XXI. LA CIUDAD DEL REY

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KIARA

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KIARA

Abro los ojos, sintiéndome extremadamente pesada. Todo está inmóvil y la noche aún se encuentra en su punto más oscuro. Desde la noche en la que La Luna bajó no ha vuelto a haber asesinatos de sirenas ni agresividad hacia mí. Decidieron que lo mejor sería mantenerme en un pequeño cuartillo bajo la cubierta, en el cual había una manta vieja y una almohada dura, que fue como el paraíso para mí luego de haber dormido tanto tiempo sobre la madre dura y húmeda.

No veo al rey Devak desde entonces, sólo Silas ha entrado a dejarme agua y jabón una vez al día y a dejarme comida dos veces al día. Ha sido sorprendente cómo el miedo a mi diosa ha hecho a estos hombres mucho más amables. Estoy agradecida, pero sé que una vez embarquemos en su tierra no tendrán la misma compasión, porque es bien sabido que las diosas de Feminae no pueden entrar en tierras de Homine... Ni siquiera sus dioses pueden intervenir en aquel lugar tan bárbaro.

- Majestad – Silas entra, así que me incorporo con rapidez. Es muy extraño que entre a estas horas de la noche.

- ¿Qué pasa, Silas? – él mira nervioso de mí a la escotilla por la que ha entrado. Rasca su barbilla sin rastro de barba y camina finalmente hacia mí con decisión.

- Lo que le tengo que decir es importante, así que preste mucha atención. Homine no es como su reino, cada bosque, cada prado, cada montaña es un lugar horrible del cual no sobreviviría usted sola ni una hora – suspira para luego proseguir -. Lo que quiero decir con esto es que va a tener miles de oportunidades para huir, pero no las tome, en serio, no sabe qué clase de criaturas hay en mi reino. Las brujas y las sirenas son hermosas, comparadas con lo que nosotros tenemos aquí.

No digo nada, no quiero ser grosera y decir que hay cosas peores en mi reino que las que acaba de mencionar, pero su advertencia me hace erizar la piel, porque los hombres sólo han conocido a las sirenas y a las brujas y para ellos son aterradoras, no quiero imaginar qué los asusta más que ellas.

Asiento, porque, a pesar de los maltratos, de las humillaciones y de la posible muerte que tenga, no está dentro de mis planes escapar. No puedo, y no sólo porque se arruinaría el plan, sino porque sé que no podría sobrevivir sola. Por ello sólo me resta esperarla y rezar para que llegue sana y salva.

- ¿Por qué me dices todo esto?¿No se supone que me odias? Soy mujer, después de todo – le cuestiono y él niega con la cabeza.

- Soy fiel creyente de que esta guerra es absurda. Cuando escuché de sus ideas de paz puse mi fe en ellas. Estuve en este barco escondido, creyendo que en realidad íbamos a su reino a hacer las paces y a acordar navegar el mar libremente... Siempre quise conocer al mar, por eso no pregunté – se ve culpable, y lo entiendo. Después de todo, ser ignorante de algo no te quita la culpa de tus actos -. Luego vi cómo la traían inconsciente y totalmente herida. Ahí supe que todo se había ido a la mierda.

- Te voy a contar un secreto – decido confiar un poco en él, porque se ve sincero con lo que está diciendo -. Yo supe que todo se iba a ir a la mierda mucho antes de que el rey Devak pisara Ciudad Imperial – es lo único que digo. Él me mira confundido, pero también prefiere callar.

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