CAPÍTULO 52

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El peso de los inocentes.

Rachel.

El dolor de no tener a alguien nunca será más grande que el miedo y la angustia de saber que puedes perderlo en cualquier momento. Si se va, duele, pero te acostumbras al dolor mientras que el desespero de saber si vive o muere te carcome el alma quitándote la paz.

Miriam no deja de aferrarse a su hermano mientras él no deja de pedirle a sus antepasados que lo dejen vivir y ahora no me queda duda de que los Gelcem están condenados a vivir el calvario en tierra.

Quiero hacer algo más que quedarme sentada, tener el remedio para la angustia que cargan los dos seres que solo se tienen uno al otro, pero ya hice lo que estaba en mis manos. Hasta pague una cifra más alta para que la cirugía sea hecha por el mejor equipo de médicos.

Me desperezo en la silla contando los minutos, ya llevan diez horas adentro y no han dado noticias.

—Familiares de Ernesto Valverde —llama uno de los cirujanos.

—Aquí —Miriam se acerca con ojos llorosos y el hombre se baja el tapabocas sacudiendo la cabeza.

—Lo siento mucho señora Valverde.

Tomo aire tratando de aliviar la presión que se me acaba de formar en el pecho.

—Hicimos todo lo posible, pero el tumor estaba avanzado, en zona profunda y funcional, fue imposible evitar la hemorragia, tuvo muerte cerebral su corazón no resistió y lastimosamente falleció.

El dolor es inevitable, me comprime el puto peso de querer darlo todo y aun así no haya funcionado. No tengo palabras que decir ni ánimos que dar cuando Miriam entra en negación dejándose caer en el piso. Su lamento es fuerte y profundo, de esos que te desgarran las cuerdas vocales contagiando el dolor de saber que la persona que amas ya no está.

—¡Por favor! —se aferra a las solapas de mi chaqueta— Pide que hagan un último intento —suplica cayendo a mis pies— ¡Un último intento, puedo trabajar para ti toda la vida! —toma mi mano— ¡Por los ángeles, por mi madre por todos los que ahora yacen en el cielo te suplico que me ayudes a traerlo de vuelta!

—¡Lo siento yo...! —trato de levantarla viéndome tres años atrás con la misma agonía. Su hermano trata de consolarla, se descontrola y las enfermeras se ven obligadas a llevársela.

El llanto de Stefan me ensordece cuando me abraza con fuerza y entiendo tanto su dolor, ese tumulto de emociones acumuladas en tu pecho que amenaza con ahogarte.

—Lo siento tanto —es lo único que logró articular.

Su hermana me recuerda a Brenda con la muerte de mi amigo. A mí me dolió porque era mi hermano, pero no quiero imaginarme lo que se siente perder a la persona con la que compartes los mejores años de tu vida.

Vuelvo a darles mi apoyo, aunque la cirugía me haya dejado escasa de dinero hago lo posible por que nos entreguen el cuerpo lo antes posible y pago el traslado de este a París. Stefan está hecho polvo, su hermana ni se diga y en pocas palabras debo llevarlos como si fueran dos víctimas de guerra.

Horas después estamos en Francia con el féretro en el orfanato, una mujer que raya a los cuarenta. Nos recibe y Stefan me la presenta como una prima lejana de su madre que se estuvo haciendo cargo del orfanato en la ausencia de Miriam.

—Cayetana —me saluda con dos besos en la mejilla.

—Rachel.

Me besa las manos en gesto de agradecimiento.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora