CAPÍTULO 21

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Miedos e incertidumbres. 

Christopher.

Ardo por dentro, la ira me corroe y se esparce como lava volcánica. Siento el aire pesado y la cabeza se me quiere estallar.

El encierro me tiene a punto de saltar sobre los diecisiete idiotas que comentan sandeces. Miro a Gauna que presta guardia frente a la puerta sin quitarme los ojos de encima. 

Parece soldado de reformatorio.

—Es injusto que nos encierren —se queja uno de los candidatos— Se supone que somos las víctimas.

Todos apoyan el comentario.

—No es un encierro —explica Olimpia— Solo nos aseguramos de que estén a salvo y no corran peligro.

—Creo que cada quien tiene las facultades para cuidarse solo —intervengo— Por si no te has dado cuenta, cada uno carga una guardia de casi cincuenta hombres.

—Pues dicho número no bastó en el atentado. Por poco y le vuelan la cabeza, coronel muestre, aunque sea un poco de agradecimiento.

Contengo las ganas de mandarlos a la mierda, estoy rodeado de la competencia y se supone que no puedo salirme de casillas.

Miro el reloj, llevo seis horas aquí con el desespero carcomiendome. 

—Su escolta es muy valiente —comenta uno de los vejetes— Recibió una bala por usted.

Lo ignoro encendiendo un cigarro. 

—Es un espacio cerrado —se queja uno de los generales.

—¿Y?

—Es tóxico...

—Jodase —le doy una calada.

—Coronel... —interviene Olimpia— Es su superior.

—En la candidatura todos estamos al mismo nivel.

—¿Tiene otro? —pregunta Kazuki— La nicotina es un buen analgésico para el estrés.

Le ofrezco el paquete. Kazuki Shima y Leonel Waters son mi principal competencia. Coroneles al igual que yo, jóvenes y con un montón de reconocimientos.

Leonel nos mira al otro lado de la mesa, somos los únicos coroneles y sabe que, aunque mi postulación no sea oficial, le daré muchos dolores de cabeza.

—¿Cree que sea cierto lo que dicen? —pregunta Kazuki en voz baja— Que estén matando candidatos para coger ventaja.

El rumor se esparció después del atentado. 

—Fueron nuestros propios soldados los que nos atacaron.

Lo sé y entiendo la gravedad del asunto, pero la cabeza no me da para atacar cabos. Tengo la estampa de cierta mujer dándome vueltas en la cabeza, por más que intentó calmarme es imposible. Tengo la absurda necesidad de tenerla cara a cara y si esto no termina acabaré rompiéndole el cuello a alguien.

—Espero que mi hermana esté bien —continúa el candidato. No entiende que lo estoy ignorando— ¿Su novia no resultó herida.

Patrick entra con un soldado que le entrega una USB antes de acercarse. 

—Tenemos problemas —murmura. 

—No me digas —inquiero con sarcasmo.

Los candidatos nos miran expectantes y lo sujeto del brazo alejandolo de la mesa. 

LUJURIA  - (Ya en librerías)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora