CAPÍTULO 82

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Ebullición.

Rachel.

Llega un punto, un estado, un instante lleno de shock donde te ves cara a cara con la verdadera bestia. Lo pierdo, sus oídos no captan su propio nombre, mis uñas no despiertan la reacción humana que denota el enterrarlas en la carne de sus bíceps.

Su fuerza me lleva contra el vidrio de la pared y el cristal se rompe abriéndome la piel en el proceso cuando entra en mí con un embate brusco el cual no me brinda ningún tipo de placer. Duele mientras su mano maltrata mi cuello ignorando la suplica de ¡Para!

—¡Christopher! —lo vuelvo a llamar pero no oye, por el contrario, ejerce más fuerza marcándome el hombro con los dientes.

Vuelvo a enterrarle las uñas y esta vez inmovilizarlo me queda imposible por el arranque que lo tiene absorto.

— ¡Christopher!

Los embates vuelven a doler y se tornan cada vez más violentos, más salvajes. El dolor quema mi sexo mientras la sangre caliente baja por mi piel untándole la mano que mueve a lo largo de mi espalda.

—¡Christopher!

Caigo sobre los cristales cuando retrocede lleno de sudor. Los ojos parecen más negros que grises, su pecho es un ir y bajar y lo noto tan desorientado, tan brutal. Repara el arañazo que tiene a lo largo del brazo...

—Nena yo...—jadea peinándose el cabello con las manos.

Me da la espalda, los hombros le suben y bajan rápido mientras que yo intento ponerme de pie, pero para cuando trato de hacerlo de un todo ya lo tengo encima levantándome y dejándome en la cama.

Toma la sábana tratando de contener el líquido carmesí y no sé cómo tomar esto. Está desatado, negándose a poner los pies sobre la tierra. Busco sus ojos y me niega el contacto visual. Solo hace presión con una fuerza exagerada que lo termina poniendo nuevamente de pie.

—Christopher....

No me deja hablar, solo se acomoda el bóxer abandonando la alcoba y yo tomo la primera bata que encuentro abriendo la puerta del despacho donde se encierra. Como lo supuse, está frente a la licorera.

—Deja eso —pido.

—Largo.

Toma la botella con las manos manchadas de sangre y me ignora negándose hablar llenándose de alcohol. 

—¡Deja esa maldita mierda!  — en menos de nada estoy frente a él mandando la botella contra la pared.

Se vuelve hacia mí y le volteo la cara con un bofetón para que despierte de una puta vez.

— ¡Basta con eso! ¡Suficiente tienen los mellizos al tener una madre ex drogadicta como para que les demos un padre alcohólico también! —le grito— ¡Te estás matando y no estás pensando en ninguno de los cuatro! 

Me encara tomándome las muñecas, estremeciéndome el pecho con las ansias que me demuestra.

—Entonces ven y sáciame —se viene contra mí. 

Sus dientes atrapan mi labio pegándome a él con desespero, acorralando mis brazos contra su pecho y en menos de nada su mano viaja a mi sexo recogiendo mis jugos con sus dedos. 

Se los lleva a la boca y lo empujo saliendo de su agarre.

—Hablamos cuando salgas de ese maldito hueco en el que estás —espeto antes de volver a la alcoba.

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora