CAPITULO 92

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Obsesiones que matan.

Stefan.

Dicen que lo ideal es seguir a tu familia, a tu pareja, pero algunos preferimos ir detrás de aquellos que nunca nos dan la espalda.

Yo le tomé cariño a Rachel desde que la conocí en París. Se puede decir que la desee cómo la mayoría de los hombres que la rodean prendiéndose de su belleza, pero noté que nunca podría darle lo que ella se merece y preferí seguirla en vez de envidiar a otros por tenerla.

Preferí amarla como un amigo, elegí apreciar la bendición de contar con ella y siempre agradeceré todo lo que me ha dado, ya que hay quienes te conocen de toda la vida y no recibes ni un mendrugo de pan por parte de ellos. «El hambre me enseñó eso».

Consuelo a sus bebés en mis brazos pensando qué rumbo tomar. Maricarmen está en la lancha y no voy a dudar en dispararle ante la mínima sospecha.

—Deja de mirarme mal —pide— ¿No ves cómo estoy?

Estuvo unos días conmigo en el programa de protección a testigos despues de que su jefe fuera apresado

—No confío en ti —confieso— ¿Por qué estás huyendo?

—Caí en las manos de la Bratva que me tuvo como prisionera obligándome a llevar la contabilidad de sus negocios —espeta molesta—. Hubo una disputa entre rusos e italianos donde ese tal Alí me llevó con él y me torturaron queriendo sacar información sobre los rusos —muestra las cadenas y los maltratos—. Me le zafé a un antonegra en medio del bosque y empecé a huir hasta que me topé con la mujer de ojos azules.

Guardo el collar y armo un cargador improvisado con una de las sábanas para que me permita cargar a los dos bebés y así no tener que dárselos a nadie. Lo logro después de varias vueltas y la quito del mando de la lancha buscando tierra firme.

No le permito que toque las mochilas acomodandolas en mi espalda, apago el motor y bajo de un salto cuando estamos en la orilla mientras los bebés no dejan de llorar.

No creo que el oxígeno pueda durar mucho.

—Vete —le digo a Maricarmen bajando el perro.

—¿A dónde? —me sigue— Me están buscando a mí también —corre detrás de mí—. Y si suelto la lengua con los italianos, los rusos me hallarán y me meterán en su maldita trituradora.

Sigo avanzando queriendo ubicarme. Los bebés no dejan de llorar y tomo la orilla del sendero sin césped, el arma la tengo en la parte baja de la espalda y no camino, troto varios kilómetros con el perro atrás y con Maricarmen a pocos pasos.

—¡Deja de seguirme! —espeto y... un proyectil me zumba en los oídos llevándome abajo.

La corteza del tronco de un árbol se levanta y busco escabullirme entre el bosque, pero tengo un halcón negro atrás. Me aferro a los niños corriendo tan rápido como puedo mientras Hodor no deja de ladrar. El peso de la carga me quita las posibilidades de apuntar...

—¡Cuidado con las enredaderas! —advierte Maricarmen y sigo corriendo.

No veo la bajada de la pequeña colina que me desliza abajo dejándome en un riachuelo seco. Pierdo el arma, el perro ladra desde arriba y Maricarmen sigue detrás de mí. Los disparos del hombre no cesan y las piernas me duelen de tanto correr.

—¡Corre Hodor! —le grito ya que sigue arriba.

No deja de ladrar, sigo huyendo, el Halcón se adelanta deslizándose y tapando el paso que me hace devolverme, sobrepaso a Maricarmen y este le dispara descargando el arma en su espalda.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora