CAPÍTULO 9

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ELLOS Y SUS PAÑALES SUCIOS

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AMINA BELANGER

Golpeo otra vez su puerta, y nuevamente fui brutalmente ignorada.

—¡Por la diosa Luna, Diana, solo son niños!—Dije— ¡No perros con rabia!

Tampoco hubo respuesta alguna. ¿Y si se aventó por el balcón? No, ella no está loca... ¿Cierto?

—¡Diana voy a entrar! — anuncié, sin más preámbulos giro la perilla abriendo la puerta a tope esperando encontrarla ahí.

Entre cierro mis ojos buscan algún rastro de ella, y entro al chiquero que tenía de habitación, cerrando la puerta detrás de mí.  Esto se parecía al Amazonas, tenía ropa por doquier, lápices y hojas en el piso con caricaturas, la cama estaba desecha.

Qué infantil se comportaba considerando que odia a los niños.

Busqué debajo de la cama, en el armario, y en el balcón por si se encontraba tirada en el jardín.

—Humana... humanita...sal de donde estés —El baño era el único lugar cerrado con llave—¡Rulitos, nos están esperando!

Hubo unos largos dos minutos de silencio cuando ella decide hablar.

—Me estoy bañando.

Alzo una ceja.

—No escucho la regadera—Oí que maldice en un susurro y sus pasos apresurados para ir a encender la regadera.

Sonríe divertida.

He tenido 20 lunas (humanas, vampiro, licántropas) a mi cuidado a mis 129 años de eternidad, ninguna se parecía a Diana Ayleen; ella rompía el estereotipo de almas gemelas de los alfas, pisoteaba y escupía a ese estereotipo. Se suponía que las lunas debían ser amorosas con cada criatura del Manada, no decir groserías, ser delicada y prudente.

Mantener la compostura en situaciones de peligro. Estar siempre presentables ante sus súbditos, peinada y arreglada como una reina. Se suponía que es su naturaleza como lunas Favre, nunca había tenido tantos problemas con las demás.

Pero Diana era todo lo contrario, siempre se encontraban con su cabello alborotado, vestía informal, reía a carcajadas, y si alguien le decía algo se la ingeneaba para lastimarlo sin siquiera ofenderlo. Y no es prudente, ni delicada.

—Diana, voy a entrar y te sacaré quieras o no— Le advertí, rompí la perilla del baño con facilidad y la tiré al piso.

Estaba con una sudadera gigante, pantalones y zapatillas deportivas, como si quisiera correr un maratón, su cabello como era de espera se encontraba como nido de águila. Tenía la regadera en una mano, apuntándome y la otra en el grifo lista para dar el agua.

—Oh-oh, te equivocaste de sobre natural, humana, esas son las brujas — Me burle.

—No me importa, para cuando te cambies la ropa empapada, yo estaré cruzando la frontera.

Dame paciencia, Diosa.

—Diana, solo será una semana —Ella sigue mis movimientos con la regadera, arruga la nariz con asco.

—¡Una semana!... debí tirarme por el balcón cuando tuve oportunidad — Espeta, doy un paso hacia ella, y  aprieta el grifo lista para dar el agua— Da otro, te reto.

Black Onyx [1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora