XIX. LA AMENAZA

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KIARA

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KIARA

La lluvia me empapa enteramente y anhelo con fuerza los días lluviosos en el castillo. El invierno en Feminae es lluvioso y el olor a tierra mojada se impregna en el palacio. Nunca he conocido la nieve del norte, las únicas que han logrado verla son aquellas que van a la Zona de Guerra a luchar. Killa odia la nieve, lo cual es irónico, ya que su don es de hielo.

- ¿Echas de menos el té, princesita? – la voz socarrona del rey Devak me saca de mis pensamientos.

Decido no contestar. Cada vez que he sido insolente en esta semana me han proporcionado golpizas violentas. Mis extremidades se sienten adormiladas, las costillas me duelen cuando respiro muy profundo y el ojo derecho se me cierra solo, mientras que el izquierdo escoce por el agua lluvia del mar.

Huelo a perro mojado y los recuerdos de mis baños diarios de rosas, lavanda y otras hierbas llegan a mi cabeza. Suspiro con tristeza y veo al rey Devak, perfectamente arreglado y totalmente seco debajo del marco de la puerta de su camarote. Lo miro con todo el desprecio que le tengo, pero no hablo.

Hace frío, más de lo normal, lo que me asegura que ya debemos estar entrando en territorio de Homine. Toda esperanza de ser rescatada se pierde en este momento, porque si en mi propio territorio no pude ser socorrida, ahora que estoy en territorio del hombre va a ser imposible.

No quiero subestimar a mi protectora, sé que Killa es capaz de hacer arder el mundo con tal de que yo esté a salvo, pero ahora es la cabeza del reino, ya que no hay nuevas herederas, que yo sepa, y no hay nadie con mayor autoridad que nosotras dos. Será difícil para ella que las mujeres la dejen abandonar Feminae.

- Te hice una pregunta, maldita perra – las palabras del rey son ofensivas, pero su tono de voz es calmado, casi condescendiente.

- Sí – respondí escuetamente. No quería dar razones para recibir una golpiza, mi cuerpo no la resistiría. Y debo resistir, necesito pasar esto con vida, todo lo que viene después depende de que yo siga existiendo.

Su risa ronca y profunda se escuchó en medio de la tormenta. Suspiré y me abracé a mí misma con fuerza. No importaba cuánto lo intentara, no lograba entrar en calor. Si me seguían manteniendo en esas condiciones estaba segura de que no lograría llegar a la Ciudad del Rey con vida. Tal vez su intención era esa, que conservara la esperanza hasta mi último suspiro para morir congelada en medio del mar.

El viento frío golpeaba mi rostro, resecando mis labios y haciendo a mi ojo bueno llorar. Me sentía más desamparada que nunca, y en lo único en lo que podía pensar era en todo lo que no le había dicho a Killa; en todo lo que me guardé por temor a su rechazo. Ahora sé que el rechazo dolería menos que el arrepentimiento.

Escucho de lejos el canto de una sirena y las lágrimas se acumulan en mis ojos de golpe. No otra vez.

Desvío mi mirada al rey Devak, quien mantiene su sonrisa burlona en su rostro y sus ojos marrones se iluminan con un rojo intenso. Siempre que ansía sangre, sus ojos se tornan de ese color, demostrando que dentro de él no habita nada más que una bestia. En definitiva no guarda la bondad que vi en los ojos de Demetrio y por los cuales decidí confiar en él y en esa estúpida idea de paz que tenía. Me confié en que mi propia protectora no estaba tan alejada de mí, a pesar de todo, así que creí que sería igual con el rey y el protector de Homine.

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