XXXVIII. EL ROBO

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KILLA

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KILLA

Los colores son tan intensos que me marean, pero me siento tan feliz que no me importa. Bailo al ritmo de los tambores mientras mi pecho roza el de Aymeri. Jamás me había sentido tan relajada y tan desinhibida, porque, incluso cuando me permitía ceder ante las pasiones, todo era una danza orquestada y controlada perfectamente por mí y por mis limites autoimpuestos.

Pero, esta vez podía permitirme sentir todo, sin miedos, sin ganas de controlar todo lo que me sucedía y lo que me rodeaba. Aymeri reía y me miraba como si quisiera comerse el mundo, y dicho mundo fuese yo. Quisiera decir que era ajena a sus insinuaciones y que no las correspondería, pero en mi estado no me voy a mentir a mí misma. Llegaré hasta donde ella me permita llegar.

Una voz grave trata de sacarme de mis ilusiones y de arruinar el ambiente, pero muevo una mano, como si pudiera sacudir la molestia. Pero, la voz es insistente, así que mis oídos dejan de ignorarla y ya no sólo capto los sonidos de los tambores, sino la voz preocupada de Demetrio, quien también me comienza a sacudir.

-        Algo malo está pasado, Killa – esa frase me termina de sacar de mi laguna de felicidad y mis sentidos se ponen lo más alertas que se puede con lo que sea que me haya fumado.

Miro a mi alrededor y entiendo de inmediato a lo que ser refiere Demetrio. Las marineras de Aymeri están vomitando en los arbustos, mientras las mujeres que traje conmigo tiemblan en algún rincón o hablan incoherencias solas. Aymeri sigue bailando sola en mitad de todo el desastre y no logro ver a ninguna de las hadas que nos han traído hasta aquí. Ni siquiera las pequeñas curiosas nos están rondando, así que algo demasiado malo está sucediendo.

Me toco el cinturón para tratar de sacar mi espada, pero la funda está vacía. Vuelvo a mirar a mis soldados y ninguna tiene armamento.

-        ¿Por qué tú estás bien? – le pregunto, luego de regularme y de pensar un montón de conspiraciones en nuestra contra que podrían estar ejecutando ahora Alina y sus seguidoras.

-        Nadie me dio nada para fumar, así que me fui a encargarme de unos asuntos en el bosque, si sabes a lo que me refiero – una sonrisilla se le dibuja y yo ruedo lo ojos.

-        Fuiste a cagar – digo.

-        Pero no lo digas tan brusco – ahora es su turno de rodar los ojos -. Me demoré un poco, pero, cuando volví, todas se veían miserables, excepto tú y la capitana, que bailaban como borrachas en medio de todo aquel desastre.

Asiento, captando que claramente fueron las amapolas las que nos pusieron a todas en este estado. Pensé que sólo se trataba de un efecto relajante, pero, estas amapolas debieron haber sido alteradas para que perdiéramos la conciencia de lo que pasaba a nuestro alrededor, lo suficiente para dejarnos a nuestra suerte y huir.

Pero, ¿Por qué necesitarían huir?

Abro los ojos asustada y meto la mano en el bolsillo de la camisa que está sobre mi pecho izquierdo, justo en mi corazón y no sentir el pedazo de pape hace que la ira que se estaba tardando en aparecer me golpee con fuerza.

FEMINAEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora