CAPÍTULO 66

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¡Impacto, fuego y dolor!

Rachel.

Un olor putrefacto invade mis fosas nasales, no tengo idea de donde viene ¿Es a mi entorno?, ¿Yo? Me hundo en la silla sintiéndome débil, sucia y dolorida. Me trago los gritos de rabia.

La desesperación y la angustia que desencadena este asqueroso estado.

Ángela llora desconsoladamente a mis pies y mi cabeza repite una y otra vez su diagnóstico médico «Aborto, violación, huesos rotos» A pocos metros yace el cuerpo de Elliot cubierto de sangre, cuervos pican y comen del hoyo que tiene en la frente. Picotean y picotean sacando carne, salpicando sangre y empeorando la peste.

Pienso en las personas que dejo y ahora lo lloran. En el fondo yo también lo lloro porque estuvo para mí cuando más lo necesite.

Me duele Angela que vivió lo peor que le puede pasar a una mujer. Lamento sus golpes, heridas y maltratos. Lamento que haya perdido a su bebé y que yo no pueda tener uno jamás. Los recuerdos me hunden, los planes a futuro y aquella suplica clamando perdón por algo que no hice.

«—¡Meredith! —le aclamo a mi compañera—. Detenlo, maldita sea ya está.... —me ahogo en llanto— ¡Por Dios estoy suplicando!»

El dolor se enciende desatando la ira reprimida.

«—Joder no sé qué te hice, pero lo siento ¿Vale? —lloro retorciéndome con la cercanía de la aguja— ¡Lo siento!»

Reparo la piel marcada por la aguja viviendo la ansiedad de la abstinencia, la depresión, opresión y ganas de morir. Veo a Meredith pidiéndome perdón, a Bratt llorando, familias desconsoladas. Martha Lewis amenazando.

De la nada me veo en un escenario totalmente diferente. Meredith y Martha ahora son cadáveres, aberraciones que me persiguen mientras yo me pregunto quién las mató cargada de un no sé qué, que absorbe mi esencia. El rostro del asesino aparece sonriente, orgulloso y tranquilo entre la multitud.

Me mira, lo miro y con el corazón desbocado, llegó al borde de un abismo y caigo al vacío con mil cosas en la cabeza, no me explico de donde surge el fuego que me consume, el suelo me espera y...

—¡Rachel! —me sacuden los hombros— ¡Abre los ojos!

Acato la orden encontrándome con Christopher sentado en la orilla de la cama.

—Solo son pesadillas —aclara, pero estoy demasiado cansada para responder. Los ojos se me cierran solos y vuelvo a hundirme en la cama, a fundirme en pesadillas y sueños.

Duermo, pero no descanso y tampoco quiero abrir los ojos, sé que al despertar seré ese ser insaciable que nada le basta. El cuerpo me duele, las extremidades me pesan y sigo fundida negándome a enfrentar la realidad. Pero todo tiene un límite y el mío llega a su fin cuando los síntomas me abruman aclamando la droga.

«Éxtasis, heroína, cocaína, PCB, Ketamina» Repite mi cerebro «Éxtasis, heroína, cocaína, PCB, Ketamina»

Abro los ojos y no estoy en casa. Saco los pies de la cama y por el entorno deduzco que me encuentro en un Jet el cual ya no está en movimiento. Camino despacio posándome en el umbral de la alcoba y veo a Christopher de espalda pegado el teléfono. La puerta de la aeronave está abierta y hay varios mapas en la mesa.

No llamo su atención, solo me deshago de la ropa y entro a la ducha tardando más de lo que debería.

Me siento tan abrumada, apagada y rabiosa, me veo como uno de esos judíos que vivieron barbaridades por culpa de un resentido y lo peor es que no veo luz ni esperanza. No es como en años pasados que quería salir y salvarme.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora