XI. LA DECISIÓN

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KIARA

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KIARA

Debo verme como tonta sentada allí frente a los dioses, quienes hablan entre ellos y me miran asustados. No me he movido ni un milímetro desde que revelaron su verdadera identidad, mis respiraciones son pausadas y casi débiles, y mis labios no se han separado para emitir ni una sola palabra.

Hoy ha sido un día lleno de encuentros celestiales, así que es muy normal que me encuentre en shock.

- Ha estado mucho tiempo callada y en esa posición – dice El Sol sacudiendo la mano frente a mi cara.

- Estoy bien – logro decir finalmente. Me levanto de mi silla y camino hacia ellos - ¿Puedo?

Alargo mi mano hacia El Sol y él asiente permitiéndome tocar su rostro. Es extrañamente cálido y suave, como si estuviese tocando un pequeño conejo. Pero hay algo que me produce tocarlo, es como un calor hogareño en el pecho y casi me reconforta el hecho te que mis dedos toquen su piel. Cuando me siento más tranquila dejo de tocarlo y suspiro.

- Ya me siento mejor – miro a El Padre y asiento hacia él, indicándole que pueden continuar.

- Te queremos decir que estamos arrepentidos – me dice firmemente, sin titubeos -. Estamos cansados de esta guerra y de estar alejados de ellas. No deseamos seguir luchando por algo sin sentido.

- Sé que cometimos muchos errores, pero estamos aquí para componer todo – finaliza El Sol y vuelvo a asentir.

No sé qué debería decir en esto. Mi objetivo es hacer las paces con Homine, para el beneficio de toda Promissa y, en su mayoría, de mis mujeres y niñas. No quiero enviar a más mujeres a morir en una guerra que ni siquiera nos pertenece, en una guerra que ya ha llevado tantos años que ya no recordamos quién tiene la razón, o porqué siquiera estamos en esto unos contra los otros.

Mi mayor sueño es poder ver a los hombres y a las mujeres viviendo en paz, que ya no exista la división de Homine y Feminae, que solo seamos habitantes de Promissa, un reino unido en contra del mundo.

- Yo soy la que más desea esta paz de la que tanto hablan. Me he pasado mi vida soñando con el día en el que ya no tenga que ver a mis hermanas entrenando para asesinar hombres. Pero hay algo que todavía no entiendo y necesito que sean muy precisos en su respuesta, porque de eso depende que yo confíe en ustedes o que los ignore totalmente, a ustedes, a su historia y a sus peticiones – los miro con atención.

- Pregunta lo que quieras, responderemos con la verdad – dice el Padre.

Suspiro.

- ¿Por qué me lo están diciendo a mí? No son mis dioses, nunca en la vida los he alabado y no me criaron para eso, mucho menos pienso hacerlo, porque quiero la paz, pero no estaré en deuda con nadie más que con mis diosas.

Ellos me miran fijamente. Parece haber entendimiento en sus miradas y siento un poco de alivio, porque a pesar de que no son mis dioses y no me arrepiento de habérselos resaltado, siguen tendiendo el poder de arrebatar mi vida en segundos, sin que yo pueda hacer nada al respecto.

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