacer para darle calma.

—Estoy tan seguro de eso como de que nos amamos con todo lo que somos —la envolvió en sus brazos intentando resguardarla de sus propios temores y sintió que sus manos se aferraban a él como nunca antes —yo no tengo dudas de que cada vida nos mantendrá unidos. Así es cuando el amor es profundo y verdadero —intentó separarse para mirarla a los ojos pero al más mínimo movimiento ella presionó aun más sus brazos. Esta vez la acción lo preocupó. La fuerza del abrazo se debatía entre una efusiva muestra de infinito amor y un oscuro presagio —te propongo algo —comentó enredándole sus dedos en el cabello.

—¿Qué cosa? —preguntó sin interrumpir el abrazo. Por ningún motivo quería apartarse de él.

—Mira, creo que no es algo para hablar aquí parados y en cinco minutos. ¿Qué te parece si ahora nos vamos cada quien a su casa, nos damos una ducha, nos relajamos y nos vemos a la noche? ¿Tú puedes?

CAMERINOS DE FUEGO *Un amor a escondidas*Donde viven las historias. Descúbrelo ahora